Y terminó la gira. Se apagaron los reflectores y el eco de los aplausos desvanece. Ya los países que durante todo el 2019 apoyaron la causa democrática encabezada por Guaidó volvieron a ratificar su apoyo a esa causa y el líder regresó al país para enfrentar a los que lo agredieron: a él, a sus acompañantes y a los periodistas que cubrían su retorno. Otra muestra horrible de esa barbarie chapucera que hemos visto tantas veces.
Y
ahora vienen los esperados anuncios. La tarima criolla que dictará
las pautas para ahora sí movilizar a los venezolanos que soportamos
esta crisis sin precedentes. El discurso que además de celebrar el
apoyo internacional de los mismos de siempre, hará honor a la
petición de perdón de rodillas por los errores cometidos y
enderezará el rumbo para cambiar las estrategias que mantuvieron en
vilo a la población durante el pasado año y que terminaron en nada.
Pero
el discurso pronunciado ante una audiencia significativamente menor y
menos entusiasta que la reunida afuera, se repite. Se habla de más
presión, de más sanciones, se dice que solo participarán en unas
elecciones presidenciales libres sin Maduro en el poder. Se asume,
una vez más, que los deseos se pueden confundir con las promesas.
Que todo es posible si lo pedimos con mucha fe y que no importa
cuántos obstáculos ponga el régimen en el camino (como las
parlamentarias contempladas en la Constitución para este año),
siempre saldremos airosos si tenemos la suficiente fuerza para
ignorar la realidad, para dejar de lado la política, para ver al
régimen contra las cuerdas y lo suficientemente débil y caído para
cantar victoria aunque siga en Miraflores. Y a lo mejor hasta podría
resultar, si los millones que caminamos por estas calles destruidas y
con la carga de tantas frustraciones a cuestas no hubiésemos
escuchado un discurso igual durante todo un año. O, si por un
momento, fuéramos capaces de creer que las mismas y erradas
estrategias basadas en deseos no chocarán esta vez con ese tren a
toda velocidad que se prepara para arrebatarnos la AN y hacerlas
volar por los aires.
Los
venezolanos tenemos una crisis real. Y necesitamos soluciones reales.
Cada vez menos podremos ser convocados a luchar por ilusiones y
fantasías. Queremos participar para salir de la pesadilla, pero
muchos solo lo haremos cuando quienes nos convoquen, nos hablen de
realidades.