El Foro Económico Mundial (WEF) alias Foro de Davos es una fiesta para potentados y políticos de alcurnia pero también para protestar en contra del capitalismo mundial. Su capital es Ginebra. La fiesta tiene lugar en las cumbre del Monte Davos. Allí concurren millonarios empresarios, políticos connotados, conocidos periodistas. Toda una pléiade galáctica reunida para discutir y emitir “decisivos” documentos sobre la paz mundial, el cambio climático, el medio ambiente y el ambiente entero, los recursos humanos e inhumanos, la salud mundial y cualquiera otra maldición de las tantas que irrumpen sobre este pobre “mondo cane”.
Todos hablan de Davos cuando Davos tiene lugar.
Pero al día siguiente nadie se acuerda de Davos, hasta el próximo
año, cuando todos hablarán de Davos otra vez.
Davos, la Meca del capitalismo pero también
del anticapitalismo mundial. Jóvenes y no tan jóvenes, pelucones o
al rape, faldicortas y faldilargas, emprenden largos peregrinajes
portando letreros, consignas y furiosas diatribas. Solo alguien, una
mujer inteligente como nadie, visionaria y realista como pocas (y
pocos) no habló esta vez de Davos. Cuando más encomendó a algún
subalterno muy sub para que dijera una frase de ocasión. Sin gusto a
nada. Solo para salir del paso.
Las preocupaciones de Angela Merkel tenían que
ver con un lugar algo más tibio que Davos: Libia, la otrora patria
del loco Gadafi, escenario de guerras fratricidas, patricidas y
homicidas entre dos ejércitos implacables dirigidos por dos
generales carniceros. A un lado Fayez al-Serraj, Jefe del Gobierno de
Acuerdo Nacional (GNA) reconocido por la ONU. Al otro, el mariscal
del Ejército Nacional Libio (LNA), Jalifa Haftar.
¿Qué
llevo a Merkel a preferenciar su atención en esa guerra
aparentemente absurda y dejar de lado el espectáculo medial que
ofrecía Davos? ¿No está
plagado el mundo de guerras, de generales cainistas, de rencillas
carnívoras? Pero esta vez había una razón. La guerra de los dos
generales amenazaba pasar más allá de los límites de una pelea
cualquiera y estaba por convertirse en un problema mucho más grande
que Libia y su petróleo.
O en otras palabras: esa guerra civil (que de
civil no tiene nada) estaba a punto de convertirse en un problema,
más que nacional, regional. Más que regional, continental. E
incluso, si no nos apuramos un poco -debe haber pensado Merkel con
esa viveza que Dios le dio- en uno mundial. Bastaba echar un vistazo
a las potencias alineadas alrededor de cada prócer. De hecho
al-Serraj cuenta con el apoyo de la UE, de la ONU, y sobre todo de
Turquía. Haftar, por su parte, con el de Arabia Saudí, Egipto, los
Emiratos Árabes Unidos y sobre todo, con el de la Rusia de Putin.
Además es apoyado políticamente por Francia y los EE UU.
Vale la pena ponerse nerviosa, debe haber
pensado Merkel. Los países más armados del mundo pueden enfrentarse
en Siria. Más aún si vemos que Rusia interviene con sus militares a
favor de Hafter y Turquía – ¡un
miembro de la OTAN! – a favor de al- Serraj. La idea de que sobre
las dunas libias iba a tener lugar un choque de trenes entre Rusia y
Turquía pone los pelos de punta a cualquiera. Un choque que tarde o
temprano iba a involucrar a toda Europa. Más todavía si se tiene en
cuenta que Macron padece de ese raro complejo que desde 1914 hacen
gala los gobernantes franceses, el de establecer relaciones
bi-laterales con Rusia a espalda de los intereses europeos. Y que los
americanos, guiados por sus intereses económicos iban a ponerse al
lado de sus socios petroleros saudis, no cabía duda. Money is money
El avance ruso en la región debe haber
preocupado a Merkel. Todas las señales apuntaban a que Putin
intentaría aplicar la receta que le había dado tanto éxito en
Siria. Por un lado, ofrecerse como mediador imparcial de un conflicto
en el que toma parte. Por otro, aparecer frente al mundo como
combatiente en contra del terrorismo internacional. Y al final, la
guinda de la torta: sentar sus reales en Libia nombrando a un
gobierno marioneta al estilo de al-Assad en Siria.
Pero esta vez Putin encontraría dos
obstáculos: Erdogan, que es muy malo pero tan astuto como Putin y
Merkel quien, a pesar de ser buena persona, ya debe tener a Putin más
calado que una sandía. Ambos, Merkel y Erdogan coincidieron esta vez
y olvidando antiguos agravios decidieron hacerle un parelé al
presidente ruso.
La canciller alemana maneja sus cartas.
Justamente para estos casos de emergencia ya había tenido la visión
de ubicar en puestos claves a dos de sus más íntimas amigas (o
alfilas): Annegret Karrenbauer, jefa de su partido y ministra de
defensa en Alemania y Ursula von der Leyen, a cargo de la comisión
de la UE. El objetivo de Merkel en Berlín era más que evidente: la
de-escalación del conflicto. Y para lograrlo ha de haber recordado
la máxima de uno de sus predecesores, Helmuth Schmidt, quien
acostumbraba decir: “mientras la gente habla, no dispara”. Y
donde más habla la gente es naturalmente en una conferencia.
La Conferencia de Berlín del 19.01.2020 fue
sin duda una obra de arte de Angela Merkel. Pero para llevarla a cabo
debe haber mantenido múltiples conversaciones previas. De otra
manera no se explica que el aliado de Putin, el general Jalifa
Haftar, se hubiera retirado de una reunión en Moscú en la que
estaba presupuestado un acuerdo por el alto al fuego entre Rusia y
Turquía y, más aún: que Erdogan hubiese recibido con beneplácito
el llamado de Merkel. Cuantos telefonazos, cuantas promesas en
contante y sonante, son partes de una intra-historia que solo conoce
Dios. Si es qué. Para rematar la jugada, Merkel se las ingenió para
invitar a Pompeo quien iba camino a Davos y no podía decir no, hecho
que hizo aparecer a Putin como un simple invitado más.
Las declaraciones más importantes en Berlín
no las hizo sin embargo Merkel. Dicha tarea la encomendó a su
ministro del exterior, el más bien desvalido Heiko Maas, quien ante
sus socios de coalición debe haber aparecido como un genio político.
Merkel se mostró más bien cauta frente a la
publicidad. Seguramente presiente que la Conferencia de Berlín donde
fue acordado por lo menos un alto al fuego, es solo una de las
múltiples que tendrán lugar sobre un conflicto que está muy lejos
de terminar. Aunque los participantes subscribieron un documento de
55 puntos, la canciller no quiso aprovechar el momento para lucirse
ante las cámaras como lo habría hecho cualquier político puesto en
ese lugar. Por el contrario, con un pensativo gesto dijo
escuetamente: “lo que viene de ahora en adelante será muy
difícil”.
Después de Berlín, como buenos amigos,
algunos representantes fueron juntos a Davos donde los esperaban
entrevistas, declaraciones, reflectores, y un discurso más bien
electoral del presidente Trump donde hablando de todo no diría nada.
Angela Merkel ha dado un paso decisivo.
Alemania bajo su dirección ya no es solo la locomotora económica de
ese ferrocarril de orates llamado Europa. Después de Merkel -y
gracias a Merkel- Alemania será reconocida como un país de
liderazgo político continental. La herencia que deja Angela a quien
la suceda será muy grande. Quizás demasiado grande.