A
ese mono salvaje y enjaulado
que
cada uno lleva oculto en la mirada,
ese
que extiende su mano en tu cuerpo
para
exigir sus derechos inhumanos,
el
mismo que se columpia entre el cielo y la tierra,
pobre
mono que nunca piensa pero ama,
que
no conoce de risas ni de versos,
y
entristece los ojos cuando lo abandonan
o
golpea su pecho cuando el miedo acosa,
no
debes mantenerlo a raya, ni negar su presencia
en
nombre de ningún espíritu santo,
ni
de la familia, ni de la civilización. Ni de la patria
Simplemente
tienes que mimarlo,
darle
de beber de tus aguas
y
acceder cada cierto tiempo a sus exigencias pre-humanas
Y
cuando nadie te vea, en las noches de medialuna,
abrirle
de par en par, y sin miedo, las puertas de tu casa.