Intérpretes: La legendaria orquesta chilena Huambaly y
su cantante Humberto Lozán. Autor: Celio González
Deja que tus ojos me vuelvan a
mirar/ Deja que tus labios me vuelvan a besar/ Deja que tus besos
ahuyenten las tristezas/ que noche tras noche me hacen llorar/ Deja
que la luz retorne a mi alma/ para que lo triste se marche de mí/
Déjame sentirme, dormido en tus brazos/ para que mi ser se llene de
ti/ Deja que mis sueños se aferren a tu pecho/ para que te cuenten
cuán grande es mi dolor/ déjame estrujarte con este loco amor/ que
me tiene al borde de la desolación/ Deja que mis manos no sientan el
frío/ el frío terrible de la soledad/ ¡Quémame los ojos! si es
preciso vida/ pero nunca diga, que no volverás
Se trata sin dudas
de un retorno: Deja que tus ojos me
vuelvan a mirar. “Ojos que no ven,
corazón que no siente”, afirma el conocido proverbio. Lo que no
quiere decir que los ciegos no aman. Los ciegos miran y las
verdaderas miradas no sólo vienen de la vista. En un sentido inverso
ocurre lo mismo: un no menos antiguo dicho afirma que “el amor es
ciego”. Por eso parece ser importante en este bolero la diferencia
entre ver y mirar.
Yo puedo ver sin mirar. Lo mismo
sucedía al cantante de la legendaria orquesta chilena llamada
Huambaly allá, a finales de los años cincuenta del pasado siglo,
cuando yo vivía mi niñez escuchando boleros desde todas las
ventanas de todas las calles de todos los barrios.
Nadie puede, efectivamente, recordar
sin mirar. La diferencia entre mirar y ver es que la vista del mirar
es una propiedad de la mente, por no decir del alma. En cambio la
vista del simple ver es una propiedad de los ojos. Yo puedo, en un
sentido inverso, ver sin mirar. Por ejemplo; esta habitación donde
escribo está llena de objetos, algunos de los cuales tuvieron en el
curso de mi vida una enorme significación. Mas, pese a que los veo,
en estos momentos no los miro. Lo que miro realmente son las letras
que una a una aparecen en la pantalla del programador. La mirada es
la vista que ocupa un lugar no sólo en tus ojos sino en tu alma.
Para verte necesito de tu presencia. Para mirarte basta tu recuerdo
que quedó grabado alguna vez en mí, sabe Alguien por qué. Sí: la
retención del pasado es un atributo del alma.
La palabra retención es importante;
tiene un sentido mucho más espiritual de lo que es, “a primera
vista”, posible imaginar. Retención no sólo es retención de
imágenes o sonidos. A través de la mirada es posible retener un
momento del pasado y esa capacidad de retener el tiempo y seguir
mirando la presencia del amor ausente como si fuera presente es una
propiedad casi divina. Significa que el tiempo que anida en las almas
no se ajusta al tiempo cronológico que es el de la mortalidad, sino
a otro tiempo que hace posible “recursar” el pasado para
convertirlo en una especie de “presente interno”. El verdadero
amor es como un video del alma.
El alma es una casa
con muchas ventanas a través de las cuales puedes asomarte y mirar
distintos momentos del tiempo que has vivido. En esa casa es
imposible pensar sin recordar, o recordar sin pensar. Y recordar es
mirar los momentos del tiempo retenidos en tu alma. Por eso, si
quieres, quémame los ojos,
dice el cantante de la Huambaly. No importa, tú estarás conmigo y
te seguiré mirando desde dentro de mí. Los ojos del amor están
dentro, no fuera, como están los de tu rostro.
Nadie puede detener el paso del
tiempo. Pero todos, a través del recuerdo, podemos re-tenerlo. Y esa
capacidad de retener el tiempo en el alma es ya un anuncio pálido de
la eternidad. Re-tener significa tenerte otra vez aunque no estés.
El amor -es mi deducción- sin retención no funciona.
Deja que la luz
retorne a mi vida quiere decir,
entonces, deja que el recuerdo vuelva y se haga presente y que yo no
sólo te mire sino que, además, te vea. Y que tus
besos ahuyenten mis tristezas, que
significa a la vez, exorcizar los fantasmas pues los fantasmas viven
en las fantasías y las fantasías no son otra cosa que la recreación
fantástica de la mirada en la imagen que grabada en el alma quedó.
Tu imagen que no es sólo un retrato sino también parte de tu alma,
hecha cuerpo, piel y rostro. Entonces el cantante de la Huambaly
regresa al amor que una vez, recién naciendo, lo cobijó en sus
tibios brazos. Como si fuera un niño. Para que todo “lo triste”
se marche de ti.
El amor es un niño
ciego que busca abrigo. Esa es la razón por la cual el cantante
pide: Deja que mis manos no sientan el
frío, el frío terrible de la soledad.
Luego el amor es también el cuerpo que da abrigo al niño. O
digámoslo en términos psicoanalíticos: el amor es la búsqueda de
la madre originaria. No necesariamente de la madre biológica, sino
de la madre- tibieza, o para decirlo con Winicott, de la “madre
-ambiente”.
No obstante, el
“quémame los ojos” es evidentemente una súplica agresiva, la
que contrasta radicalmente con la textura suave y dulce del bolero.
¡Quémame los ojos, si es preciso vida!
¿Cuándo, Dios santo, podría ser preciso en el mundo supuestamente
civilizado que vivimos quemar los ojos a alguien? Quemar ojos es un
castigo horrible. ¿Por qué de pronto, en medio del amor tibio que
tan suave lo acoge, pide el cantante ser castigado de ese modo tan
trágico? Pensemos: No hay castigo sin delito, dirá un juez. No hay
castigo sin pecado, dirá un teólogo. No hay delito ni pecado sin
culpa, digo yo. Aquí hay, queramos o no, una relación casi directa
entre amor- culpa- castigo. Con ello se confirma la tesis teológica
y psicoanalítica a la vez que dice que el ser humano, desde Caín
hasta nuestros días, es un portador de la culpa. ¿Culpa de qué? La
respuesta no la vamos a encontrar en ningún bolero, pero quizás sí
en un tango genial de Santos Discépolo. “Si
arrastré por este mundo el delito de haber sido y el dolor de ya no
ser”. Pero como en estos momentos no
estoy analizando tangos sino boleros, dejemos el tema para otra vez.
No sin antes agregar que de acuerdo con el gran filósofo que era
Discépolo, el ser humano arrastra la culpa de ser. ¿De ser qué? De
ser humano, es mi respuesta obvia.
Nos sentimos
culpables de nuestra imperfección, ese es nuestro pecado originario.
Escuchar y ver QUÉMAME LOS OJOS