Fernando Mires - QUÉMAME LOS OJOS




Intérpretes: La legendaria orquesta chilena Huambaly y su cantante Humberto Lozán. Autor: Celio González

Deja que tus ojos me vuelvan a mirar/ Deja que tus labios me vuelvan a besar/ Deja que tus besos ahuyenten las tristezas/ que noche tras noche me hacen llorar/ Deja que la luz retorne a mi alma/ para que lo triste se marche de mí/ Déjame sentirme, dormido en tus brazos/ para que mi ser se llene de ti/ Deja que mis sueños se aferren a tu pecho/ para que te cuenten cuán grande es mi dolor/ déjame estrujarte con este loco amor/ que me tiene al borde de la desolación/ Deja que mis manos no sientan el frío/ el frío terrible de la soledad/ ¡Quémame los ojos! si es preciso vida/ pero nunca diga, que no volverás

Se trata sin dudas de un retorno: Deja que tus ojos me vuelvan a mirar. “Ojos que no ven, corazón que no siente”, afirma el conocido proverbio. Lo que no quiere decir que los ciegos no aman. Los ciegos miran y las verdaderas miradas no sólo vienen de la vista. En un sentido inverso ocurre lo mismo: un no menos antiguo dicho afirma que “el amor es ciego”. Por eso parece ser importante en este bolero la diferencia entre ver y mirar.
Yo puedo ver sin mirar. Lo mismo sucedía al cantante de la legendaria orquesta chilena llamada Huambaly allá, a finales de los años cincuenta del pasado siglo, cuando yo vivía mi niñez escuchando boleros desde todas las ventanas de todas las calles de todos los barrios.
Nadie puede, efectivamente, recordar sin mirar. La diferencia entre mirar y ver es que la vista del mirar es una propiedad de la mente, por no decir del alma. En cambio la vista del simple ver es una propiedad de los ojos. Yo puedo, en un sentido inverso, ver sin mirar. Por ejemplo; esta habitación donde escribo está llena de objetos, algunos de los cuales tuvieron en el curso de mi vida una enorme significación. Mas, pese a que los veo, en estos momentos no los miro. Lo que miro realmente son las letras que una a una aparecen en la pantalla del programador. La mirada es la vista que ocupa un lugar no sólo en tus ojos sino en tu alma. Para verte necesito de tu presencia. Para mirarte basta tu recuerdo que quedó grabado alguna vez en mí, sabe Alguien por qué. Sí: la retención del pasado es un atributo del alma.
La palabra retención es importante; tiene un sentido mucho más espiritual de lo que es, “a primera vista”, posible imaginar. Retención no sólo es retención de imágenes o sonidos. A través de la mirada es posible retener un momento del pasado y esa capacidad de retener el tiempo y seguir mirando la presencia del amor ausente como si fuera presente es una propiedad casi divina. Significa que el tiempo que anida en las almas no se ajusta al tiempo cronológico que es el de la mortalidad, sino a otro tiempo que hace posible “recursar” el pasado para convertirlo en una especie de “presente interno”. El verdadero amor es como un video del alma.
El alma es una casa con muchas ventanas a través de las cuales puedes asomarte y mirar distintos momentos del tiempo que has vivido. En esa casa es imposible pensar sin recordar, o recordar sin pensar. Y recordar es mirar los momentos del tiempo retenidos en tu alma. Por eso, si quieres, quémame los ojos, dice el cantante de la Huambaly. No importa, tú estarás conmigo y te seguiré mirando desde dentro de mí. Los ojos del amor están dentro, no fuera, como están los de tu rostro.
Nadie puede detener el paso del tiempo. Pero todos, a través del recuerdo, podemos re-tenerlo. Y esa capacidad de retener el tiempo en el alma es ya un anuncio pálido de la eternidad. Re-tener significa tenerte otra vez aunque no estés. El amor -es mi deducción- sin retención no funciona.
Deja que la luz retorne a mi vida quiere decir, entonces, deja que el recuerdo vuelva y se haga presente y que yo no sólo te mire sino que, además, te vea. Y que tus besos ahuyenten mis tristezas, que significa a la vez, exorcizar los fantasmas pues los fantasmas viven en las fantasías y las fantasías no son otra cosa que la recreación fantástica de la mirada en la imagen que grabada en el alma quedó. Tu imagen que no es sólo un retrato sino también parte de tu alma, hecha cuerpo, piel y rostro. Entonces el cantante de la Huambaly regresa al amor que una vez, recién naciendo, lo cobijó en sus tibios brazos. Como si fuera un niño. Para que todo “lo triste” se marche de ti.
El amor es un niño ciego que busca abrigo. Esa es la razón por la cual el cantante pide: Deja que mis manos no sientan el frío, el frío terrible de la soledad. Luego el amor es también el cuerpo que da abrigo al niño. O digámoslo en términos psicoanalíticos: el amor es la búsqueda de la madre originaria. No necesariamente de la madre biológica, sino de la madre- tibieza, o para decirlo con Winicott, de la “madre -ambiente”.
No obstante, el “quémame los ojos” es evidentemente una súplica agresiva, la que contrasta radicalmente con la textura suave y dulce del bolero. ¡Quémame los ojos, si es preciso vida! ¿Cuándo, Dios santo, podría ser preciso en el mundo supuestamente civilizado que vivimos quemar los ojos a alguien? Quemar ojos es un castigo horrible. ¿Por qué de pronto, en medio del amor tibio que tan suave lo acoge, pide el cantante ser castigado de ese modo tan trágico? Pensemos: No hay castigo sin delito, dirá un juez. No hay castigo sin pecado, dirá un teólogo. No hay delito ni pecado sin culpa, digo yo. Aquí hay, queramos o no, una relación casi directa entre amor- culpa- castigo. Con ello se confirma la tesis teológica y psicoanalítica a la vez que dice que el ser humano, desde Caín hasta nuestros días, es un portador de la culpa. ¿Culpa de qué? La respuesta no la vamos a encontrar en ningún bolero, pero quizás sí en un tango genial de Santos Discépolo. “Si arrastré por este mundo el delito de haber sido y el dolor de ya no ser”. Pero como en estos momentos no estoy analizando tangos sino boleros, dejemos el tema para otra vez. No sin antes agregar que de acuerdo con el gran filósofo que era Discépolo, el ser humano arrastra la culpa de ser. ¿De ser qué? De ser humano, es mi respuesta obvia.
Nos sentimos culpables de nuestra imperfección, ese es nuestro pecado originario.

Escuchar y ver QUÉMAME LOS OJOS