Adriana Moran - EL INCENDIO



Cuando algunas voces empiezan a sumarse a la cordura, a ese elemental sentido común que indica que tenemos que mirar hacia adentro y empezar a construir esa fuerza que solo nosotros podemos construir, se desata el pánico entre los que se sienten amenazados por la posibilidad de que nos entendamos. Los que se llaman mayoría le temen a unos pocos que hablan del regreso a la política y sus probadas herramientas como si en lugar de ser lo único que realmente tenemos y de lo que podemos disponer, fuéramos a molestar con el ejercicio de nuestra ciudadanía organizada a algunos que prometieron paraísos que se ven cada vez más lejanos. 
¿Quién pudo habernos convencido de que siendo casi todos los que queremos salir de este juego trancado que cuesta vidas no tenemos la posibilidad de buscar una salida por nosotros mismos? ¿Quién nos hizo creer que un grito bien pegado en alguna tribuna internacional puede ser el sustituto de la coalición de nuestras propias voluntades? ¿Quién puso tanto esmero en desanimarnos de antemano, en hacernos asumir derrotas anticipadas, en invitarnos a abandonar el juego sin siquiera intentar jugarlo? 
Cuando los micrófonos se apagan, y el eco del último grito amenazante se diluye, volvemos a quedarnos frente a frente con esta realidad que amenaza con aplastarnos y que se vuelve cada día más insoportable a pesar de tanta furia exhibida en los escenarios del mundo. Mirar de frente esta realidad nuestra, buscar en cada injusticia y en cada atropello que sufrimos el motivo para cambiarla desde nuestras menguadas pero todavía disponibles fuerzas, puede ser mucho más poderoso que ese alarido mediático. 
Incrustados en un continente en el que cada país tiene un gobernante que debe correr para apagar sus propios fuegos, no podemos sentarnos a esperar que se ocupen de apagar los nuestros más allá del discurso dado en alguna tribuna o en alguna declaración de compromiso con nuestra causa. Las voces que desde aquí llaman a construir una fuerza capaz de expresarse en el voto que de verdad amenaza al poderoso, tendrán que ser escuchadas por los que fueron conminados a la parálisis. La sensatez de muchos, tendrá que sofocar los gritos. Tendremos que apagar nuestro propio incendio.