Cuando algunas voces empiezan
a sumarse a la cordura, a ese elemental sentido común que indica que
tenemos que mirar hacia adentro y empezar a construir esa fuerza que
solo nosotros podemos construir, se desata el pánico entre los que
se sienten amenazados por la posibilidad de que nos entendamos. Los
que se llaman mayoría le temen a unos pocos que hablan del regreso a
la política y sus probadas herramientas como si en lugar de ser lo
único que realmente tenemos y de lo que podemos disponer, fuéramos
a molestar con el ejercicio de nuestra ciudadanía organizada a
algunos que prometieron paraísos que se ven cada vez más lejanos.
¿Quién pudo habernos
convencido de que siendo casi todos los que queremos salir de este
juego trancado que cuesta vidas no tenemos la posibilidad de buscar
una salida por nosotros mismos? ¿Quién nos hizo creer que un grito
bien pegado en alguna tribuna internacional puede ser el sustituto de
la coalición de nuestras propias voluntades? ¿Quién puso tanto
esmero en desanimarnos de antemano, en hacernos asumir derrotas
anticipadas, en invitarnos a abandonar el juego sin siquiera intentar
jugarlo?
Cuando los micrófonos se
apagan, y el eco del último grito amenazante se diluye, volvemos a
quedarnos frente a frente con esta realidad que amenaza con
aplastarnos y que se vuelve cada día más insoportable a pesar de
tanta furia exhibida en los escenarios del mundo. Mirar de frente
esta realidad nuestra, buscar en cada injusticia y en cada atropello
que sufrimos el motivo para cambiarla desde nuestras menguadas pero
todavía disponibles fuerzas, puede ser mucho más poderoso que ese
alarido mediático.
Incrustados en un continente
en el que cada país tiene un gobernante que debe correr para apagar
sus propios fuegos, no podemos sentarnos a esperar que se ocupen de
apagar los nuestros más allá del discurso dado en alguna tribuna o
en alguna declaración de compromiso con nuestra causa. Las voces que
desde aquí llaman a construir una fuerza capaz de expresarse en el
voto que de verdad amenaza al poderoso, tendrán que ser escuchadas
por los que fueron conminados a la parálisis. La sensatez de muchos,
tendrá que sofocar los gritos. Tendremos que apagar nuestro propio
incendio.