Adriana Moran - CALLES SIN DESTINO



Los que en todos estos estos años hemos ido siempre a votar en contra del gobierno, sabemos que la última fila que hicimos en nuestros centros electorales convencidos de ser mayoría y decididos a imponerla, fue cuando votamos en las parlamentarias de 2015. Y también sabemos, que en las convocatorias siguientes esos mismos lugares se fueron quedando sin gente y sin ilusiones. Con los centros electorales vacíos, con las calles sin gente, con espacios de poder perdidos y con la dirigencia opositora sumida en un silencio casi ofensivo, llegamos a diciembre de 2018 con las esperanza destruida y la frustración haciendo estragos y engordando las filas de los que huían a través de las fronteras. 
Y contra todo pronóstico esas calles se volvieron a llenar. Una respuesta entusiasta acompañó en enero a un liderazgo emergente que nacido del seno de ese Parlamento que era el símbolo de nuestra última victoria, volvió a convocar a la esperanza movida por la imperiosa necesidad de creer en una salida posible. 
Pero la calle necesitaba un sentido. Una ruta. Una dirección política que la llevara a luchar para recuperar los espacios perdidos y enfrentar al poder. Y entonces las fantasías y los deseos le volvieron a ganar a la cordura. La fuerza ciudadana real fue despreciada para abrazar una fuerza imaginaria que haría caer al poderoso por llamarlo usurpador a los gritos dentro y fuera del país. Para llamar a los militares a la insurrección y para protagonizar una insurrección sin gente que empezó y terminó en una autopista el 30 de abril. 
Y las calles empezaron a vaciarse. Los que con esperanza las llenaron se fueron retirando lentamente para meter la cabeza en su cotidianidad abarrotada de calamidades, dispuestos a resistir hasta donde les sea posible y hasta donde sus propias fuerzas se los permitan. 
El liderazgo encabezado por Guaidó y apoyado por otros partidos sigue hablando como si esa multitud lo acompañara. Como si hubiera un pueblo esperanzado caminando junto por una ruta hacia la victoria. Como si los discursos y aplausos en escenarios internacionales tuvieran alguna relación con los millones que solo a duras penas sobreviven o con los miles que siguen saliendo para encontrarse con fronteras cerradas y hostiles. Como si las sanciones fueran un pasaporte hacia alguna parte. Como si esas calles vacías aún estuvieran llenas.