No
es que uno se sienta culpable. Las cosas son como son y no como uno
quisiera que fueran. Al pasado no lo podemos cambiar aunque nunca
haya pasado. Pero igual; después lo decidí: no hay que callar más
en nombre de una mala solidaridad.
Después
del golpe en Chile nos juntábamos entre conocidos de la fauna
política y todos estábamos de acuerdo en una: no debimos
haber callado. Lo decíamos, pero en círculos cerrados. O lo
escribíamos, pero no con fuerza y convicción. No fuera a ser que la
gente creyera que no estábamos por la unidad. Porque de saber lo
sabíamos, o por lo menos lo intuíamos.
Las
cosas, meses antes del golpe, iban de mal en peor. Los milicos ya
estaban en la calle. Pero una parte de la izquierda dejaba solo al
gobierno y huía hacia adelante en nombre de una revolución que
nadie sabía como se iba a hacer. Muchos no estábamos de acuerdo con
esa locura desatada. Sabíamos que no podíamos hacer nada en contra.
Pero al menos debimos haber dicho que íbamos por el camino del
infierno. Aunque nadie nos hubiera hecho caso, debimos haberlo dicho.
Habríamos al menos dejado un testimonio.
Pasó
tiempo antes de que me decidiera nuevamente a practicar política
activa. Fue durante los años del Solidarnosc polaco cuando formé
parte de uno de los tantos comités universitarios de solidaridad con
Polonia. En una de las reuniones, un estimado colega, viejo profesor,
dio a conocer sus reservas sobre la composición política de
Solidarnosc. Aseguró, datos en mano, que algunos intelectuales que
apoyaban a Walesa provenían de círculos fascistas y que parte del
clero abrigaba posiciones de tipo franquista. Por cierto, había que
apoyar a Solidarnosc, señalaba el profesor, pero a la vez había que
denunciar la existencia de esos círculos. La mayoría de los
miembros de nuestro grupo se pronunció en contra. Nuestra tarea,
según ellos, debería ser solidarizar con las instituciones
representativas de la resistencia polaca, no tomar partido por unas
en contra de otras. “Esa es una mala solidaridad“ respondió el
viejo profesor, resignado. Solo un par lo apoyamos.
Hoy
Polonia está regida por políticos ultramontanos organizados en el
PIS del caudillo Kaczyński Todos
tributarios de las corrientes sobre los cuales alertó, a su debido
tiempo, el viejo profesor. Debieron haberle hecho caso. Pero una
“mala solidaridad” lo impidió.
Recordé
ese episodio hace algunos meses al escribir un artículo cuyo título
es “miseria de la oposición rusa” en donde alerto sobre las
posiciones representadas por el líder más simbólico, el místico
Alexei Navaltny. Poco tiempo después recibí una misiva vía ND de
una señora de origen ruso diciéndome entre otras cosas que yo
ignoraba las profundidades del alma eslava (sic). Que para ella
Navalny era el símbolo de la resistencia y que criticarlo como yo lo
hacía, me convertía en cómplice de Putin. Le respondí del modo
más respetuoso posible que yo solidarizo con Navalny cada vez que va
a parar a la cárcel, pero eso no me impide estar en desacuerdo con
sus visiones religiosas, ultranacionalistas y patriarcales. Agregué
que por ser lo que soy, solo puedo apoyar a los sectores liberales y
democráticos, vale decir, a quienes están en condiciones de
vincularse con el occidente político, sobre todo con el europeo. Y
agregué finalmente una frase que me llegó desde otros tiempos: “no
escribir acerca de lo que yo sé, es una mala solidaridad”.
Desde
Solidarnosc hasta ahora ha pasado mucha agua debajo de los puentes.
Hoy soy yo un viejo profesor que opina sobre lo que ocurre en
diversos países. Y con intensidad -muchos lo saben- sobre los
acontecimientos que tienen lugar bajo el régimen de Maduro. Los que
me conocen saben que mi solidaridad con quienes padecen esa dictadura
ha sido constante. Pero también, crítica. Demasiado, dirán
algunos. Pero no podía ser de otro modo. La solidaridad para que sea
“buena” debe ser crítica. La otra, la que se contenta con
mencionar hechos, no sirve demasiado.
La
verdad, cuando la oposición decidió abstenerse el 20-M, yo podría
haber escrito que esa era la respuesta adecuada a un régimen que
hacía trampas electorales. El problema es que muchos sabíamos que
esa oposición, aún en las peores condiciones, podía derrotar a la
dictadura. Sabíamos además que la abstención podía terminar con
la existencia de la MUD, embarcando a la oposición en las aguas de
la nada. ¿Cómo no decirlo si lo sabíamos?
La
verdad es que cuando Guaidó, ante el entusiasmo general propuso la
triada que comenzaba con el fin de la usurpación, sabíamos que esa
no era una estrategia sino un objetivo frente al cual no se
especificaba ninguna ruta. Y sabíamos que los objetivos sin ruta
terminan por destruir a los objetivos. Sabíamos también que el plan
de Maduro pasaba en primer lugar por anular la opción electoral y
que colocar a esa opción en un indeterminado tercer lugar, solo
podía favorecer a Maduro. ¿Cómo no decirlo si lo sabíamos?
La
verdad es que la debacle del 30-A fue la consumación de la del 20-M
y que entre esas dos fechas hay una línea recta. ¿Cómo pasar la
página frente a lo uno y lo otro si sabíamos que ambos episodios
formaban parte del mismo capítulo? Supimos que ese día fatal no fue
consecuencia de un par de errores sino de un proyecto que ya había
sido puesto en escena el 2014, con La Salida comandada por el mismo
López del 30-A. Como lo supimos, había que decirlo.
La
verdad es que la comunidad internacional no es un todo homogéneo ni
mucho menos una coalición y que poner las principales decisiones en
manos ajenas -nacionales o internacionales- significaba renunciar a
toda iniciativa y autonomía política paralizando a la oposición,
como ocurrió. Lo sabíamos y porque lo sabíamos lo dijimos.
La
verdad es que siempre hemos sabido que nunca han estado todas las
opciones puestas sobre la mesa y que solo había una, nada más que
una, la de rectificar el rumbo y volver a la exitosa línea de las
cuatro estaciones: la democrática, la pacífica, la constitucional y
la electoral. Había que decirlo. Lo sabíamos y lo dijimos.
La
verdad es que la complicidad de diversos partidos con la
anti-política impuesta en la oposición durante el liderazgo de
Guaidó ha bordeado los límites de la irresponsabilidad. De nada
vale decir (estimado Trino Márquez) que los partidos han sido
víctimas de la maldad de Maduro. La tarea de un dictador es atacar a
la oposición. La tarea de la oposición es defenderse para atacar al
dictador. Maduro ha hecho lo que a él corresponde. La oposición, en
cambio, ha hecho todo lo que no hay que hacer. Y como lo sabemos, lo
decimos.
Podríamos
seguir numerando. Sabemos y hemos dicho muchas otras cosas. Nunca
serán del gusto de todos. Como escribió Javier Marías en su
punzante artículo dominical: “Hay
una fortísima tendencia a negar
lo
desagradable, lo turbador, lo peligroso, y a hacer caso omiso de los
avisos. Muchos políticos han detectado rápidamente esta propensión,
y están dedicados a fomentarla y a aprovecharse de ella. Prometen
cosas imposibles o absurdas sin anunciar nunca cómo las van a
realizar.“
La
solidaridad no se hace con frases piadosas. Callar sobre lo que uno
sabe en nombre de una buena solidaridad es hacer “mala
solidaridad”, dijo el viejo profesor durante los tiempos de
Solidarnosc. Hoy repito esa frase como si me estuviera mirando en un
espejo.