Mi
amigo y (ex) colega Rainer Fabian, quien practicando sus
conocimientos del castellano sigue con atención sociológica mis
artículos, me hizo llegar un interesante texto del también
sociólogo Bernd Graff cuyo título (traducido) es “En el remolino
digital del fascismo“ (Süddetutsche Zeitung).
Al
comienzo tuve ciertas reservas: pienso que la extensión del concepto
fascismo a realidades que no tienen mucho que ver con el fascismo
originario, producen más confusión que orden. Mas, pronto me di
cuenta de que el concepto “fascismo digital” es más bien una
hipótesis. Se trata sin duda de un artículo altamente interesante.
La
intención del autor es mostrar la alta eficacia con que los
nacional-populistas (para otros, neo-fascistas) de nuestro tiempo
-sea en el voto-Brexit, en la elección de Trump, en la campaña
electoral de Salvini, e incluso en la del brasileño Bolsonaro-
utilizan los medios sociales y las redes digitales. Inportante al
respecto ha sido la publicación de un estudio de la Friedrich-Ebert
Stiftung en donde se muestra que en Alemania, AfD, el partido de la
ultra derecha, tiene más seguidores en Facebook que los dos partidos
históricos juntos, CDU/CSU y SPD. ¿Estamos verdaderamente frente a
la emergencia de un fascismo digital?
1.
El
concepto de fascismo digital fue acuñado por Roger Griffin, profesor
de Historia Contemporánea en Oxford. Su éxito deriva de haber
comprobado que las redes son efectivamente movimientos virtuales de
masa y, por lo mismo, objetos de permanente manipulación por parte
de empresas y consorcios en lo económico, sectas y neo-iglesias en
lo religioso y, naturalmente, partidos políticos post-modernos,
entre los que sobresalen los de índole xenófobo como son la mayoría
de los nacional-populistas europeos (y latinoamericanos, agrego yo)
díganse de izquierda o derecha. Según Griffin estos últimos
comparten con los fascistas del pasado la instrumentalización de los
miedos sociales, muy agudos en periodos como el que vivimos,
caracterizado por el pasaje que lleva del modo de producción
industrial al digital.
Los
miedos, por supuesto, no son mostrados como tales, sino como amenazas
representadas por contingentes de emigrantes cuyos propósitos son
inundar Europa (el verbo inundar es usado hasta la saciedad),
superpoblar a Occidente, crear células terroristas, violar a
“nuestras” mujeres para después embutirlas en burcas y así
sustituir a la religión cristiana por la musulmana. Particularmente
efectivo es el mensaje digital del neo-populismo entre individuos
disociados, náufragos sociales que convertidos en masa digital se
sienten unidos por supuestos objetivos comunes. Los hilos se
transforman en redes, las redes en organizaciones digitales y estas
últimas en seres agresivos de carne y hueso, atizando la violencia
en las calles.
Puede
ser que no estemos frente a un nuevo tipo de fascismo, pero sí
estamos frente a un antiguo tipo de barbarie formada por personas
cuyos objetivos son renegar de los principios básicos de la sociedad
liberal, ridiculizar a los defensores de los derechos humanos como
“buenistas” o “progres” y luego erigirse como heraldos que
llaman a combatir a todo lo que sea “políticamente correcto”.
En
ese punto hay una evidente concordancia entre la masa tuitera y la
masa callejera del antiguo fascismo. ¿Qué hacer frente a ellos?
No
hay otra alternativa -opina el citado Bernd Graff- que enfrentarlos
en su propio terreno. Al respecto cita una iniciativa del partido de
los conservadores de Baviera, CSU, orientada a formar expertos
digitales que busquen revertir el mensaje del nacional-populismo.
Pero tal como está presentada la idea, parece conceder más
importancia a detalles técnicos que a políticos. Más importante
sería que todos los partidos democráticos tomaran la decisión de
enfrentar en conjunto el discurso de la nueva barbarie digital. Para
realizar esa tarea habría que partir de un principio: los problemas
nombrados por los nacional-populistas no son inventados; existen. De
ahí el éxito que obtienen.
Las
migraciones, las pérdidas temporales de puestos de trabajo, la
globalización de la producción y tantos otros fenómenos, son
hechos reales. Pero cada uno de esos problemas tiene soluciones
diferentes, y ninguna de ellas debe pasar necesariamente por el
desmontaje de la democracia, por la negación de los derechos
humanos, por la destrucción de organismos supranacionales como la
UE. Lo dicho lleva a deducir que la defensa de los valores
democráticos debe ser asumida de modo activo y militante, no solo
por las fuerzas políticas sino también por quienes están
encargados de preservar los valores culturales de nuestro tiempo. Sí:
me refiero a los intelectuales (sin comillas) entendiendo bajo esa
rúbrica a todos los profesionales que tienen que ver más con la
elaboración de ideas que con su aplicación.
2.
¿Qué
haces tú Fernando metido en medio de esa chusma tuitera? No hay día
en el que no tenga que escuchar una advertencia similar de conocidos,
amigos y personas que me rodean. Mi respuesta inmediata es la de que
uno no elige los campos del antagonismo. Simplemente están ahí.
Naturalmente,
agrego, uno quisiera discutir a través de ensayos y libros, pero el
hecho objetivo es que los enemigos reales, no los virtuales, están
organizados en redes. Puedo naturalmente ignorarlos y afirmar con
arrogancia que la tarea del intelectual no pasa por mezclase con el
vulgo. Pero si quiero de verdad enfrentar a quienes considero
enemigos, es mi obligación salir a buscarlos en sus propios nidos.
Y
no lo voy a negar, a veces me gusta hacerlo.
Pienso
que un tuit bien escrito es un buen ejercicio mental. No pocas veces,
inspirado en discusiones tuiteras, he escrito artículos extensos.
Una frase bien tuiteada, dicha en el momento preciso, puede
desarticular a más de alguna idea preconcebida, diluir un prejuicio
negativo, desorganizar un tabú opresivo. Así como ayer hubo
profesionales de la cultura que decidían abandonar momentáneamente
sus bibliotecas para combatir en las barricadas, hay otros que
sentimos la necesidad de acudir a las redes y enfrentar allí mismo a
los representantes de la barbarie organizada. El escritor español
Arturo Perez Reverte lo dijo muy claro: “la atracción que ejerce
Twitter es la de un territorio peligroso frecuentado por muchos hijos
de puta”.
Nadie
va a objetar a un pensador si no quiere introducirse en las redes.
Después de tantos fallidos imperativos categóricos he llegado al
convencimiento de que cada uno es dueño de hacer lo que quiera en
esta vida, siempre que no transgreda las normas derivadas del derecho
público. Se trata de una opción estrictamente personal. En lo que
respecta a este servidor, ir a las redes significa contribuir a
impedir que esos vástagos de meretrices, mencionados por Perez-
Reverte, se adueñen del espacio comunicacional. Un espacio cada día
más decisivo en la formación de los llamados discursos políticos.
Con
Gramsci estoy de acuerdo en que la lucha política es lucha por la
hegemonía. Conmigo estoy de acuerdo en que, por lo menos parte de
esa lucha, hay que librarla al interior de las redes, arriesgando,
naturalmente, que cientos de descendientes
de la tal por cual, te calumnien, te difamen y te insulten.
Al
fin y al cabo, todas las guerras han sido y serán sucias.