El
plan del habilidoso Pedro Sánchez parecía ser perfecto. Con esa
destreza que solo tienen los hombres mimetizados
con el poder, había logrado después de
las elecciones de
abril del 2019, donde
alcanzó la primera mayoría,
escenificar un
espectáculo de conversaciones y diálogos cuyo único propósito
era hacerlas fracasar.
El
objetivo era más que evidente: convertir a las segundas elecciones
en un paso que lo llevaría de la mayoría
formal a la mayoría absoluta a
fin de gobernar sin aliados o escogerlos a
su gusto y discreción. Pero había que hacerlo
de tal modo que la repetición de las
elecciones no apareciera como responsabilidad
suya sino de la intransigencia y egoísmo
de los demás. Y lo logró. Su
interlocutor más cercano, Pablo Iglesias, saldría
de las conversaciones orientadas a formar
gobierno, como un pájaro desplumado.
Sánchez
hizo lo que quiso con Iglesias. Lo llamaba a conversar para negociar
la composición de un futuro gobierno y luego le ofrecía una
participación de esas tan menguadas que nadie podía aceptar sin
perder apostura y dignidad. O le ofrecía una asociación no
gubernamental y luego introducía objetivos que Iglesias no podía
aceptar so pena de perder credibilidad en su campo de izquierdas.
Con
el otro socio potencial, Ciudadanos, no hubo dilemas ni problemas.
Albert Rivera se hizo el harakiri con su absurda ambición de
convertirse en el líder de todas las derechas habidas y por haber,
regalando el centro político al PSOE. De tal modo que en los tramos
finales de los conversatorios parecía más posible una coalición
“alemana” entre PSOE y PP que una alianza entre el PSOE y Cs. Lo
que no entendió Iglesias fue que Sánchez no pensaba poner en juego
ese centro político que le había obsequiado Rivera haciendo una
alianza con el extremismo representado por UP.
Oleado
y sacramentado: las elecciones tendrán lugar en noviembre.
Suficiente para que Sánchez continúe en su empresa de asegurarse la
mayoría absoluta. Por de pronto ya estaba intentando catapultarse
hacia el olimpo de la simbología histórica hispana apresurado en
llevar a cabo lo más pronto posible la exhumación de los podridos
restos del Generalísimo. Esa iba a ser la marca histórica que lo
elevaría a la condición de prócer de la nación post-franquista.
Sánchez
podía cantar victoria por anticipado. Los números lo favorecían
ampliamente. Sus potenciales competidores bajaban aceleradamente en
las encuestas. UP menos de lo que se esperaba. Pero Cs, después de
las torpezas de su directiva llegó a ser el más grande damnificado
de la política española. Gracias a las genialidades de Rivera, el
partido del anti-independentismo se convirtió en un breve lapso en
el partido más generoso de todos: ha regalado votos a VOX, al PP y
al PSOE.
Hasta
hace poco tiempo las encuestas daban los siguientes resultados: el
PSOE con alrededor del 31,2% de los votos, seguido del PP (19,4%),
Unidas Podemos (13,4%), Ciudadanos (13,1%) y Vox (9%).
Sin
embargo en
un
par
de días
todo
cambió
y
esos
números ya
no
sirven para nada.
¿La
razón? Ha
aparecido
un
cisne negro. Su nombre es
Iñigo
Orrejón en
representación de su mini-partido
Mas Madrid (MM)
al
que le cambió nombre
inmediatamente
después
de haber recibido la adhesión
de
los valencianos de Compromis y de los ecologistas de Ecquo. Desde
ahora -vamos
acostumbrándonos-
llevará el nombre de Mas
País (MP).
La
metáfora del cisne negro tiene la virtud de llevar a un lenguaje más
o menos popular una concepción anti-historicista de la historia
(valga la paradoja). Una según la cual los hechos no acontecen según
un plan metahistórico, sino de acuerdo a la ruta trazada por la
ilógica de la contingencia pura. De acuerdo a esa visión, los
hechos determinan a los procesos y no los procesos a los hechos.
Siguiendo
la línea filosófica formada por la triada Husserl- Heidegger-
Arendt, los acontecimientos (o fenómenos) para que sean tales, han
de ser inesperados, sorpresivos y discontínuos. Tesis que contradice
de plano la línea historicista trazada por la díada Hegel-Marx. En
contra de la historia vista como producto de la necesidad objetiva,
los acontecimientos (eventos según Arendt) al irrumpir cambian el
curso de los hechos y dan comienzo a nuevos capítulos y, muchas
veces, a otras historias.
Para
ilustrar sus tesis los historiadores anti-historicistas recurren casi
siempre al ejemplo del atentado de Sarajevo, hecho que desataría a
todos los demonios europeos dando origen a la primera guerra mundial
y a sus millones de cadáveres repartidos en absurdos campos de
batalla donde los soldados no sabían por qué morían y mataban. Y
como es fácil suponer, sin esa guerra espantosa tampoco habría
tenido lugar la segunda, la más salvaje de la historia de la
humanidad.
Vista
así la historia, los llamados cisnes negros no constituyen
necesariamente una anormalidad. ¿Quién no debe cambiar de plan cada
día como consecuencia de hechos que se entremeten en los momentos
más inesperados? Con mayor razón ha de ocurrir en los grandes
momentos de la historia donde actúan enormes cantidades de seres
imprevisibles. Porque efectivamente, ese cisne negro llamado Errejón,
al anunciar su candidatura presidencial, se les atravesó por lo
menos a tres partidos. En primer lugar, y podría decirse, sobre
todo, a PSOE.
PSOE
– si no aparece un segundo cisne negro – conservará la mayoría,
pero si MP, de acuerdo a los actuales pronósticos, le quita votantes
al PSOE, convertirá a la utopía de la mayoría absoluta de Sánchez,
en una simple ilusión. Ni corto ni perezoso Sánchez, avistando esa
posibilidad, se apresuró a decir, sin que nadie le preguntara, que
algunos puntos del programa de MP (MP no tiene ningún programa,
aparte del cariñoso madrinazgo de Manuela Carmena) le parecían muy
interesantes. De esta manera, si Sánchez no consigue la mayoría
absoluta, podría al menos formar una coalición con Errejón, mucho
más simpático para el resto de los partidos hispanos que ese
dechado del oportunismo político llamado Pablo Iglesias. Como ya se
dice en España, MP nació para ser el socio que necesitaba el PSOE.
Mucho mejor socio en todo caso que el demasiado corrido a la punta
izquierda UP y que el recientemente corrido a la derecha Cs. En fin,
un nuevo partido de centro izquierda, más a la izquierda que PSOE,
más a la derecha que UP.
Si
las cosas siguen el rumbo dictado por el cisne negro Errejón, UP
correrá el peligro de convertirse en un partido de la
ultra-izquierda marginal, como fue Izquierda Unida en el pasado
reciente. Y si eso ocurre – no estamos pronosticando, solo
barajando posibilidades- MP, sin habérselo propuesto jamás, podría
cambiar incluso todo el orden de la estructura política hispana.
La
estructura política de la España bi-partidista (PP y PSOE) pasó a
ser después de la incorporación de Podemos y Ciudadanos, un
cuadrilátero. La irrupción del ultraderechista VOX configuraría
una arquitectura pentagonal. MP, el nuevo cisne negro, ya ha llevado
a constituir una estructura hexagonal.
Con
cisnes negros o no, España mantiene una constante histórica: la de
marchar siempre a contracorriente de la política europea. Así,
mientras en casi toda Europa los partidos socialistas decrecen, el
PSOE aumenta considerablemente. A la vez, mientras en el resto de
Europa la línea divisoria entre izquierda y derecha comienza a
desaparecer, en España -quizás solo por joder– hay ya tres
partidos de derecha y tres de izquierda.
Y
eso que hoy no hemos hablado de los mini-nacionalismos. Pues mientras
en muchos países europeos se trazan líneas en vista a la
conformación de una gran Europa formada por estados nacional,
política y geográficamente muy bien constituidos, España insiste
en volver hacia los umbrales micro nacionalistas del pasado medieval.
Quizás lo que necesita España no es un solo cisne negro sino una bandada de cisnes negros. Y parece que vienen volando. Al momento de escribir estas líneas, Iñigo Erregón está recibiendo adhesiones desde todos los rincones de España. Ya es de película.
Quizás lo que necesita España no es un solo cisne negro sino una bandada de cisnes negros. Y parece que vienen volando. Al momento de escribir estas líneas, Iñigo Erregón está recibiendo adhesiones desde todos los rincones de España. Ya es de película.