Pueden
gritar todo lo que quieran, mantener el insulto, seguir desgastándose
en la diatriba estéril que nos tiene como detenidos en el tiempo
mientras la asfixia lucha por las últimas bocanadas de aire
disponible, pero es evidente a estas alturas que aunque la furia de
este lado se descarga en los que con poco o nada que perder pusieron
sus caras, en los dos lados de la trifulca hay gente apostando a la
reactivación del juego político. Tanto en el lado de la
autoproclamada revolución sin revolucionarios como en el de la
oposición guerrera sin armas ni soldados, hay gente cansada de tanto
juego fútil, de tanta alharaca sin sentido y de tanta pérdida de
tiempo, de ilusiones y de vidas.
Y
es por esta gente que se cansó, y que no está dispuesta a ceder al
chantaje de los intolerantes que se explica que algunos hayan podido
ponerse a conversar para no terminar enfrentados en algún tipo de
guerra que no le conviene a nadie y después de la cual también
habría que sentarse a hablar sobre escombros y cenizas. Es por eso
que vemos hoy a un vicepresidente de la AN que recién liberado
retoma el discurso político perdido y hace que muchos oídos
escépticos se detengan a escuchar la ya casi olvidada música del
entendimiento. Es gracias al esfuerzo de esos que son muchos más que
los cuatro sobre los cuales la intolerancia aprendida descarga su ira
y que no vemos pero que están ahí, que hoy tenemos a una bancada
oficialista ocupando sus curules en un acto que tiene todo de
extraordinario y que podría significar un viraje, esta vez con
rumbo.
Y
claro que se puede fracasar. Que el adversario no es nada confiable,
que hay mil cosas que pueden salir mal y muchas que seguramente
saldrán mal. Pero se fracasará en el intento de acercarse a una
solución para todos usando el nombre de unos pocos y sin pedirle más
sacrificios a nadie. Fracasaron, les dirán. Pero no podrán
acusarlos de haber puesto en riesgo más de lo que ya están las
vidas de todos.
No
faltará la insistencia en el discurso estridente, en la trampa
jurídica que beneficia al contrario, en el enredo innecesario y en
la descalificación como un fin en sí misma, pero solo nos queda
esperar que la sensatez termine por imponerse, que los que tienen que
entenderse se entiendan no para beneficiar a un hombre o a un
partido, sino para beneficio de todos los que habitamos este país
llamado Venezuela, vivamos o no aquí.