El
título de este texto parecerá extemporáneo, no lo dudo. Escribir
que Perón es un fantasma después del éxito apoteósico de Alberto
Fernández en las primarias o más aún, después de que tantos
medios de difusión anunciaran alarmados el regreso de la peronista
viuda de Kirchner, sería un título muy equivocado. Pero el
peronismo no es un concepto válido para todo tiempo y lugar. Ni el
peronismo neo-liberal de Menem (a quien podríamos situar a la
derecha de Macri), ni el peronismo socialista de Kirchner, ni el
peronismo jacobino (populachero) de Cristina, ni el peronismo
post-moderno de Alberto Fernández, tienen que ver mucho con los que
fueron los gobiernos de Perón.
Evidentemente,
no estoy diciendo nada nuevo. Que el peronismo es multiforme lo
sabemos todos. Pero que hay formas estabilizantes y otras
disolutivas, no lo sabemos muy bien. Lo que se está afirmando es que
la forma peronista de Fernández escapa no solo a las formas locales
del ser peronista sino, además, lo acerca al promedio de la
formaciones políticas que imperan en el mundo occidental.
La
política argentina no es exótica ni excepcional como anuncian
algunos analistas políticos. Todo lo contrario: lo que hoy conocemos
como peronismo es el resultado de una serie de mutaciones que han
terminado por llevar a la política argentina a un nivel de
intercomunicación con ordenes prevalecientes en otros países
republicanos y democráticos. Muy peronista dirá ser Alberto
Fernández, pero antes que nada él es un hijo de la globalización,
no solo de la de los mercados sino también de las ideas.
Fernández
es el portaestandarte de una alianza electoral de dos izquierdas que
encontramos en todas las latitudes democráticas: la centrista y la
rabiosa (para decirlo con un término que heredamos de la revolución
robespierana). Al otro lado de la frontera, una derecha liberal en
ambos sentidos de la palabra: el económico y el político. Visto
así, el arco político argentino ha llegado a ser similar no solo a
los que priman en algunos países latinoamericanos (Uruguay, Chile)
sino en la mayoría de los países europeos. De ahí que leyendo el
estupor que ha provocado en los medios difusivos europeos el “retorno
del peronismo” y escuchar a algunos periodistas pronunciar la
palabra “peronismo” con un tono de superioridad, como si hablaran
de los otentotes, uno termina preguntándose en que mundo creen ellos
que viven. ¿No se han preguntado jamás que es lo que hay debajo de
ese significante llamado peronismo? Evidentemente no. Si lo hicieran
encontrarían tal vez un espejo.
Tomemos
como ejemplo a dos de los
principales periódicos de España.
Tanto El País
como El Mundo han
competido en presentar el “retorno del peronismo” como una
catástrofe para el continente sudamericano. El
director de El Mundo escribió incluso una
larguísima parrafada sobre el eterno
retorno peronista. En su hispano-centrismo
(o provincialismo) no logró darse
cuenta de que entre la política española
y la argentina imperan
hoy más equivalencias
que diferencias.
¿Hay
en el mundo una equivalencia tan aproximada
como la que se da entre Pedro Sánchez y
Alberto Fernández
(ambos exponentes
de un socialismo clasemediero, reformista,
urbano y no ideológico)
¿No hay acaso equivalencia en los propios
extremos? ¿No
son tanto el
cristinismo como Podemos entidades
demagógicas que
avivan resentimientos sociales y
representan a la perfección lo que Hannah Arendt llamaba alianza
entre determinadas elites y “la chusma”
(Mob)?
Pero
no solo en las formas, también en
sus actos equivalen los políticos
españoles con
los argentinos. En
los momentos en que escribo estas líneas, Pedro Sánchez y Pablo
Iglesias buscan
unir a “las dos izquierdas” en aras de
un futuro gobierno, proceso
que en Argentina ya tuvo
lugar entre el albertismo
y el cristinismo.
En cierto modo -y
para hablar ahora
de un país considerado políticamente
serio- se trata del mismo
acercamiento que
busca la alicaída
socialdemocracia alemana con la extrema
izquierda (Die Linke) en vistas a la
formación de un gobierno post-Merkel. ¿Por
qué asustarse tanto con
Argentina cuando en
la propia casa se vive
lo mismo? Incluso
si vemos el tema
de las equivalencias por
el lado derecho, veremos que Argentina
supera en un sentido político
civilizatorio a varios
países de Europa. En efecto, la derecha
macrista es predominantemente liberal y en
Argentina no existe un partido
proto-fascista como Vox en España
o como AfD en Alemania, para
nombrar solo a un par.
¿Qué Argentina vivió en plena corrupción
bajo el gobierno de Cristina?
De acuerdo, pero no hay que remontarse al periodo Aznar para
advertir que el
PP en materia de corrupción no tiene que envidiar a
nadie en el mundo. Y ahí lo
tenemos ahora, al
mismo PP,
aspirando nuevamente a
ocupar parte del poder a través de la alianza de
“las tres derechas”.
Pocas
veces las
palabras
neo- testamentarias han alcanzado tanto vigor político frente
a los medios europeos
cuando
descalifican a las elecciones argentinas como
si fueran de segundo orden ¿Por
qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga
que está en el tuyo? (…)
¡Hipócrita!,
saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la
paja del ojo de tu hermano”. Esas
palabras las transcribió San Lucas (6,
41-42)
quien,
como sabemos, no era argentino ni peronista.
PS1.
Pensaba terminar este artículo con la cita de San Lucas. Sin
embargo la pregunta del millón no ha sido respondida. Si el
peronismo nunca ha sido el mismo durante su historia ¿qué
diablos es
el peronismo de hoy?
Podríamos quizás convenir en
que antes
que nada es un
nombre, el nombre de Perón, nombre que
cumple la función, para decirlo con
las palabras de San Lacan, de
ser y fungir como “el
nombre del padre”. Para Lacan, el nombre del padre -hay
que aclararlo- es el nombre de un ser no
existente: el nombre de
un “fantasma del viejo pasado que no
volverá” para decirlo ahora
con Gardel.
El
padre lacaniano tiene
poco o nada que
ver con el padre biológico. Así como
para el Freud de Tótem y Tabú
el padre para
el Lacan del Seminario 3 es
la representación del padre totémico (haya existido o no), el
significante recurrente que permite ser en el tiempo (en la
historia). Es también la
creencia en un antepasado fundador, alguien que nos da la
filiación y
nos hace creer
que no venimos de la nada, una entidad
imaginaria y simbólica que sostiene al
ser político, un
nombre que protege
a las comunidades y
a los individuos de su
propia orfandad y les
permite actuar en su nombre: en “el nombre del padre”.
Muchos
países mantienen “el nombre del
padre” relegado en un
viejo pasado.
Venezolanos y colombianos reinventan todos los años
a Simón Bolívar.
Los uruguayos a Artigas. Los cubanos a Martí, los nicas a Sandino.
Los norteamericanos se remontan a “nuestros padres fundadores”.
Los países post-monárquicos
a la majestad del trono vacío (Lefort).
A los argentinos en cambio
no se les
perdona tener un padre moderno, símbolo
del enlace entre
los sindicatos obreros y las grandes
masas con la política. Pues
al fin eso y no más
es el Perón de
nuestros días: el nombre del padre de
la Argentina moderna. Cada vez
más nombre y
cada vez menos padre.
PS2:
Los chilenos -acabo de comprobarlo- no tenemos a ningún padre
totémico, ni histórico ni político. ¿Será por eso que todavía
una de las principales calles de Santiago se llama “Huérfanos”?