Ernesto
Laclau, a quien nos guste o no, tendremos que recurrir cada vez que
rozamos el resbaloso tema del populismo, nos hablaba de una de las
particularidades de los movimientos que portan ese nombre, y esta es
la de representarse a través de significantes vacíos. Vaciedad que
viene de su simbolismo pues un símbolo para ser símbolo político
requiere condensar en sí una heterogenidad de demandas. Y yo agrego:
pasiones, intereses y, no por último, ideas, ideales e ideologías.
De tal modo que el discurso de un líder populista nunca podrá ser
coherente como debería ser el de un dirigente de un partido, para
decirlo con un ejemplo. Laclau, aún sin nombrarlo, pensaba siempre
en el peronismo. Y naturalmente, en Eva y Perón.
La
representación de la heterogeneidad no puede ser homogéna pero sí
cambiante. Dicho de modo simple: no todos los símbolos tienen el
mismo peso en todos los momentos. En la representación populista
encontramos una competencia de símbolos, una pugna por la hegemonía
simbólica, punto que tampoco escapó a la observación de Laclau.
Esos símbolos están destinados a renovarse y como no son espíritus,
son renovados por las personas que los transportan. ¿Por qué
escribo esto? Por lo siguiente: todos los anuncios hablan de que a
través del triunfo de Alberto Fernández el peronismo ha regresado a
Argentina, pero encarnado en dos personas diferentes: el peronismo
albertista y el peronismo cristinista.
Morales
Solá fue más lejos. En un artículo pre-electoral afirmó
que el cristinismo ya no es peronismo sino otra cosa. Lo mismo el
albertismo. Ambos, según el analista, serían representaciones
argentinas de lo que en otros países se conoce como “izquierdas”.
Una socialdemócrata, otra populachera. ¿Y el peronismo? Digámoslo
como diría Laclau: el nombre de Perón se ha convertido en otro
significante vacío, algo parecido al Martí de los cubanos o al
Bolívar de los venezolanos, nombres que sirven para expresar todo y
a la vez nada.
He
leído hoy (The New York Times 17.08) un artículo de José Natanson, director de Le Monde Diplomatique. Desde su perspectiva izquierdosa
Natanson descubrió algo: un nombre para el futuro inmediato del
cristinismo: Axel Kicillof, ex ministro de economía de Cristina (formado en las canteras académicas de La Cámpora) quien derrotara en la provincia de Buenos Aires nada menos que a
María Eugenia Vidal, la figura más emblemática del macrismo a la
que tampoco nadie puede dejar de reconocer méritos. Kicillof
sería para Natanson el sucesor de Cristina dentro del cristinismo.
Imposible no pensar que Vidal puede ser también la sucesora
de Macri dentro del macrismo. ¿Qué significa todo esto? Algo que
muy pocos han destacado: la política argentina está mutando. El
populismo argentino también. Y como en todas las mutaciones las
nuevas formas conservan y a la vez arrastran el vigor de las
antiguas.
Para
que el Neardental llegara a ser Homo Sapiens tuvieron que pasar
muchos siglos pero a la vez muchos cruces entre los post- Neardental
y los pre- Sapiens (Un desarrollo desigual y combinado dirían mis
antiguos amigos trotzquistas) Saquemos entonces algunas cuentas: en
Argentina encontramos en estado larvario dos peronismos, el
Neardental-cristinismo y el Sapiens-albertismo más algunas formas
evolucionadas que apuntarían hacia el futuro inmediato: el
kicillofismo y el vidalismo.
Eso
no significa por supuesto que para que llegara Messi era necesario pasar
por Maradona. ¿O sí?
Ojalá
fuera así de fácil, la historia.