El duro golpe propinado al
autoritario de Miraflores y su entorno por el informe Bachelet, es un
ejemplo claro de cooperación entre el ámbito internacional y el
nacional. La Alta Comisionada de las Naciones Unidas hizo un trabajo
que no fue solo el resultado de su visita de dos días, sino el de
miles de víctimas organizadas dentro del país por activistas en
defensa de derechos humanos que trabajaron de forma valiente y
sostenida para presentar ante el organismo internacional representado
en su persona testimonios fidedignos y con suficiente respaldo. Aún
con el inmenso compromiso demostrado por Bachelet, sin el testimonio
directo de esas víctimas y sin la organización de muchos para sacar
a la luz lo que desde el poder quieren esconder, ese informe no
hubiera sido posible.
Del mismo modo, sin organizar
la lucha política interna por esas elecciones libres a las que
aspiramos, poco podrán hacer quienes están decididos a apoyarla
desde afuera. La comunidad internacional no es un fetiche. Un amuleto
al que se le pueda pedir, exigir o incluso rogar por ayuda si aquí
dentro no tenemos la capacidad de ponernos de acuerdo para ir en una
misma dirección. Tenemos mucho tiempo caminando sobre vidrios rotos.
Tenemos heridas para demostrarlo. Pero de nada nos servirá exhibir
ante el mundo esas heridas si de este duro tránsito no hemos
aprendido nada.