Dos extremos decididos a
dispararle a todo lo que se mueva en ese espacio diverso y multicolor
que está entre los dos. Un espacio poblado por millones que no
pueden hacer escuchar sus voces aturdidos por una confrontación en
la que el gobierno habla de batallas y de vencer al imperio mientras
del otro lado le responden con más amenazas y con salidas de fuerza
que nadie parece estar muy seguro de cómo se producirán pero que le
sirven al otro para sostener su discurso y mantener a flote el barco
que hace agua.
Ese gran espacio contiene a
los millones que sufren los continuos apagones, que tienen hambre,
que acuden a hospitales sin medicinas y que temen que esas promesas
de bloqueos y más sanciones terminen con sus ya muy precarias vidas.
Y sin embargo, es en ese espacio que no replica los mensajes de
guerra donde reside la fuerza que ha sido ignorada. Es en esa mayoría
que lo ha soportado todo donde puede estar la respuesta para enfrentar
al que manda y para oponerse a las amenazas de los que ofrecen
salidas que costarán más muertes y más miseria.
Pocos errores pueden ser más
grandes que negarle la posibilidad de expresarse a una mayoría que
aún desgastada por la difícil vida que lleva ha demostrado estar dispuesta a acompañar un movimiento que la conduzca hacia el final.
Y pocas promesas pueden ser más peligrosas que las que se le hacen
confiando en la fuerza de un otro que ha demostrado que puede sembrar
el caos en otras tierras sin que los pueblos que las habitan hayan
podido ver el final de sus pesares. Esos millones atrapados entre los gritos de dos extremos igualmente belicosos,
igualmente embelesados con el sonido de sus propias voces, necesitan
encauzar las pocas energías que les quedan para acompañar a quienes
decidan detener tanta destrucción y tanta confrontación inútil y
estén dispuestos a organizar esa lucha por unas elecciones libres
que permitan vislumbrar el final de la pesadilla.
Nuestro pueblo no es distinto
de otros que se han enfrentado o se enfrentan en la actualidad a
mandamases autoritarios en el mundo. Tiene la misma sed de libertad y
el mismo anhelo de prosperidad que los otros oprimidos. También
tiene derecho, como otros, a participar y a apropiarse de su propia
lucha.