¿Quién, aparte de los
miembros del régimen de Maduro, no quiere la unidad política de la
oposición venezolana? El por mí muy respetado Simón García en uno
de sus más recientes artículos la sitúa incluso en el primero de
un trato de tres pisos, previo a la unión entre la oposición y el
gobierno más las elites nacionales, en aras de lograr el crecimiento
económico, el desarrollo humano y la gobernabilidad democrática.
Lo entendemos así: sin unidad de la oposición no habría salida
posible a la crisis integral que hunde a Venezuela. Pero - y aquí
cabe la incómoda pregunta - ¿Es posible esa unidad? Es la primera
pregunta que deberíamos plantearnos. Luego vienen otras más
secundarias como por ejemplo ¿es necesaria esa unidad? Y tal vez una
tercera: ¿es deseable esa unidad?
Unidad absoluta y unidad
hegemónica
Partimos de una premisa: la
unidad absoluta presupone la eliminación de las diferencias lo que
políticamente hablando es imposible. Pero aún si fuera posible no
sería necesaria, pues al ser absoluta dejaría fuera de sí a
amplios sectores que no caben en esa unidad, esto es, sería
excluyente, hecho que bloquearía toda posibilidad para llegar a ser
mayoritaria. Por lo mismo, la unidad absoluta tampoco sería
deseable, más aún si tenemos en cuenta que la supresión de las
diferencias significa la supresión de la política. No la unidad
sino la diferencia es la sal de la política.
Cualquiera posibilidad de
unidad, la venezolana también, pasa por una lucha por una hegemonía,
mediante la cual se constituye una centralidad política que
subordina a los extremos. Así ha sucedido al menos en los países en
donde han tenido lugar procesos de democratización. De tal modo que
la unidad, valga la paradoja, nunca será verdaderamente unitaria si
no proviene de una lucha por la hegemonía entre un centro y sus
extremos. Toda unidad política es el resultado de una lucha
hegemónica. O diciéndolo al revés: sin lucha hegemónica no hay
unidad política.
En el caso de Venezuela
podríamos decir que en estos momentos hablamos de una nación
subsumida en una profunda crisis política. La razón es que tanto en
los bandos del gobierno como en los de la oposición no han sido
configurados espacios de discusión. Por el contrario, en ambos
bandos la conducción se encuentra ejercida por los extremos. Razón
que explica la imposibilidad no solo de dialogar sino de negociar
entre sí. Esa imposibilidad es llamada por Antonio Gramsci, “crisis
orgánica”.
La sombra de Gramsci
Si hablamos de hegemonía y de
crisis orgánica no podemos pasar por alto a Gramsci. La razón es
que su concepto de hegemonía se diferencia radicalmente de otros que
ven en la hegemonía un simple sinónimo del concepto “dominación”.
Pero para Gramsci hegemonía significa exactamente lo contrario. La
dominación -los marxistas ortodoxos hablan de clase dominante,
ideología dominante, etc.- excluye el debate entre fuerzas
antagónicas. La hegemonía en cambio no solo es resultado sino,
además, es configurada en el debate. Debate discursivo constituido
por conjuntos de ideas que se cruzan entre sí, el que en los países
democráticos tiene lugar en el parlamento, pero también en los
medios y, no por último, en la calle. En otras palabras, según
Gramsci no solo hay lucha de clases, sino además hay luchas de ideas
las que no siempre son “de clase”. Con tales formulaciones
contenidas en los Cuadernos de la Cárcel escritos después de
1931, Gramsci subvirtió -eso es lo que no ha sido advertido por
muchos marxistas- la lógica central del pensamiento marxista.
Según el filósofo italiano,
en los procesos de cambio histórico el desarrollo de las ideas está
puesto, sino a la par, por sobre el propio desarrollo de las fuerzas
productivas. Argumento que desde la prisión no podía formular de
modo explícito pues sus “cuadernos” estaban sometidos a dos
filtros: el menos importante, el de sus carceleros quienes de esos
“cuadernos” nada entendían, y el del partido comunista italiano
todavía fiel a las ideas de Lenin. Como sea, la filosofía política
de Gramsci trasciende a la economía política de Marx y en gran
parte la contradice. Con Gramsci y después con Arendt comienza a
renacer la filosofía política que marxistas y liberales habían
intentado sustituir por “las ciencias”, sobre todo por las
económicas.
En cierto modo todo el llamado
post-marxismo está sobre-determinado por la sombra de Gramsci. En la
lógica de la razón comunicativa de Habermas, en la microfísica del
poder de Foucault, en la autonomía del discurso de Derrida, y en
muchas otras visiones del mundo post-moderno, vive Gramsci, aunque no
siempre tales autores se hubieran referido a su nombre. Incluso,
ideólogos de la Nouvelle Droitte como Alain de Bonaist y Vleams Gove
han readaptado las ideas de Gramsci proponiendo la tesis de la
hegemonía cultural para justificar la xenofobia que destilan sus
libros.
Al llegar a este punto
adivinamos la pregunta: ¿sirven las tesis de Gramsci para entender
la situación de Venezuela? Mi respuesta taxativa es: sobre todo
sirven para entender la situación de Venezuela.
Dos crisis
Sin mencionar la tenebrosa
profundidad de la crisis económica venezolana, desde el punto de
vista político hay que señalar que el país enfrenta dos crisis
adicionales: la de un vacío hegemónico nacional o “crisis
orgánica”, según Gramsci, y la crisis de hegemonía al interior
de la oposición. La crisis hegemónica nacional, a su vez, afecta
mucho más a la oposición que al gobierno debido a una razón
simple: el de Maduro no es un gobierno político sino militar. Su
propósito no es alcanzar la hegemonía ideológica de la nación,
como casi lo logró Chávez, sino la simple dominación militar. Su
objetivo no es debatir con el adversario, sino suprimirlo. Para
lograr ese fin necesita arrastrar al adversario al terreno de su
lógica, la militar, a fin de que abandone la lógica política en la
que nunca el régimen se ha sentido demasiado fuerte. Y,
evidentemente, Maduro lo ha logrado.
Desde que el 20-M el régimen
consiguió descarrilar a la oposición de la vía electoral – la
única que conocía- logró de paso dos objetivos suplementarios. El
primero fue destruir a la MUD (sin elecciones no se justificaba su
existencia). El segundo fue sustituir el centro político por un
extremo, objetivo que ha venido cumpliéndose con el aparecimiento de
Juan Guaidó quien, de acuerdo a la línea ultrista de su partido,
Voluntad Popular, logró imponer la lógica de la Salida 3 (la 1 fue
la del 2014 y la 2 la del 2017) mediante la proclamación de una
consigna insurreccional -no otra cosa es el llamado “cese de la
usurpación”- relegando la lucha electoral hasta después de la
imaginaria caída de Maduro. De más está decir que de acuerdo a esa
estrategia una ciudadanía sin armas está condenada a perder su
condición de sujeto político para transformarse en objeto puesto al
servicio de alguna disidencia militar o de la supuesta intervención
norteamericana, hasta el momento usada por Pompeo, Abrams y Bolton
como mera propaganda electoral a favor de Trump.
La estrategia militarista del
extremismo opositor quedó al descubierto el 30-A. Sobre esos sucesos
Guaidó no ha dado nunca una explicación medianamente razonable. Ese
es también un motivo que obliga a no pasar la página del 20-M.
Pues el abandono de la ruta electoral del 20-M -la misma que llevó a
la gran victoria del 6D- dejó un espacio que fue usurpado -vía
Guaidó- por el extremismo endógeno.
Para ser realistas, el
panorama político que ofrece la oposición venezolana es desolador.
No la hegemonía sino la conducción está en manos de un extremo
endógeno (el farándulesco extremismo exógeno de la dama corajuda
no vale la pena mencionarlo). Guaidó llena calles, lo ovacionan diga
lo que diga, dice tener todas las opciones sobre la mesa, llama a
grandes manifestaciones donde se desata en arengas y fantasías, pero
no señala ningún camino. Es definitivamente un líder mesiánico y
pre-político, pero no un líder político, situación que se agrava
debido al hecho de que los sectores que otrora dieran atinada
conducción a la oposición (ADC, UNT, PJ, en parte) han optado por
un silencio que linda con la complicidad. Quizás más de algún
cazurro dirigente espera “su” momento para superar la afonía. Si
es así, ese momento ya pasó.
No el clamor por una imposible
unidad política sino el inicio de una lucha por la hegemonía
tendiente a desarticular el discurso extremista y recuperar el
carácter democrático, constitucional, pacífico y electoral de la
oposición venezolana, puede crear las condiciones para enfrentar a
Maduro por su flanco más débil: el político. Hasta que no tenga
lugar esa lucha, y la oposición no tome otro rumbo, Maduro podrá
respirar tranquilo. Con Guaidó o sin Guaidó.
PS
Escribía Gramsci en sus
Cuadernos que la hegemonía suele anteceder al ejercicio del poder.
Eso quiere decir que la lucha de ideas al margen de las direcciones
partidarias puede estar dándose desde ya tanto al interior como al
exterior de los partidos de la oposición. Hay signos: Destacados
pensadores venezolanos escriben diariamente acerca de la necesidad de
re-encarrilar a la oposición en la vía triunfante del 2015.
Múltiples opiniones en las redes se manifiestan en la misma
dirección. La lucha hegemónica, de acuerdo al mismo Gramsci, no es
visible. Pero sí es perceptible.
Elecciones libres, ya. Así
reza el lema pre-hegemónico.
Esa, por lo demás, es la
única posibilidad que resta para oponerse, aunque sea de modo
testimonial, a una aventura que, de ser posible (y bajo determinadas
condiciones puede ser posible) solo llegará a serlo al precio de la
pérdida de muchísimas vidas humanas.