Cuando las hojas del otoño comienzan a caer
y todos los inviernos
abren sus fauces a la vez
y surgen nuevos
signos de los tiempos idos
debajo de tu piel,
malestares, luego enfermedades,
cansancios
prematuros, vistas gastadas, oídos blindados,
todo eso, como si
fuera un coro de monjes gregorianos
anunciando la
presencia de un final que sin piedad avanza,
quiere decir:
Que ha llegado el
momento de convivir con ese final
de mirarlo de frente
en su abismo sin fondo
de vencer la
tentación de patearle el culo
de comenzar a pensar,
peor todavía,
de comenzar a
entender,
los colores del
amanecer,
la carta cifrada de
la mujer tardía,
el color de la sangre
del buen vino,
las lágrimas de los
peces,
el beso de tu boca
y el epílogo del
libro de hojas amarillas que yace
en el rincón más
oculto de tu casa
Visto así, la
conclusión no puede ser otra:
La vida es bella
Definitivamente bella
Inmejorablemente
bella
Aterradoramente
bella.
Y eso es lo que más
nos jode.