Adriana Moran - NO SEAMOS ELLOS


 Una vez más el poder se comporta como el grupo sin escrúpulos que suma muertos a su larga lista de atrocidades para mostrar su furia y marcar su territorio de la única forma que sabe hacerlo: superándose a sí mismo en su ruindad. Fuera de ese círculo perverso que se estrecha cada día sin disminuir su letalidad, está el país como víctima, los millones que contemplamos impotentes el desastre mientras sufrimos todas las penurias que la crueldad de unos pocos fue capaz de construir para casi todos. 
Ante el panorama desolador, y atrapados por unas fronteras que ya no pueden contener tanta angustia, los habitantes de este país en ruinas estamos indefensos entre un poder malvado pero real y un poder ficticio que expresa sus decisiones en forma de buenos deseos, incapaz de darle forma a lo que ya debió tenerla desde hace tiempo, cuando el horrible presente era solo un presentimiento. Las amenazas para intimidar al poder para que “cesara su usurpación” fueron respondidas con furia verdadera y no hay lugar donde esconderse cuando no hay posibilidad de mostrar una fuerza genuina para responder. 
Por eso, las declaraciones ofensivas hacia la doctora Michelle Bachelet, Alta Comisionada de la ONU, por parte de algunos dirigentes políticos y personas públicas en los últimos días, no son simplemente la muestra de la justificada indignación ante los desmanes homicidas de los que se dicen revolucionarios. Son el reflejo de una carencia que busca compensar en el reclamo al otro su incapacidad de aceptar sus errores y sobreponerse para luchar desde sus capacidades para enfrentar al enemigo real. Sustituir el discurso claro que conecte con esa mayoría ignorada por el de la ofensa copiada al que enfrentamos, no nos acerca a la salida que buscamos. Nos hace ver peligrosamente parecidos a él. 
Y la fuerza real para retar al que manda no puede venir sino de la organización para construir la fuerza que lo supere, que más que imitarlo nos diferencie y que no lo complazca en su objetivo de desestimular nuestra participación. Convertirnos en la mayoría dispuesta a contarse para poner en evidencia que ellos son muy malos, pero son muy pocos. Cada vez menos.