Una vez más el poder se comporta como el grupo sin escrúpulos que
suma muertos a su larga lista de atrocidades para mostrar su furia y
marcar su territorio de la única forma que sabe hacerlo: superándose
a sí mismo en su ruindad. Fuera de ese círculo perverso que se
estrecha cada día sin disminuir su letalidad, está el país como
víctima, los millones que contemplamos impotentes el desastre
mientras sufrimos todas las penurias que la crueldad de unos pocos
fue capaz de construir para casi todos.
Ante el panorama desolador, y atrapados por unas fronteras que ya no
pueden contener tanta angustia, los habitantes de este país en
ruinas estamos indefensos entre un poder malvado pero real y un
poder ficticio que expresa sus decisiones en forma de buenos deseos,
incapaz de darle forma a lo que ya debió tenerla desde hace tiempo,
cuando el horrible presente era solo un presentimiento. Las amenazas
para intimidar al poder para que “cesara su usurpación” fueron
respondidas con furia verdadera y no hay lugar donde esconderse
cuando no hay posibilidad de mostrar una fuerza genuina para
responder.
Por eso, las declaraciones ofensivas hacia la doctora Michelle
Bachelet, Alta Comisionada de la ONU, por parte de algunos dirigentes
políticos y personas públicas en los últimos días, no son
simplemente la muestra de la justificada indignación ante los
desmanes homicidas de los que se dicen revolucionarios. Son el
reflejo de una carencia que busca compensar en el reclamo al otro su
incapacidad de aceptar sus errores y sobreponerse para luchar desde
sus capacidades para enfrentar al enemigo real. Sustituir el discurso
claro que conecte con esa mayoría ignorada por el de la ofensa
copiada al que enfrentamos, no nos acerca a la salida que buscamos.
Nos hace ver peligrosamente parecidos a él.
Y la fuerza real para retar al que manda no puede venir sino de la
organización para construir la fuerza que lo supere, que más que
imitarlo nos diferencie y que no lo complazca en su objetivo de
desestimular nuestra participación. Convertirnos en la mayoría
dispuesta a contarse para poner en evidencia que ellos son muy malos,
pero son muy pocos. Cada vez menos.