Adriana Moran - EL LEGADO DEL ODIO



   Empezó antes, pero fue en 2002, durante el paro petrolero y las multitudinarias marchas que precedieron al carmonazo, que Hugo Chávez entendió que podía explotar todo ese odio que estaba en las calles a su favor. Así, principalmente mujeres ataviadas con los colores de la bandera, eran entrevistadas en la calle y su furia replicada una y mil veces por la pantalla del canal oficial y mostrada por el que estaba en Miraflores mientras fingía amorosos llamados a la reflexión que contrastaban con la ira en su estado más puro exhibida por los caminantes que coreaban el para entonces novedoso “vete ya". 
   Después del desastroso desenlace de esos eventos que cambiaron para siempre el curso de la era Chávez, entre otros retoques para asegurar el control férreo de la disidencia y evitar que se repitiera el susto, el mandatario fue cultivando con esmero esa faceta odiadora de los que se le oponían y la fue usando para atemorizar a sus seguidores y para mantener a sus adversarios en el terreno violento en el que eran más débiles. 
   Y aunque es verdad que muchas veces la dirigencia opositora entendió que en esa confrontación llevaba las de perder y siguió en medio de avances y retrocesos el camino de la política con el que se conservaron o incluso conquistaron espacios y victorias, un sector le siguió haciendo el juego al que lo había inventado a su imagen y semejanza y reeditó en varias oportunidades el desenfreno que lo llevó a transitar más fracasos de los que hubiera podido permitirse frente a un régimen que había ido fortaleciendo al sector militar y asegurando lealtades que lo hacían evidentemente superior en el terreno desigual de enfrentar furia contra balas. 
   No alcanzó el acuerdo que llevó a obtener la victoria en 2015 y que hacía presagiar la continuación de esta ruta política renovando las esperanzas para volver a la cordura. Una vez más se impuso la rabia que había sido estimulada mezclada con antiguas ambiciones y mezquindades y volvimos al asfalto en 2017 para sumar más muertes y más dolor en derrotas anunciadas. 
   Hoy, después de haber abandonado el camino electoral en 2018, ese extremo que se quedó pegado a las protestas de 2002, al inmediatismo del tienes que irte y a su vocación odiadora, sigue más presente que nunca y ha terminado por arrastrar en su irresponsabilidad a otros que fueron más moderados para meterlos en una trampa que no tiene puerta de salida. El legado de odio de Chávez, en medio de un país que se derrumba, parece por momentos estar a salvo.