07.08.2019
¿Por qué di a conocer en mi portal POLIS un artículo con el cual no estoy de acuerdo con casi ninguna de sus líneas? No por pluralista -nunca lo he sido- . Mas bien por lo contrario: para debatirlo. Pues uno no debate con lo que está de acuerdo sino con lo que está en desacuerdo. Y en ese punto el muy difundido artículo del empresario español Ginés Górriz es un adecuado objeto de discusión. Sin duda, bien escrito: con ingenio y pasión. Pero además reflejando una opinión generalizada entre una fracción extrema (no quiere decir minoritaria) de la oposición venezolana a la que muchos no nos hemos cansado de rebatir.
¿Por qué di a conocer en mi portal POLIS un artículo con el cual no estoy de acuerdo con casi ninguna de sus líneas? No por pluralista -nunca lo he sido- . Mas bien por lo contrario: para debatirlo. Pues uno no debate con lo que está de acuerdo sino con lo que está en desacuerdo. Y en ese punto el muy difundido artículo del empresario español Ginés Górriz es un adecuado objeto de discusión. Sin duda, bien escrito: con ingenio y pasión. Pero además reflejando una opinión generalizada entre una fracción extrema (no quiere decir minoritaria) de la oposición venezolana a la que muchos no nos hemos cansado de rebatir.
Quienes
todavía no conocen
el artículo de Ginés Gorriz cuyo
título es “Venezuela, el verbo y la cuchara” puede leerlo
en
https://www.almendron.com/tribuna/venezuela-el-verbo-y-la-cuchara/
La actual “revolución venezolana” sigue, según Górriz, las
pautas de un inteligente guion escrito por Juan Guaidó y Leopoldo
López quienes de acuerdo con la resistencia pacífica de Gandhi y la
primavera árabe intentan crear un mundo paralelo para atrapar “la
antimateria del universo Maduro en supuesta implosión”. “La
fuerza y la debilidad de la revolución Guaidó residen en esa
voluntad de tirar a un tirano comunista sin tirar un tiro”. Sin
embargo, “ninguna estructura de
poder levantada en las fórmulas del comunismo militar ha sido
derribada desde abajo” (ni siquiera Solidarnosc).
Se trata entonces
la de Guaidó
y López -según Górriz- de una “revolución” puramente
simbólica. Por
eso los embajadores nombrados por Guaidó “lo son de la nada
mientras no se establezca un nuevo gobierno”. En suma,
Maduro tiene el verdadero poder, el fáctico, el de las armas. Y lo
demuestra sin titubear. El
peligro, aduce Górriz, reside en que “la
esperanza Guaidó puede tornarse en decepción y el régimen lo hará
responsable de todos los males”.
Y luego
agrega: “No se puede pedir a un pueblo hambriento que salga a
protestar bajo las balas durante mucho tiempo, Maduro lo sabe y los
que defienden el diálogo hacen que no lo saben”. Por
lo tanto – es opinión de Górriz - no
quedaría
más alternativa que una acción
militar conjunta de la CI.
En
ese punto, el autor coincide con el extremismo que apoya a la señora
María Corina Machado. Pues, si las estructuras del poder comunista
no se derriban desde abajo, solo pueden ser derribadas desde arriba o
desde fuera. ¿Y
si la
CI no realiza el acto salvador? Entonces todo está
perdido. La revolución de López y Guaidó - es
la conclusión lapidaria de
Górriz-
tiene
sus días contados. Esta es la esencia del artículo. Lo demás es
blablá.
Vamos
por partes:
la premisa de
Górriz:
“dictadura
comunista militar no sale sin
intervención externa”
es una variante de la divulgada por el extremismo venezolano:
“dictadura no sale con votos”. La del español
es más selectiva. A fin de ajustar a
su conveniencia esa premisa,
Górriz
recurre al peor
ejemplo que se le podría
ocurrir: el de
Solidarnosc. Según el autor, las elecciones
en Polonia llegaron
después de una orden de
Gorvachov. Lo que pasó
por alto Górriz es
que para que esa orden fuera efectiva se necesitaba de una oposición
que hubiese puesto en primer lugar, y no en un segundo ni tercero, la
lucha por elecciones libres. Pero además olvidó
la otra parte de la película: que una de las razones, quizás la
principal, que llevó a Gorbachov al poder, fue el
avance de la disidencia en Hungría,
en Checoeslovaquia en la
RDA, por supuesto en
Polonia y, no olvidemos, en la propia URSS. Y bien, en todos esos
países la primera demanda ciudadana
fue: lucha por elecciones
libres.
No, señor
Górriz:
las elecciones en Polonia no tuvieron
lugar como resultado de
una orden de
Gorbachov. Fue el cumplimento de una demanda elevada por Solidarnosc
al primer lugar de la agenda
desde el comienzo de su
lucha. La premisa sobre la
cual reposa la
argumentación de Górriz
es más falsa
que Judas.
Dictadura comunista puede salir gracias a la acción de las fuerzas
internas – naturalmente
contando con el concurso de fuerzas externas –
e incluso, mediante
la vía electoral.
En
el caso venezolano,
si bien existe una fuerza externa de apoyo, esta
no se
encuentra articulada en
ningún modo con una
salida invasionista. Una
salida por lo demás hipotética. Ningún
gobierno latinoamericano y
ningún gobierno europeo
se ha pronunciado por una
salida de fuerza. Y una
acción unilateral del gobierno Trump solamente sería pensable si la
Venezuela de Maduro pusiera los intereses económicos o geopolíticos
de los EE UU en peligro,
lo que no es el caso. O
si el nivel de conflicto
entre Rusia y EE UU elevara
su intensidad hasta el
punto de situarse más allá de lo político, lo que tampoco, por
ahora, es el caso. Tanto
Putin como Trump no tienen ningún
interés en que eso
ocurra.
Pero Górriz
no se contenta con torcer la nariz a
la historia de Polonia.
También lo hace con la de
la reciente historia
venezolana. Para el efecto
tuvo que inventarse un
movimiento de tipo gandhiano dirigido por López y Guaidó. No
obstante la debacle
del 30-A a la que Górriz
ni siquiera menciona, mostró
exactamente lo contrario. Ese
día el guion de
López/Guaido evidenció
que ambos habían elegido una
ruta golpista algo que con
todo el esfuerzo del mundo sería imposible imaginar
en Gandhi.
De hecho, cuando en la triada guaidiana
el cese de
la usurpación fue situada
en primer lugar por sobre
la lucha por elecciones libres, y
sin especificar nunca
cómo ese
fulano “cese” podría
llevarse a cabo, estuvo
claro que López/Guaidó
habían optado por una salida anti-
gandhiana. Por
lo mismo, como
el enemigo es
militar, el pueblo desarmado no podría ser el sujeto de la
insurrección.
No quedaba más
alternativa entonces que
ceder el lugar del sujeto a eventuales generales. Sea
invasión militar, sea golpe de estado, el fin de la usurpación
ocurriría gracias a la acción de un agente violento pedido de
prestado y sobre
el cual la ciudadanía no
ejercería el menor
control.
Ese
fin de la usurpación sin sujeto ni
vía terminará
desmovilizando a las grandes masas que hoy siguen a Guaidó. Ese
es el verdadero peligro
que se avecina sobre Venezuela. Pues
una lucha contra un
régimen militar como el de Maduro no solo supone trazar objetivos
sino, además, rutas para alcanzar esos
objetivos.
Y bien, no haber sabido
o querido trazar
esas rutas
ha sido hasta ahora el
gran déficit del liderazgo de Guaidó. Por
lo tanto, si un pueblo al
que no se le muestran vías
de tránsito, se desmoviliza, nunca será culpa de ese pueblo y mucho menos de la CI a la que Górriz
de antemano, presintiendo lo que viene, pretende endosar
la causa del fracaso anunciado, liberando
de toda responsabilidad a la conducción ejercida por el extremismo
opositor. El problema –
hay que decirlo de una vez
por todas- está en el
libreto, no en la CI.
Quizás
en un solo punto podría
tener razón Górriz.
El pueblo
democrático venezolano está siguiendo un libreto escrito por López
y Guaidó. Y es bueno
que eso se
diga. Pues ese no
es un
libreto escrito por el conjunto de la oposición. En
el mejor de los casos es
seguido por una parte de
ella. No es ningún infidencia
por lo tanto afirmar
que hay personas y partidos dentro de esa oposición que no comparten
la posibilidad de una
salida de fuerza ni interna ni externa. Nadie puede imaginar,
por ejemplo, que un
partido histórico como AD tenga en vista una salida insurreccional
armada.
Tampoco un Nuevo Tiempo. Incluso
hay sectores de Primero
Justicia que no
comparten en su totalidad el libreto López/ Guaidó. Recordemos
que Henrique Capriles se ha
pronunciado infinidad de
veces en contra de toda alternativa golpista, venga
de donde venga. La
talentosa Mercedes
Malavé
de Copei y el promisorio
dirigente Luis Romero de
Avanzada Progresista han sido algunas
de las pocas voces que se
han atrevido a mostrar públicamente su disenso con el libreto
mencionado.
Los demás partidos esperan quizás convencer a Guaidó -a
quien las multitudes
le tienen fe por
razones más religiosas
que políticas- de la
equivocada opción
que ha tomado. Si es así,
deberán
apurarse. El tiempo apremia. Y
Maduro, el halcón del
otro extremo, ya afila sus garras.
Desde el abstencionismo del 20 de
Mayo bautizado por Carlos
Raúl Hernández
como “la
gran burrada” observamos con
preocupación como la
hegemonía de la oposición venezolana ha sido desplazada desde el
centro hacia un
peligroso extremo.
Problema grave, pues si hay un hecho común, quizás el único que
caracteriza a todas las
transiciones democráticas de la historia moderna, es que las
salidas hacia la
democracia nunca han
sido por los extremos sino siempre - y cuando decimos siempre decimos
siempre- por el centro. Eso debería
saberlo muy bien Górriz
pues escribe desde
un
país donde Adolfo
Suárez y Felipe Gonzáles, vale decir, la centro derecha y la centro
izquierda,
pusieron en forma a la república hispana.
Recuperar la
centralidad política es
la inmensa tarea
que tiene por delante la oposición venezolana. Esa
misma centralidad que hizo
posible derrotar nada menos que a Chávez en el memorable plebiscito
del 2007, la misma que llevó a la gran victoria del 15-D, la misma
que trazó la ruta pacífica, constitucional, democrática y
electoral. La
misma en fin que
nunca debió haber sido abandonada. Mientras
esa centralidad, y por lo mismo su ruta electoral
equivalente no sea
recuperada, la ciudadanía venezolana
estará condenada a vivir
secuestrada por dos
extremos: el de un gobierno militar -el del
“pinochet rojo” en la
expresión de Górriz-
y el de una oposición que, al ceder la iniciativa a terceros,
terminará desmovilizándose
y, por lo mismo, convirtiendo al gran apoyo internacional que una vez
tuvo, en una simple quimera.
En
Polonia como en Hungría, en Checoeslovaquia como en la RDA, cuando
los disidentes, aún en
los peores tiempos,
no contando
con ninguna solidaridad
internacional, pusieron la lucha por elecciones libres por
sobre cualquiera otra, no
lo hicieron porque pensaban que los regímenes comunistas iban a ser
tan generosos como
para concedérselas alguna
vez. Lo hicieron porque
sabían que, como Maduro hoy, a lo
que más temen los tiranos es a las
elecciones libres.
Es la misma palabra a la que los extremistas venezolanos - los
de allá y los de acá - han
llegado a temer más que Drácula a los crucifijos. Y
no por
último, la misma que podrá mantener en
el tiempo el vínculo
entre la lucha interna y la llamada CI.
La lucha por elecciones libres es
una vía: el fin del régimen opresor es en cambio un objetivo. Poner
un objetivo sin señalar
la vía significa
destruir el objetivo. Si
eso sucede, la culpa – y
que lo sepa desde
ahora Górriz - no será
de la CI.