Fernando Mires – ENTRE TEHERAN Y CARACAS



16.06.2019
Entre Caracas y Teheran hay muchas horas de vuelo. Pero si medimos usando vectores políticos hay entre ambas capitales ciertas cercanías. Lo hemos podido advertir recientemente. La decisión de los EEUU de emparejar sus posiciones frente al régimen de Maduro con el Grupo de Lima y la Comisión Europea revelan que por el momento EEUU no está interesado en una intervención directa en el país sudamericano. Quizás nunca lo estuvo.
Cuando más la atención de los EEUU – en contra de lo que imaginan los grupos ultras de la oposición venezolana- figuraba en un cuarto lugar de su agenda internacional. En tercer lugar el muro anti-México, promesa sagrada de la campaña electoral. En segundo lugar el potencial conflicto que aún mantiene con su enemigo atómico número dos, la Corea de Kim Jong Un. Y, por supuesto, en un primerísimo lugar, el conflicto de alta intensidad desatado por el gobierno de Trump en contra de su enemigo atómico número uno: el Irán de los ayatolahs.
EEUU a pesar de todo su poderío no puede atender a esos cuatro frentes a la vez. Su gobierno decidió entonces deshacerse de los tres fardos menos pesados. El conflicto con Corea es aún latente, pero se arreglará a su debido tiempo negociado con China. El tema del muro lo dilató Trump provisionalmente gracias a un acuerdo “chimbo” al que se prestó López Obrador. El tema Venezuela le fue facilitado por la propia oposición venezolana al haber sido probado - ese ominoso 30-A – que no hay medios fácticos para poner fin a la llamada usurpación. Solo quedan los medios políticos y así lo entendió Abrams mucho más claro que Pompeo, aconsejando a la oposición transitar por el único camino que tiene frente a sí: el democrático- electoral, contando para el efecto con todo el apoyo de la CI, que no es poco. Esa vía encajonaría a Maduro en su contradicción más esencial. ¿Qué país del mundo podría estar en contra de elecciones libres aparte de Cuba y tal vez Nicaragua? Incluso Rusia, bajo ciertas condiciones, apoyaría esa alternativa. Lo último depende, por cierto, de la dimensión que asuma el conflicto de los conflictos: el de Washington con Teheran.
Dificil es predecirlo y decirlo. Por el momento asoman tres alternativas. La primera es el método preferido por Trump - podríamos llamarla “alternativa coreana“ -. Consiste en elevar al máximo la intensidad del conflicto hasta el punto que a su adversario no le quede otra vía sino ceder. Pero ese método solo puede resultar sobre la base de que los ayatolahs piensen parecido a los coreanos y chinos, lo que no parece ser el caso, pues entre los iraníes priman conceptos como el martirologio, el honor y desde el punto de vista más político, la necesidad de no aparecer humillados en el espacio islámico frente al poder norteamericano. Irán, y esa es la diferencia con la aislada Corea del Norte, cultiva pretensiones hegemónicas en el Medio Oriente. Y aquí aparecería una segunda alternativa a la que llamaremos “tipo Irak“. Es la de la operación quirúrgica según la jerga de los politólogos. Fácil de realizar, difícil de mantener. El caso de Irak está muy vivo. Bush eliminó rápidamente a Husein y sus tropas. El nido de terroristas en que después se convirtió Irak todavía nadie no lo puede controlar. Sin embargo el testarudo John Bolton parece decidido a probar esa alternativa.
La tercera alternativa es que los EEUU se embarquen en una guerra de representación sobre la base de un eje estratégico conformado por Israel, Arabia Saudita y los Emiratos en contra de otro eje formado por Irán, el chiísmo mayoritario de Irak y desde más atrás Rusia e incluso China. Puede ser posible: Israel tiene un interés prioritario en destruir Irán pues así se constituiría en el único poder atómico de la región y de paso las ramificaciones terroristas tipo Hezbolah quedarían aisladas. Los saudis y los Emiratos a su vez, ejercerían control sobre el estratégico estrecho de Ormuz (donde según Trump tuvieron lugar los “atentados” acuáticos de Irán) y se apoderarían definitivamente del Yemen. No por último, desde el punto de vista “religioso“, el sunismo se convertiría en la confesión hegemónica de la región. Pero que nadie se engañe. La que recién asoma sería, bajo esa tercera alternativa, una guerra semi-mundial. Todo el Medio Oriente ardería bajo fuego y la milenaria cultura persa sería convertida en un Vietnam Islámico. Un infierno.
Si se imponen las alternativas segunda y tercera el gran perdedor sería sin duda Europa. No solo por las cuantiosas inversiones que casi todos sus países mantienen con la teocracia iraní, sino sobre todo por la gigantesca ola migratoria que desataría un conflicto bélico de esas magnitudes, una al lado de la cual la que provocó Putin en Siria sería una bagatela. Lo suficiente para desestabilizar a la UE definitivamente. Paradojalmente, gane o pierda, Putin emergería así como el gran vencedor. Si gana, se convertiría en protector internacional del mundo islámico chií. Si pierde, toda la frágil arquitectura política europea se vendría al suelo.
¿Y Caracas? Al lado del panorama erigido sobre la geopolítica mundial, los intentos de la fracción extremista comandada por el trío Machado, Ledezma, Arria, presionando a Guaidó para que abandone la vía del diálogo y exija una intervención militar, aparecen – por decir lo menos- como grotescos. Visto así, la primera necesidad para la oposición venezolana es deshacerse de una vez por todas de ese estéril extremismo que ha llevado atado como un pesado cetáceo alrededor de su cuello a lo largo de toda su historia.
Todo indica que la única alternativa frente al poder armado de Maduro reside en la reactivación de la vía democrática, pacífica, constitucional y electoral, es decir, en un regreso a la tradición que llevó al triunfo del 6-D. Para el efecto será decisivo que el liderazgo hasta ahora puramente mesiánico de Guaidó se convierta en lo que siempre debió haber sido y no es: un liderazgo político. Y eso no solamente depende de Guaidó. Depende en primera línea de los partidos y organizaciones civiles que lo acompañan. Toda otra vía conduce, definitivamente, a un callejón sin salida.