Guaidó sale a recorrer el interior del país y mucha gente lo
acompaña. Hemos visto esas fotos en estas últimas semanas y
entendemos que la gente que está allí, igual que todos los que
estamos sufriendo esta calamidad de país que nos destruyeron,
queremos y necesitamos un cambio. Queremos que se detenga esta caída
de vértigo que amenaza nuestras vidas, que ya se llevó a muchas y
que se llevará muchas más si no encontramos la forma de pararla.
La gente que sale a la calle a escuchar al líder, y los muchísimos
más que no estamos ahí, queremos lo mismo. Y si con quererlo
bastara, ya lo hubiéramos conseguido. Tomar ese deseo mayoritario y
convertirlo en acción es el trabajo de quienes pretenden liderarlo.
Transformar el deseo de muchos, con toda su carga de pasión y furia,
en un clamor de mayorías y mostrarle el camino para que pueda
expresarse para conseguir un fin común implica impedir que se
desboque y se convierta en ira destructora, o que se desgaste y se
transforme en frustración y desesperanza. Y para encontrar ese medio
que por un lado amarre furias y por el otro estimule desencantos, el
camino que se muestre debe ser uno: posible, que dependa de las
propias fuerzas, y que tenga el respaldo de quienes están dispuestos
a ayudarnos a superar esta tragedia.
Pedir el cese de la usurpación como requisito para emprender los
cambios que necesitamos es condenar a las mayorías que apenas logran
sobrevivir a depender de la voluntad de un otro que no se siente
amenazado por esa exigencia. Es ponerle un corsé a la propia fuerza
para anularla.
La población debe ser convocada por su liderazgo político a la ruta
posible, a la lucha real que sea capaz de retar al régimen y que
pueda aglutinar en un solo movimiento la pasión y las muy válidas
razones para oponerse a esta debacle. Dejar de lado el no se puede
inmovilizador y la enumeración de obstáculos para emprender con
claridad la lucha por elecciones libres.
La única lucha a la que
estamos obligados. Es la única en la que todos podemos participar.
Es la única que no encontrará resistencia entre las democracias del
mundo. Y por sí fuera poco, es la única a la que los que están en
el poder le temen.