Esta semana los venezolanos
que aún nos aferramos a esta tierra contemplamos con tristezas
renovadas ese éxodo continuo que se desplaza más allá de nuestras
fronteras. Son muchos, se ven cansados, y al ver las fotografías que
ahora sustituyen a las de las marchas que ilustraron los primeros
meses del año, no podemos dejar de pensar que esos que ahora
abandonan el país para buscar otro destino esperaron hasta lo
último, que estiraron sus fuerzas hasta el límite antes de
emprender la aventura renovando muchas veces su esperanza y que al
final, ese viaje es el reconocimiento de que no había razones para
insistir.
Imposible no vernos reflejados
en el miedo que sabemos que sienten. Imposible no sentir que no hay
casi distancia entre los que hoy se van y los que se irán mañana y
en las próximas semanas o meses. E imposible no pensar que un día
podremos formar parte de ese espectáculo mezcla de renuncia y miedo
que debe moverlos mientras caminan hacia lo incierto por la única
razón de que lo conocido es insoportable.
Y no hay dudas del origen de
la debacle. La mayoría sabemos que los que se enquistaron en el
poder para manejarlo a su antojo y sin controles arruinaron un país
que tuvo no solo la capacidad de mantenerse y crecer, sino también
la de recibir a otros que también huían de lugares inhóspitos para
que crecieran con nosotros. No hay forma de confundir a los
responsables de acabar con la vida y las esperanzas de tantos, como
tampoco hay forma de no cuestionarnos a nosotros mismos.
Una inmensa mayoría opuesta a
los que nos impusieron un desastre capaz de hacer huir a millones, no
ha sido capaz de constituirse en una fuerza capaz de enfrentar al que
aún sin apoyo nos somete. Enredados en las trampas que ellos
urdieron para confundirnos, entregados al sueño de salidas
inmediatas, seducidos por voces delirantes y promesas de finales
anticipados, nos fuimos atascando y perdiendo el tiempo que no
teníamos.
Todavía podemos regresar a
los caminos sensatos que no debimos abandonar. Todavía quienes nos
dirigen pueden torcer el rumbo y organizarse y organizarnos para
convertir esta furia y este miedo en el movimiento de lucha al que
tenemos derecho y al que estamos obligados. Todavía podemos
reunir las menguadas fuerzas para actuar como uno solo y exigir esas
elecciones que pueden hacernos libres.