18.05.2019
La renuncia forzada del Heinz- Christian Strache no pudo ser más
malvenida por el populismo nacional europeo. No solo porque el
extremista líder del FPÖ era vicecanciller de su país sino porque
el hecho ocurrió justo en los momentos en los que el super-líder
Matteo Salvini se disponía desde Milan a movilizar a todos los
comandos políticos del continente en una campaña triunfal destinada
a ocupar importantes bastiones de la UE en las elecciones que
tendrán lugar el 26 de mayo. En la gran fiesta se encontraban
presentes todos los próceres del nuevo populismo-nacional europeo,
Marine Le Pen y Geert Wilders a la cabeza. Todos menos uno.
En el lugar que correspondería a Strache, uno de los más virulentos
de la escena populista, solo había un imaginario agujero negro, uno
que puede arrastrar consigo a votos que se consideraban ya asegurados
en el mega proyecto nacionalista. Más de alguien con vocación
religiosa pensó seguramente que se trataba de una ayuda de Dios a la
democracia austriaca. Pero no. La ayuda vino desde otra parte: desde
dos de los más prestigiosos medios periodísticos de Alemania:
Spiegel y Süddeutsche Zeitung.
Fue la de ambos medios de comunicación una obra maestra de
periodismo político.
Las tomas televisivas de Ibiza en las cuales aparece Strache negociando con
una empresaria rusa un apoyo financiero a su campaña electoral a
cambio de beneficios a ser concedidos, fueron hechas en el 2017. Los
dos medios, efectivamente, esperaron con paciencia el momento preciso
para dar a conocer el fruto de su trabajo. Y lo encontraron.
Fue también un obsequio inesperado para el joven canciller austriaco
Sebastián Kurz. Su incómodo socio de coalición, Strache, se retira
justo en los momentos cuando los números en las encuestas comenzaban
a favorecer a Kurz y su partido. Queda así abierta la perspectiva
para que Austria adquiera en el futuro inmediato lo que le
corresponde tener de acuerdo a la nueva correlación nacional de
fuerzas: un gobierno de centro-derecha o incluso de centro-centro,
sin demagogos ni extremistas boicoteando desde dentro.
Que la conversación hubiera tenido lugar entre Strache con una
empresaria rusa fue más que decidor. Testimonia una vez más la
abierta colaboración de instancias provenientes de Rusia con los
partidos del populismo-nacionalista europeo. Naturalmente la que
estaba allí presente era “solo” una persona privada y no una
agente de gobierno. No obstante los periodistas avisados ya conocen
el procedimiento. El gobierno de Putin nunca envía representantes
oficiales a conversaciones no oficiales. Para ese efecto dispone de
complejas redes de empresas, incluso mafias manejadas desde los
centros del poder político las que realizan su trabajo a cambio, por
supuesto, de correspondientes retribuciones.
Muy interesante fue observar la despedida de Strache. El hombre
parecía estar realmente indignado. Daba la impresión de no poder
entender el mundo. Y probablemente no lo entendía. Como observa el
sociólogo Claus Leggevie en su libro “Anti-Europäer”, los
líderes del extremismo nacionalista mantienen una relación
instrumental con el estado de derecho. De la misma manera que sus
predecesores comunistas se consideraban representantes de una
instancia superior llamada “proletariado”, o de la misma manera
como los líderes del Islam ponen a Dios por sobre todas las leyes,
los nacional-populistas creen ser depositarios de un mandato
pre-político que proviene directamente de “el pueblo”. De ahí
que a diferencias de los políticos normales quienes, cuando son
sorprendidos en actos delictivos tratan de evadir las cámaras, los
nacional populistas realizan verdaderos actos de narcisista
exhibición.
Se comprueba una vez más: estamos frente a un nuevo fenómeno de
patología política colectiva muy parecido a los que aparecieron en
esos momentos cuando emergieron los fascismos y los comunismos
europeos.
Quien entendió perfectamente la nueva situación fue, para variar,
Angela Merkel. En verdad, la canciller no parecía estar demasiado
comprometida en la lucha por el parlamento europeo. Cierto es que
desde su lugar político no le corresponde realizar tareas de
agitación, pero ese silencio que mantenía frente al evento,
comparado con el ruido de sus colegas europeos, estaba incomodando a
su propios partidarios. De ahí que cuando llegó el momento de
emitir su opinión, todos esperaban una de esas declaraciones
formales en las que ella suele no decir nada. Pero no. Merkel, como
si llevara un reloj político en su cabeza, sin mencionar a Strache,
enfocó sus palabras directamente en contra de la amenaza populista.
Dijo:
“Tenemos que vérnoslas con corrientes, con corrientes
populistas que en muchos aspectos desprecian a nuestros valores y que
quieren destruir a la Europa de nuestros valores. Debemos
enfrentarlas del modo más decidido”
Seguramente las palabras de Merkel no echaron a perder del todo la
fiesta de Salvini en la Plaza del Duomo. Pero fueron lo
suficientemente claras como para aguar el vino a todos los
comensales.