Hay
que decirlo, se quiera o no: los acontecimientos del 30-A dirigidos a
provocar mediante un supuesto alzamiento militar un cambio de
gobierno en Venezuela no solo mostraron errores técnicos u
operativos como intentó formular de modo honesto Juan Guaidó ante
The Washington Post. La operación misma fue un error político de
monstruosas proporciones.
Puede
que ese 30-A pase a la historia como el día cuando la gran debacle
de la oposición venezolana apareció visible en toda su realidad. Un
día que marcará un punto de inflexión que, si no es asumido
oportunamente por la dirigencia opositora, correrá en la cuenta,
como ha sucedido hasta ahora, de la inmensa mayoría de la noble
ciudadanía venezolana.
Debacle,
no derrota. La diferencia es importante. Una derrota, sea militar o
política, ocurre frente a un enemigo superior. Una debacle en cambio
surge como producto de un colapso interno derivado del choque que en
algún momento debe tener lugar entre el mundo de la realidad
fantástica y el de la realidad objetiva.
La
debacle no comenzó con
el casi inexistente
alzamiento militar del
30-A.
Ese día solo fue
manifiesta. Sus orígenes
provienen, para
ser precisos,
desde el
20-M 2018,
cuando fue
elegido Nicolás Maduro presidente de la república sin
participación electoral
de la gran mayoría de la
oposición, es decir, sin necesidad de que Maduro hubiese sido
obligado por nadie a
usurpar el poder.
El
20-M no hubo usurpación. El 20-M fue el día de la ominosa
abstención de una oposición
paralizada
por sus propias contradicciones,
incapaz de levantar una
candidatura unitaria que
denunciara al régimen a
partir de una participación
directa en un proceso
electoral viciado. De esa oposición que abrió
todos los espacios
políticos a un régimen anti-político en
nombre de una absurda
“abstención activa”
de imposible realización. La auto-destrucción de la MUD, organismo
unitario de la oposición electoral,
fue solo
la directa consecuencia de
la suicida decisión del 20- M. El llamado Frente Amplio – quizás
el primer frente anti-electoral del mundo- resultó
solo ser
un remedo universitario
de esa
MUD que en
un
extraño
momento de lucidez fue
capaz de conducir a la más
grande victoria alcanzada por el pueblo democrático:
la del 6-D, día
cuando
nació la nueva AN,
único organismo de representación popular que existe en Venezuela,
casa democrática de
donde llegó
el mismo Juan Guaidó.
El
reciente 30-A
es un hijo directo del 20-M. Esa es la razón por la cual no pocas
personas no quieren, no pueden, ni deben pasar la página del 20-M.
La filiación -ahora lo
sabemos muy bien-
comenzó a gestarse durante el épico momento de la llamada
juramentación de Guaidó
como “presidente encargado”.
La
juramentación de Guaidó no fue solo
la decisión de un líder
iluminado, sino la de una fracción hegemónica de la oposición
dentro de la cual VP ejerce la conducción a través de su dirigente
máximo Leopoldo López. Todos los hechos ocurridos desde el 23-E llevan la
marca de
López y los suyos y la
diferencia de estilo que se da entre el tono ponderado de Guaidó y
el más
exaltado de López no lo
logra ocultar.
El “voluntarismo de
Voluntad Popular” y en parte de Primero Justicia han dictado el
ritmo de la oposición democrática desde el 20-M hasta ahora.
Por
de pronto la decisión de
poner fin al gobierno de Maduro sin precisar los medios para llevarla
a cabo contiene en sí
la misma lógica
de la
“La Salida” de 2014.
Allí también la exigencia del movimiento surgido después de la
inapelable derrota electoral experimentada
por la oposición en las elecciones
municipales del
2013 pretendía mediante activación del movimiento de masas lograr
el quiebre del estamento militar y
así terminar
con Maduro. Fue también
ese el perfil
de “la hora cero” durante las postrimerías de las movilizaciones
del 2017. La del 01-M
iba a ser definitivamente
“La Tercera Salida”.
La insurrección
pura y total. La
diferencia era
que esta vez los militares no
apoyarían el movimiento
del pueblo sino el pueblo al movimiento militar. Es
decir, el pueblo iba a ser sacado a las calles a cumplir una
estrategia que solo un puñado
de iniciados conocía
“….la
oposición calculó mal el apoyo que tenía dentro del ejército”
declaró Guaidó
a The Washington
Post, expresión
candorosa si de por medio no hubiera estado en juego la vida de miles
de personas. Y para
rematar agregó: “Tal
vez porque necesitamos más soldados”.
Algo así como “fuimos a la guerra pero
se nos olvidaron las
balas”. Un pequeño
detalle, claro está.
Después, todo de
mal a peor:
convocatorias a “paros generales escalonados” en un país de
trabajadores hambrientos, carentes
de organizaciones
sindicales
y sobre
los cuales la oposición no ejerce ninguna
conducción. Y por
supuesto, marchas
sabatinas con cintas
azules para “pedir” a los militares patriotas unirse
a un movimiento que
para colmo es
cada vez más
decreciente.
¿Cómo
después de tanto tiempo los líderes de la oposición no se han dado
cuenta que el de Maduro no es un gobierno
civil sino militar? Más
fácil es que
los curas de Roma se levanten en contra del Vaticano a que las FAN lo
hagan en contra de ellas
mismas. Y aún si así
fuera: ¿nadie
sabe lo
que eso significa?
Nada menos que una guerra
civil de resultados inciertos en donde los cadáveres serían puestos
por los contingentes
juveniles de la oposición. En
breve, la posibilidad de
una masacre sin precedente en la historia de América Latina. ¿Cómo
explicar tanta irresponsabilidad? ¿Cómo
explicar tanta desconexión con la realidad? ¿Cómo
explicar
tanta locura
revestida de “planes”
políticos?
“Puedo
entender que un ciudadano desesperado por el entorno que lo agobia
deje de creer en la política y se entregue a fantasías liberadoras.
Que la clase política se niegue a sí misma y también lo haga, no
lo voy a entender jamás” - escribió
Adriana Moran desde Twitter-.
Tiene razón, pero hay que tratar de entender lo inentendible, paso
necesario para intentar restablecer un mínimo de coherencia en el
discurso opositor.
La
asesoría del gobierno norteamericano
tiene gran parte de la
responsabilidad.
Y no porque estén
dictando una línea sino porque dictan
varias a la vez. Y
a veces en un
mismo día.
Realmente el espectáculo
que nos brindan Abrams,
Bolton, Brownfield, Pompeo
y Rubio,
y
sobre todo Trump, es, para decir lo menos, desconcertante. Un día
uno anuncia que USA no intervendrá directamente. Otro
que realizará el boicot total a Cuba y Venezuela. No
falta quien anuncia estar
en conversaciones directas con militares y no por último Trump pone
“todas las posibilidades sobre la mesa” agregando
no tener
ningún desacuerdo con
Putin. Por mientras el
inefable senador Rubio da
a conocer
la mentira del levantamiento militar antes de que lo hiciera
el propio Guaidó.
Qué lejos están los tiempos de Kissinger o Brzezinsky,
e incluso de Condoleeza
Rice, cuando los EE UU seguían
una política de acuerdo a pautas racionales y coherentes.
Frente a Venezuela, los encargados de la política exterior de los EE
UU se comportan como
habitantes de un manicomio.
Tal vez el propósito sea ese: desconcertar a Maduro. Pero
lo cierto es que si a
alguien han desconcertado, y por momentos paralizado, es a la propia
oposición.
No
obstante,
el verdadero centro del problema no
reside fuera
sino en esa misma
oposición, renuente hasta ahora a escuchar con atención otras
proposiciones internacionales, entre ellas las que provienen del
Grupo de Lima y de la comisión europea dirigida por
Federica Mogherini. Ambas
entidades se han pronunciado por una opción
democrática, pacífica y
electoral frente a la crisis y
por supuesto a favor de negociaciones entre el régimen que encabeza
Maduro y la oposición que simboliza Guaidó. Puede que para muchos
integrantes de la oposición no sea la alternativa más deseable.
Pero para una oposición que es política y no militar es la única
posible.
No hay otra.
Definitivamente
no hay otra.
Casi
perdiendo la paciencia, en su artículo titulado ¡Basta
Ya!, escribió Jean
Maninat: "Si
hay fuerza en la calle, si el régimen está grogui contra las
cuerdas como algunos sostienen, entonces es la hora de forzar un
entendimiento para lograr una salida democrática por la vía de
elecciones libres, transparentes, con observación internacional.
Elecciones libres ya, debería ser la consigna pintada en las paredes
de las ciudades, en los pavimentos, en baños y parques, en
sobremesas y desencuentros, esa debería ser la bandera que anime el
nuevo período de lucha que se avecina“.
La
proposición es clara. No se trata de solicitar a Maduro „elecciones
libres“. Sí se trata de obligar al régimen a hacer concesiones
sobre ese tema -el más crucial de todos- movilizando al máximo las
fuerzas internas y el apoyo internacional.
¿Por
qué ese rechazo visceral a todo lo que tenga que ver con
negociación, elecciones, en fin con política? Cabe
solo una respuesta.
Las fuerzas hegemónicas de la oposición no son políticas. Son
pre-políticas. Basta escuchar a los principales líderes de VP y a
no pocos de PJ
para percatarse de que
muchos de ellos provienen de una cultura compartida con los propios
dirigentes del chavismo.
En lugar de proponer, dictaminan. En lugar de orientar, hacen
proclamas heroicas. En
lugar de entrar en contacto con los problemas de la gente, anuncian
planes secretos que más bien parecen promociones de mercado
(Operación Libertad, por ejemplo) Caen
al igual
que los chavistas en el culto al héroe. Imaginan que basta el
llamado de un predestinado
para que todos,
incluyendo militares,
agrupen fuerzas en su
torno. Se trata en fin de
la prepotencia vernácula de “los amos del valle”
tan bien representadas en
figuras con pretensiones
épicas como son Leopoldo
López y María Corina Machado. En síntesis, más que una
estrategia, el nudo del problema parece residir en la existencia de
una cultura política que no es de este tiempo, una que, al igual que
el chavismo, vive de las alucinaciones
de una ideología más bolivarista que bolivariana, aprendida
en las escuelas con
devoción y fe. Frente a ese
muro de la sinrazón la
discusión es difícil. Muy difícil. Pero hay que hacerla. Aún
corriendo el riesgo de asumir inevitables rupturas.
La
debacle final de la oposición ya
se está anunciando. Sus
consecuencias serán seguramente catastróficas. Ha llegado la hora
de rectificar antes de que sea demasiado tarde. Si entre los líderes
de la oposición prima todavía un mínimo
de instinto de supervivencia, tendrán que abandonar el mundo mágico
e ingresar de una vez por todas en las gradas
de la política. La lucha
por elecciones libres significa, al fin y al cabo, lo mismo que la
lucha por poner fin al gobierno de Maduro. Puede
ser incluso que esa lucha
no tenga éxito. Pero con
éxito o sin, es la única que puede acorralar a un régimen
dispuesto a todo por
conservar el poder. La
suerte no está echada.