Fernando Mires - Europa 2019: EL DESAFÍO

Los resultados electorales no son siempre idénticos a los resultados políticos. Mientras los primeros atienden a los votos obtenidos por partidos o bloques, los segundos tienen que ver con las perspectivas que surgen hacia el futuro inmediato. Incluso, uno de esos resultados políticos tuvo lugar antes de que fuesen dados a conocer los resultados de las elecciones europeas, versión 2019. Me refiero a la notable alza de participación (51%) Ahora bien, dicha alza fue consecuencia directa de la politización de las elecciones. Hasta el 2019 consideradas como mero trámite formal para designar a funcionarios que cumplían una labor más administrativa que política, el 26-M estuvo caracterizado por dilemas que denotaban un renacimiento de la “pasión política”, expresión tan cara a Antonio Gramnsci. Politización directamente vinculada a un desafío: el lanzado por los movimientos, partidos y gobiernos del populismo-nacional.
POPULISMO NACIONAL (PN)
Populismo nacional: término que exige una explicación pues paulatinamente ha ido imponiéndose por sobre otros (neo-fascistas, ultraderecha, entre varios) para caracterizar a la nueva ola extremista que avanza sobre Europa. Por de pronto, es el que más aceptación ha obtenido en los medios y todos sabemos que cuando los medios imponen un término, es difícil sacarlo por muy errado que sea desde el punto de vista académico. En el caso del Populismo Nacional (de ahora en adelante PN) no es, sin embargo, tan errado. Populismo, porque todas sus representaciones se refieren al “pueblo” como sujeto histórico. Nacional, porque todos establecen una relación directa entre pueblo y nación (a cada pueblo una nación a cada nación un pueblo) articulados ambos por sus respectivos estados nacionales.
El pueblo del PN a diferencias del pueblo biológico fascista, del pueblo social de los comunistas y del pueblo político de los liberales, es el pueblo de las tradiciones arcaicas formadas sobre la base de la hegemonía de lo religioso por sobre lo político, punto que une al PN con el conservadurismo mas tradicional. Pero a la vez, y ese es el punto que hace la diferencia, los PN se consideran revolucionarios, vale decir, portadores de un futuro mesiánico: de una nueva Europa: la Europa de las naciones. Por eso han declarado la guerra política a la llamada democracia liberal, cosmopolita v post-moderna. En algún sentido estamos asistiendo a una rebelión de la pre-modernidad en contra de la post- modernidad.
LOS VENCEDORES
Los defensores de la democracia liberal, o sea, de la democracia tal cual la conocemos, sintieron el desafío a flor de piel antes aún de que lo reconocieran sus partidos políticos y decidieron usar el arma del voto para detener la amenaza que se cernía, no solo sobre la UE sino sobre el orden democrático que nos protege. Ahora bien, este hecho altera de por sí los procedimientos evaluativos. Pues mientras antes atendíamos a los resultados de cada partido, hoy lo primero que preguntamos es quienes vencieron: si los enemigos de la UE o los partidarios de la UE.
Matemáticamente vencieron los partidarios de la UE, no hay duda. Hecho numéricamente certificado. Desde el punto de vista político, en cambio, no ha sido así. Los PN no obtuvieron el tercio que esperaban, pero un 25% de los escaños, léase 172 representantes enemigos de la UE dentro de la UE, dista de ser poca cosa. Si a ello agregamos una tendencia de crecimiento en países donde tenían poca representación como en los países escandinavos, hemos de convenir que los PN aún se encuentran lejos de alcanzar el techo de su ascenso.
Más allá de lo cuantitativo los mayores éxitos del PN han sido cualitativos. En efecto, los PN, a diferencia de sus contrincantes, muy fraccionados entre sí (conservadores, liberales, socialistas) constituyen una unidad ideológica y políticamente compacta. Todos comparten el mismo credo “anti-liberal” . Todos -pese a declararse nacionalistas- aceptan una hegemonía que proviene desde fuera de la “Europa clásica”: de la Rusia de Putin y su proyecto euro-asiático. Todos defienden el principio de la democracia no-parlamentaria. Todos siguen a un máximo líder, llámese Wilders, Le Pen, Farage, Gaudan, Orban, Kaczystski y antes que nadie, Matteo Salvini quien, después de haber sobrepasado al populismo “de izquierda” de las 5 Estrellas, pugna, como si fuera un nuevo Duce, por alcanzar las dimensiones de un líder de líderes. Al menos Orban ya lo ungió. Textual dijo: “nuestro modelo ya no es Austria sino Italia”.
Algunas victorias locales del PN fueron, claro está, relativas. La de Reagrupación Nacional de Le Pen por sobre el En Marcha de Macron, por ejemplo. Si bien la Le Pen sobrepasó por un punto a Macron, descendió con respecto a las elecciones del 2017 en más de 2,5 millones de votos. Eso significa que pese a ser el partido mayoritario de la nación el lepenismo, a diferencia del salvinismo, no ha logrado crear una relación de alianza con otras fuerzas políticas por lo que seguirá condenado a ser el eterno perdedor de las segundas vueltas. Como sea, la irrupción del PN ha logrado dos innegables éxitos: el primero, derrotar tanto a las izquierdas socialdemócratas como a las más extremas. El segundo, producir un notorio encogimiento de la franja centrista. Hechos tan importantes que obligan a tratarlos por separado.
LOS PERDEDORES
Si bien en algunos países los socialdemócratas mantuvieron e incluso aumentaron levemente su votación (Holanda, Suecia, Rumania, Portugal) en otros su descenso fue enorme. En Grecia están al borde de la extinción. Lo mismo sucede en Francia. Sin embargo, la caída más dramática ocurrió en el país donde nació la madre de todas las socialdemocracias del mundo: Alemania. Ya nos ocuparemos de ese tema. Solo en la España de Sánchez los socialistas, después de haber sobrepasado una fase de estancación, crecen y crecen sin parar. ¿Cómo entender tal fenómeno sin recurrir al cliché de la tozudez hispana?
Sin duda, una razón es el propio Pedro Sánchez. Es definitivamente un animal político. Sabe donde están las fuentes del poder y a ellas recurre sin escrúpulos. Puede pactar sin problemas con dios y con el diablo, e incluso con lo impactables, los nacionalistas catalanes y vascos. No está sujeto a ninguna ideología o credo. Frente al poder todo está permitido, parece ser su divisa.
Pero más allá de la persona de Sánchez, hay dos razones que podríamos denominar de “física-política”. La primera, el aparecimiento repentino de un PN español, el Vox de Santiago Abascal, cuyo efecto inmediato fue enviar votantes asustados por el eventual renacimiento de un post-franquismo, hacia el polo izquierdo. La segunda razón deriva de la “corrida” de Cs desde el centro hacia la derecha, hecho que permitió a Sánchez, además de los de izquierda, ocupar espacios de centro con los cuales no había contado.
Hay quizás una cuarta razón a la que solo me limitaré hoy a enunciar, y no sin cierta timidez: el PSOE no es un partido socialista clásico. A diferencia de sus congéneres europeos no nació de las luchas obreras ni de las fábricas. Incluso fue (re) fundado desde el exterior durante la época de Franco. De tal manera el tránsito de la sociedad industrial hacia la post-industrial no lo vive de modo tan dramático como las democracias del centro y norte europeo. Hipótesis que, con cierto cuidado, podría hacerse extensiva al socialismo portugués. Y hasta aquí la hipótesis. Punto.
El hecho objetivo es que el encogimiento del espectro centrista se extendió más allá de la izquierda democrática y alcanzó a las extremas. Ninguna de las izquierdas con pretensiones de representar alternativas a la socialdemocracia tuvo una perfomance medianamente aceptable. Podemos, la esperanza mayor, obtuvo la peor votación desde su nacimiento. La Francia Insumisa de Melenchon, apenas un 6%, la Linke en Alemania es incapaz de sobrepasar el 5% y las fuerzas gobernantes del griego Alexis Tsipras, experimentaron una derrota catastrófica abriendo espacios para el avance de Aurora Dorada, el facistoide PN helénico.
Más impactante aún que la debacle de las izquierdas polares ha sido el desplazamiento de sus electores. En no pocos casos las migraciones provenientes de esa izquierda han dirigido sus pasos no hacia las socialdemocracias, como solía ocurrir en el pasado reciente, sino hacia a los partidos PN. Hecho por lo demás explicable: todos los partidos PN han robado de las extremas izquierdas determinados fragmentos discursivos: el anti-europeísmo, el anti-norteamericanismo, la lucha en contra de la globalización y, no por último, una admiración sin límites hacia Vladimir Putin, el padre de todas las autocracias del mundo. Si a ello agregamos la xenofobia, siempre latente en los partidos de la antigua izquierda, nos encontramos con el hecho de que los heterogéneos clientes de las izquierdas han encontrado en los PN un nuevo hogar, aún más acogedor que el primero.
LA “OLA VERDE”
Pero hay otro hecho altamente interesante. Solo donde los partidos ecologistas o “verdes” han obtenido una gran votación, el derrame de votos proveniente de las ruinas de las izquierdas hacia los partidos PN ha sido detenido. Y aquí nos encontramos quizás con el fenómeno potencialmente más decisivo de las elecciones del 26-M; nos referimos a la llamada “ola verde”. La más espectacular ocurrió en Alemania. Allí los Verdes se constituyeron con su 21% en un nuevo factor de poder llegando a ser el segundo partido de la nación, relegando a la socialdemocracia a un humillante tercer puesto. Para los conservadores socialcristianos algo muy seductor. Entre la conservación de las tradiciones culturales que ellos proclaman y la conservación de la naturaleza hay, se quiera o no, interesantes convergencias. A nivel comunal y regional cada vez que ha habido coaliciones entre conservadores y verdes estas han funcionado de modo óptimo.
Los Verdes alemanes bajo la conducción de su empático líder Robert Habeck han demostrado un alto grado de profesionalidad política. En cierto modo han asumido en toda su intensidad los desafíos que plantea la sociedad post-industrial. Han, además, captado que los problemas de nuestro tiempo, entre ellos los del medio ambiente, son temas transversales. En ese sentido los Verdes se asumen como un partido transversal y no como un partido “de clase”. Sin abandonar en ningún momento su carta ambientalista de presentación, son mucho más que simples partidos ecologistas. En oposición a los partidos liberales que solo defienden el liberalismo económico, los Verdes han decidido levantarse como el partido de las libertades públicas. Y, como no pocos de sus militantes y dirigentes provienen de alguna izquierda, quieren ser, además, un partido social.
Los augurios son optimistas. Todo habla a favor de un crecimiento continuado de la “ola verde”, toda vez que en diversos países los Verdes ya ocupan un lugar preferencial entre las nuevas generaciones de electores. Después de Alemania, los verdes obtuvieron un 16% en Finlandia, un 15% en Irlanda, un muy importante 13,5% en Francia (algo que Macron no dejará pasar cuando llegue el momento de formar coaliciones anti-lepenistas). En el sur y en el este, en cambio, la presencia verde es más débil.
En síntesis, los partidos Verdes han llegado a ser todo lo contrario de los partidos del PN. El conflicto entre ambos ya está programado.
En términos geométricos, pese, o quizás gracias a su transversalidad política, los Verdes europeos han llegado a la UE a reforzar el disminuido centro político. ¡Bienvenidos sean!


MÁS ALLÁ DEL 26-M
La líneas de combate después de las elecciones del 26 M ya han sido trazadas: desde un lado avanzan las hordas de los PN, un conglomerado ideológicamente homogéneo repartido en gobiernos, partidos y movimientos. En diversas líneas defensivas los esperan destacamentos de conservadores (populares) y liberales, de socialdemócratas y ecologistas, para librar las batallas que en el futuro tendrán lugar en la Europa política
¿Una reproducción ampliada de las que fueron las guerras entre espartanos y atenienses? Si es así, ojalá esta vez sea la hora de los atenienses.