Los resultados electorales no son siempre idénticos a los resultados
políticos. Mientras los primeros atienden a los votos obtenidos por
partidos o bloques, los segundos tienen que ver con las perspectivas
que surgen hacia el futuro inmediato. Incluso, uno de esos resultados
políticos tuvo lugar antes de que fuesen dados a conocer los
resultados de las elecciones europeas, versión 2019. Me refiero a la
notable alza de participación (51%) Ahora bien, dicha alza fue
consecuencia directa de la politización de las elecciones. Hasta el
2019 consideradas como mero trámite formal para designar a
funcionarios que cumplían una labor más administrativa que
política, el 26-M estuvo caracterizado por dilemas que denotaban un
renacimiento de la “pasión política”, expresión tan cara a
Antonio Gramnsci. Politización directamente vinculada a un desafío:
el lanzado por los movimientos, partidos y gobiernos del
populismo-nacional.
POPULISMO NACIONAL (PN)
Populismo nacional: término que exige una explicación pues
paulatinamente ha ido imponiéndose por sobre otros (neo-fascistas,
ultraderecha, entre varios) para caracterizar a la nueva ola
extremista que avanza sobre Europa. Por de pronto, es el que más
aceptación ha obtenido en los medios y todos sabemos que cuando los
medios imponen un término, es difícil sacarlo por muy errado que
sea desde el punto de vista académico. En el caso del Populismo
Nacional (de ahora en adelante PN) no es, sin embargo, tan errado.
Populismo, porque todas sus representaciones se refieren al “pueblo”
como sujeto histórico. Nacional, porque todos establecen una
relación directa entre pueblo y nación (a cada pueblo una nación a
cada nación un pueblo) articulados ambos por sus respectivos estados
nacionales.
El pueblo del PN a diferencias del pueblo biológico fascista, del
pueblo social de los comunistas y del pueblo político de los
liberales, es el pueblo de las tradiciones arcaicas formadas sobre la
base de la hegemonía de lo religioso por sobre lo político, punto
que une al PN con el conservadurismo mas tradicional. Pero a la vez,
y ese es el punto que hace la diferencia, los PN se consideran
revolucionarios, vale decir, portadores de un futuro mesiánico: de
una nueva Europa: la Europa de las naciones. Por eso han declarado la
guerra política a la llamada democracia liberal, cosmopolita v
post-moderna. En algún sentido estamos asistiendo a una rebelión de
la pre-modernidad en contra de la post- modernidad.
LOS VENCEDORES
Los defensores de la democracia liberal, o sea, de la democracia tal
cual la conocemos, sintieron el desafío a flor de piel antes aún de
que lo reconocieran sus partidos políticos y decidieron usar el arma
del voto para detener la amenaza que se cernía, no solo sobre la UE
sino sobre el orden democrático que nos protege. Ahora bien, este
hecho altera de por sí los procedimientos evaluativos. Pues mientras
antes atendíamos a los resultados de cada partido, hoy lo primero
que preguntamos es quienes vencieron: si los enemigos de la UE o los
partidarios de la UE.
Matemáticamente vencieron los partidarios de la UE, no hay duda.
Hecho numéricamente certificado. Desde el punto de vista político,
en cambio, no ha sido así. Los PN no obtuvieron el tercio que
esperaban, pero un 25% de los escaños, léase 172 representantes
enemigos de la UE dentro de la UE, dista de ser poca cosa. Si a ello
agregamos una tendencia de crecimiento en países donde tenían poca
representación como en los países escandinavos, hemos de
convenir que los PN aún se encuentran lejos de alcanzar el techo de
su ascenso.
Más allá de lo cuantitativo los mayores éxitos del PN han sido
cualitativos. En efecto, los PN, a diferencia de sus contrincantes,
muy fraccionados entre sí (conservadores, liberales, socialistas)
constituyen una unidad ideológica y políticamente compacta. Todos
comparten el mismo credo “anti-liberal” . Todos -pese a
declararse nacionalistas- aceptan una hegemonía que proviene desde
fuera de la “Europa clásica”: de la Rusia de Putin y su proyecto
euro-asiático. Todos defienden el principio de la democracia
no-parlamentaria. Todos siguen a un máximo líder, llámese Wilders,
Le Pen, Farage, Gaudan, Orban, Kaczystski y antes que nadie, Matteo
Salvini quien, después de haber sobrepasado al populismo “de
izquierda” de las 5 Estrellas, pugna, como si fuera un nuevo Duce,
por alcanzar las dimensiones de un líder de líderes. Al menos Orban
ya lo ungió. Textual dijo: “nuestro modelo ya no es Austria sino
Italia”.
Algunas victorias locales del PN fueron, claro está, relativas. La
de Reagrupación Nacional de Le Pen por sobre el En Marcha de Macron,
por ejemplo. Si bien la Le Pen sobrepasó por un punto a Macron,
descendió con respecto a las elecciones del 2017 en más de 2,5
millones de votos. Eso significa que pese a ser el partido
mayoritario de la nación el lepenismo, a diferencia del salvinismo,
no ha logrado crear una relación de alianza con otras fuerzas
políticas por lo que seguirá condenado a ser el eterno perdedor de
las segundas vueltas. Como sea, la irrupción del PN ha logrado dos
innegables éxitos: el primero, derrotar tanto a las izquierdas
socialdemócratas como a las más extremas. El segundo, producir un
notorio encogimiento de la franja centrista. Hechos tan importantes
que obligan a tratarlos por separado.
LOS PERDEDORES
Si bien en algunos países los socialdemócratas mantuvieron e
incluso aumentaron levemente su votación (Holanda, Suecia, Rumania,
Portugal) en otros su descenso fue enorme. En Grecia están al borde
de la extinción. Lo mismo sucede en Francia. Sin embargo, la caída
más dramática ocurrió en el país donde nació la madre de todas
las socialdemocracias del mundo: Alemania. Ya nos ocuparemos de ese
tema. Solo en la España de Sánchez los socialistas, después de
haber sobrepasado una fase de estancación, crecen y crecen sin
parar. ¿Cómo entender tal fenómeno sin recurrir al cliché de la
tozudez hispana?
Sin duda, una razón es el propio Pedro Sánchez. Es definitivamente
un animal político. Sabe donde están las fuentes del poder y a
ellas recurre sin escrúpulos. Puede pactar sin problemas con dios y
con el diablo, e incluso con lo impactables, los nacionalistas
catalanes y vascos. No está sujeto a ninguna ideología o credo.
Frente al poder todo está permitido, parece ser su divisa.
Pero más allá de la persona de Sánchez, hay dos razones que
podríamos denominar de “física-política”. La primera, el
aparecimiento repentino de un PN español, el Vox de Santiago
Abascal, cuyo efecto inmediato fue enviar votantes asustados por el
eventual renacimiento de un post-franquismo, hacia el polo izquierdo.
La segunda razón deriva de la “corrida” de Cs desde el centro
hacia la derecha, hecho que permitió a Sánchez, además de los de
izquierda, ocupar espacios de centro con los cuales no había
contado.
Hay quizás una cuarta razón a la que solo me limitaré hoy a
enunciar, y no sin cierta timidez: el PSOE no es un partido
socialista clásico. A diferencia de sus congéneres europeos no
nació de las luchas obreras ni de las fábricas. Incluso fue (re)
fundado desde el exterior durante la época de Franco. De tal manera
el tránsito de la sociedad industrial hacia la post-industrial no lo
vive de modo tan dramático como las democracias del centro y norte
europeo. Hipótesis que, con cierto cuidado, podría hacerse
extensiva al socialismo portugués. Y hasta aquí la hipótesis.
Punto.
El hecho objetivo es que el encogimiento del espectro centrista se
extendió más allá de la izquierda democrática y alcanzó a las
extremas. Ninguna de las izquierdas con pretensiones de representar
alternativas a la socialdemocracia tuvo una perfomance medianamente
aceptable. Podemos, la esperanza mayor, obtuvo la peor votación
desde su nacimiento. La Francia Insumisa de Melenchon, apenas un 6%,
la Linke en Alemania es incapaz de sobrepasar el 5% y las fuerzas
gobernantes del griego Alexis Tsipras, experimentaron una derrota
catastrófica abriendo espacios para el avance de Aurora Dorada, el
facistoide PN helénico.
Más impactante aún que la debacle de las izquierdas polares ha sido
el desplazamiento de sus electores. En no pocos casos las migraciones
provenientes de esa izquierda han dirigido sus pasos no hacia las
socialdemocracias, como solía ocurrir en el pasado reciente, sino
hacia a los partidos PN. Hecho por lo demás explicable: todos los
partidos PN han robado de las extremas izquierdas determinados
fragmentos discursivos: el anti-europeísmo, el
anti-norteamericanismo, la lucha en contra de la globalización y, no
por último, una admiración sin límites hacia Vladimir Putin, el
padre de todas las autocracias del mundo. Si a ello agregamos la
xenofobia, siempre latente en los partidos de la antigua izquierda,
nos encontramos con el hecho de que los heterogéneos clientes de las
izquierdas han encontrado en los PN un nuevo hogar, aún más
acogedor que el primero.
LA “OLA VERDE”
Pero hay otro hecho altamente interesante. Solo donde los partidos
ecologistas o “verdes” han obtenido una gran votación, el
derrame de votos proveniente de las ruinas de las izquierdas hacia
los partidos PN ha sido detenido. Y aquí nos encontramos quizás con
el fenómeno potencialmente más decisivo de las elecciones del 26-M;
nos referimos a la llamada “ola verde”. La más espectacular
ocurrió en Alemania. Allí los Verdes se constituyeron con su 21% en
un nuevo factor de poder llegando a ser el segundo partido de la
nación, relegando a la socialdemocracia a un humillante tercer
puesto. Para los conservadores socialcristianos algo muy seductor.
Entre la conservación de las tradiciones culturales que ellos
proclaman y la conservación de la naturaleza hay, se quiera o no,
interesantes convergencias. A nivel comunal y regional cada vez que
ha habido coaliciones entre conservadores y verdes estas han
funcionado de modo óptimo.
Los Verdes alemanes bajo la conducción de su empático líder Robert
Habeck han demostrado un alto grado de profesionalidad política. En
cierto modo han asumido en toda su intensidad los desafíos que
plantea la sociedad post-industrial. Han, además, captado que los
problemas de nuestro tiempo, entre ellos los del medio ambiente, son
temas transversales. En ese sentido los Verdes se asumen como un
partido transversal y no como un partido “de clase”. Sin
abandonar en ningún momento su carta ambientalista de presentación,
son mucho más que simples partidos ecologistas. En oposición a los
partidos liberales que solo defienden el liberalismo económico, los
Verdes han decidido levantarse como el partido de las libertades
públicas. Y, como no pocos de sus militantes y dirigentes provienen
de alguna izquierda, quieren ser, además, un partido social.
Los augurios son optimistas. Todo habla a favor de un crecimiento
continuado de la “ola verde”, toda vez que en diversos países
los Verdes ya ocupan un lugar preferencial entre las nuevas
generaciones de electores. Después de Alemania, los verdes
obtuvieron un 16% en Finlandia, un 15% en Irlanda, un muy importante
13,5% en Francia (algo que Macron no dejará pasar cuando llegue el
momento de formar coaliciones anti-lepenistas). En el sur y en el
este, en cambio, la presencia verde es más débil.
En síntesis, los partidos Verdes han llegado a ser todo lo contrario
de los partidos del PN. El conflicto entre ambos ya está programado.
En términos geométricos, pese, o quizás gracias a su
transversalidad política, los Verdes europeos han llegado a la UE a
reforzar el disminuido centro político. ¡Bienvenidos sean!
MÁS ALLÁ DEL 26-M
La líneas de combate después de las elecciones del 26 M ya han sido
trazadas: desde un lado avanzan las hordas de los PN, un conglomerado
ideológicamente homogéneo repartido en gobiernos, partidos y
movimientos. En diversas líneas defensivas los esperan destacamentos
de conservadores (populares) y liberales, de socialdemócratas y
ecologistas, para librar las batallas que en el futuro tendrán lugar
en la Europa política
¿Una reproducción ampliada de las que fueron las guerras entre
espartanos y atenienses? Si es así, ojalá esta vez sea la hora de
los atenienses.