Fernando Mires – EL MARX DE VLADIMIR PUTIN




09.05.2019
De acuerdo a la religión oficial de la URSS, Lenin llegó a ser la representación de Marx sobre la tierra. Algo así como “Marx es Dios y Lenin su profeta”. Ocurrió durante los tiempos del marxismo de la Santísima Trinidad: Marx- Lenin - Stalin. Mediante ese procedimiento, Marx, un alemán de proveniencia judía, eslabón de una larguísima cadena del pensamiento filosófico de su patria a la que pertenecen nombres como Kant, Hegel y Nietzsche, fue extraído de su contexto cultural originario para ser convertido en patrimonio del Estado soviético.
Pese a que Marx en sus referencias al llamado “modo de producción asiático“ había insistido en que en Rusia, inmenso país de campesinos bárbaros, no estaban dadas las condiciones para alcanzar el socialismo, fue convertido por Lenin en el padre espiritual del socialismo ruso. Escándalo que llevaría mucho después al joven Rudi Dutschke a plantearse desde mediados de los setenta la inmensa tarea teórica de re-europeizar a Marx. Su tesis doctoral “Un intento para poner a Lenin sobre sus pies” fue estudiada con ahínco en diversas sectas universitarias. Aunque ya era tarde. Repensar al Marx de la era industrial en pleno corazón de la llamada “sociedad post-industrial” tenía un sentido puramente académico.
Los dos Marx, el del pensamiento alemán y el de Lenin, son hoy tan importantes para la política como las bicicletas para los peces. Después de los dos milagros, el de la Perestroika y el de la caída del muro de Berlín, el cuento terminó. Llegó la posmodernidad, la era del pensamiento líquido (Bauman), el fin de los grandes relatos (Lyotard), la euforia deconstructivista (Derrida) y el fin de las ideologías (Fukujama). Solo Rusia, la del Zar, la de Lenin y Stalin, no fue tragada por las vorágines de las modas intelectuales. Y ahora la tenemos de nuevo ahí, con Putin a la cabeza, dispuesto a recuperar los fantasmas hegemónicos del pasado, intentando ocupar un gran sitial, si no en el orbe, en gran parte de Europa, en el mundo islámico, e incluso en Latinoamérica.
Vladimir ll. ¿Un nuevo Lenin? No parecía serlo. Ex comunista, ex KGB, ex cualquier cosa, actuaba como simple administrador del quilombo que había dejado Jelzin entre una y otra curda. A su manera gangsteril puso orden: a las mafias las articuló a su gobierno, a los opositores ofreció buenos puestos, a los más honestos los borró de la lista de los vivos. Descubriría a la confesión ortodoxa y a sus popes, almas arcaicas de la Santa Rusia al lado de quienes los islamistas son un ejército de libertinos. A ellos ofreció nada menos que la des-secularización de Rusia. Una que ni siquiera habían podido obtener bajo el Zar Nicolás. Ordenado así el frente interno se dedicó a expandir su imperio territorial: En las dos guerras de Chechenia muy pocos quedaron para contar la historia. Con Georgia ha sido más sutil: hostigamiento permanente. Y como todavía no puede apoderarse de Ucrania decidió hacerlo con sus habitantes regalando pasaportes rusos a cada ucraniano que lo pida. Gracias a la guerra contra el terrorismo y a las torpezas de Bush ll, más la inocencia de Obama, ha logrado convertir a la república de Siria en su enclave islámico, la puerta de oro que le abre paso hacia el Medio Oriente. A partir de ahí descubrió sus afinidades con la Turquía de Erdogan y con el Irán ayatólico: dos potencias regionales con los cuales ha construido una suerte de comunidad histórica. La alianza Rusia-Turquía- Irán parece ser cada vez más sólida.
Evidentemente Putin sabe que su inferioridad militar con respecto a los EEEU e incluso la OTAN no es recuperable en el corto tiempo y en ese sentido Rusia no parecería ser un peligro físico inmediato para ninguna otra potencia. No obstante, lo que la física no da, la metafísica lo puede prestar. Ese ha sido efectivamente el nuevo re- descubrimiento del jerarca ruso: el arma de Lenin: la ideología. Un arma que puede ser tanto o más efectiva que una bomba atómica. Con la ventaja de que con las armas ideológicas se pueden conquistar las almas sin destruir a los cuerpos.
Lenin tenía, claro está, la palabra santa de Marx detrás de sí, palabra a la que no titubeaba en modificar, adulterar, censurar, cada vez que lo consideraba conveniente. Para el efecto convirtió la obra del alemán en manuales de fácil acceso. Stalin solo continuó la gesta depredadora iniciada por Lenin. Así nació el marxismo-leninismo o “marxismo soviético” (Herbert Marcuse), subproducto ideológico hecho a la medida de las decisiones del Buró político. Y los partidos comunistas dependientes de la URSS adoptaron el marxismo-leninismo como si hubiera sido la nueva religión de Occidente sin darse cuenta de que consumían un producto asiático, algo que tenía que ver más con Genguis Kahn que con Marx. Putin en cambio no tenía detrás de sí a la sombra de Marx y si la hubiera tenido, no le habría servido demasiado. Necesitaba pues con urgencia un nuevo Marx. Otro Marx. Y lo encontró. Su nombre: Alexandr Dugin
¿Quién es Alexandr Dugin? Los periodistas menos ingeniosos lo llaman el Rasputín de Putin. No es cierto. Rasputin manejaba a la corte. En cambio Dugin es un historiador, filósofo y politólogo independiente muy apto para cumplir las funciones ideológicas encomendadas por Putin. Esa es una gran ventaja de “su” Marx sobre el Marx de Lenin. Putin no necesita adulterarlo. Basta un llamado telefónico para pedir que resalte una u otra opinión. Tiene además una segunda ventaja: es más ruso que el vodka de modo que no hay que ni siquiera traducirlo. Y por si fuera poco, no es cualquier intelectual. Todo lo contrario: se trata de un pensador de altísimo vuelo, como casi ya no los hay en occidente, respetado hasta por sus más enconados adversarios. Dugin ya es considerado el ideólogo del ultranacionalismo mundial y por eso se codea con mandatarios como Orban, Salvini y otros similares, y por supuesto con casi todos los líderes de los partidos del populismo nacionalista europeo.
Nacido en enero del 1962 hizo sus primeras apariciones públicas como consejero de la federación nacional rusa. El ao 1990 fundó el Partido Nacional Bolchevique cuya misión debería ser mantener en alto los principios nacionalistas de Stalin en medio de la borrasca desatada por Gorbachov. Como era de esperarse, fue calificado de “fascista” por sus adversarios lo que es cierto solo en parte. Dugin bebe de aguas fascistas, pero de otras muchas más. El mismo se declara seguidor del tradicionalismo conservador de Julius Evola y René Guenón. En su libro “Geopolítica de Rusia” recurre efectivamente a las concepciones pre-fascistas de Karl Hausofer relativas al “espacio vital”. Allí postula la tesis que más debe haber deslumbrado a Putin: “Eurasia”: un espacio de afinidades culturales y religiosas cuyo centro no puede ser sino Rusia.
Pero “Eurasia” es algo distinto a la “Germania” de Hitler. La diferencia es fundamental: La “Germania nazi” era un espacio vital racial. La “Eurasia” de Dugin (y la de Putin) es un espacio vital cultural, tradicional y sobre todo religioso. Y allí reside justamente la gran diferencia de la doctrina Dugin con el fascismo. Dugin no es racista. Si tuviéramos que catalogarlo podríamos decir que estamos frente a un tradicionalista radical, muy radical. Terriblemente radical.
Dugin defiende antes que nada las tradiciones rusas. Podríamos decir que en cierto sentido es un tolstoiano, concepto que endilgó Dutschke al “último Solyenitizin”, enemigo mortal de la modernidad. Pero a la vez se nombra defensor de todos los pueblos que defienden sus tradiciones haciendo resistencia a las ofensivas globalizadoras y neo-liberales de nuestro tiempo. Esas tradiciones solo pueden estar aseguradas, según Dugin, por instituciones religiosas. Planteamiento que lo lleva a negar de cuajo el principio de la secularización política. De ahí su amor declarado a las naciones islámicas como Irán y a la cada vez más fuerte religiosidad del estado de Israel.
Para Dugin el sujeto del pensamiento liberal es el individuo quien arrancado del contexto de sus tradiciones olvida su razón de ser para adentrase en el mundo del hacer y del tener, tesis heideggeriana que él asume con absoluta convicción. Pero Dugin va más allá de Heidegger quien buscó siempre una concordancia entre su filosofía y la de Nietzsche. Dugin es definitivamente antinitzscheano. Con absoluto aplomo opone a la apología ditirámbica de Dionisios el ideal de Apolo: la serenidad, la templanza, la forma y sobre todo, el orden. Orden, Patria y Familia en contra de la disociación capitalista de la modernidad (ahí se junta con el Marx de Lenin) De ahí que su grito de batalla vaya dirigido en contra de la democracia liberal, sobre todo la norteamericana y la de gran parte de los países europeos. Naturalmente Putin pone oído atento a esas tesis. En cierto modo son las suyas. Pero Dugin les otorga, además, el formato intelectual para interpelar a las elites de otras naciones en la lucha ideológica que, igual que Lenin ayer, necesita para debilitar los fundamentos culturales del orden democrático occidental. Putin y Dugin se necesitan el uno al otro como si fueran el mar y la arena.
Precisamente siguiendo los pasos de su mentor político Putin, Dugin advierte hacia donde van los tiros. Por eso y de modo rápido se apresuró a detectar al enemigo número 1 de “Eurasia”. Este no puede ser otro sino la Unión Europea. “Eurasia” versus la UE. Una declaración de guerra ideológica a Merkel y a Macron, este último considerado por Dugin como el “Anti-Cristo” de la posmodernidad. Del triunfo de “Eurasia” dependerá el futuro no solo de Europa sino de la entera humanidad.
Dugin ha ahorrado a Putin la ingrata tarea que emprendió Lenin con Marx, la de envasar sus ideas en manuales de explicación fácil. El mismo Dugin ha sistematizado su concepción del mundo en un capítulo de su libro titulado “La Cuarta Teoría Política”, lectura obligatoria en los institutos de enseñanzas de Rusia y, por cierto, muy estudiado por los ultranacionalistas de Hungría, Italia, Eslovenia y Polonia.
¿Por qué “cuarta teoría”? Las tres primeras son: 1. El capitalismo liberal cuyo sujeto es el individuo abstracto 2. El fascismo, incluyendo la variante nazi alemana, cuyo sujeto es el Estado-Nación. 3. El marxismo cuyo sujeto es la clase social proletaria.
La cuarta teoría es la que fundamenta la revuelta de la tradición representada por Rusia, Putin y el mismo Dugin.
Hay que tomarlo en serio. Más allá de su ostensible charlatanería, de su anti-humanismo cruel y exhibicionista, de sus simplificaciones históricas, hay que tomarlo muy en serio. Estamos frente a un filósofo de prosa poderosa y pensamiento cósmico. Un gigante del intelecto. Un pensador cuya potencia destructiva parece no tener límites. Habrá que exigirse a fondo para enfrentarlo. No será esta por lo tanto la última vez que deberemos referirnos a Alexandr Dugin: el “Marx de Vladimir Putin”. Valga este artículo solo como una carta de presentación.