(Alrededor
de los libros)
Claus Leggewie es un reconocido sociólogo alemán. Su estilo claro y
preciso hacen de él una personalidad buscada por los medios. Sus
textos, muy pedagógicos, son recomendados en institutos de
sociología y politología del país. Y su libro Anti-Europäer
escrito el 2016, ha vuelto a cobrar actualidad en vísperas de las
elecciones del 26 de mayo frente a las cuales gobiernos, movimientos
y partidos del cada vez más agresivo populismo-nacional unen fuerzas
con el propósito de iniciar una erosión interna en la UE y
sustituirla por una asociación que agrupe a otra Europa: la de las
tradiciones pre-modernas, anti-secular, conservadora, pero sobre
todo, anti-liberal.
Contra ese proyecto anti-europeo Leggewie toma posiciones. Su libro
puede ser leído como una defensa de la Europa democrática de
nuestro tiempo. Y como tal ha sido recibido por la crítica
establecida. Sin embargo, más allá del útil material informativo
que el libro provee, es difícil evitar la impresión de que Leggewie
ha cometido un error muy común en los llamados cientistas sociales:
haberse dejado seducir por la lógica de la razón analógica. Eso
significa: haber extraído atributos propios a un caso para
trasplantarlos a otro sin pasar por muchas mediaciones.
Leggewie construye paralelos entre tres personajes: el asesino
xenófobo noruego Anders Breivick, el politólogo ruso Alexander
Dugin y el terrorista islámico Abu Musab al- Suri. ¿Qué tienen en
común los tres? Nada, nada aparte de que por razones diferentes son
anti-democráticos y anti-europeos. Pero el mundo está lleno de
antidemocráticos y anti-europeos y muchas de ellos lo son por
razones distintas a las de los tres nombrados. Quizás Leggewie quiso
demostrar que el asesino noruego y el profesor ruso conviven bajo un
mismo Zeitgeist y que el primero, tal como el asesino del
padre en la gran novela de Dostoievski, solo materializó un acto
pensado por Iván Karamazov (relación que se vuelve a repetir entre
un alumno y su profesor en Rope, el inolvidable film de
Hitchcock) Supongamos que así sea. Entonces ¿por qué Leggewie
introduce al musulmán en el juego?
Evidentemente, al situar a Dugin entre dos criminales, Leggewie ataca
no a la obra sino a la persona del intelectual ruso. Una agresión ad
homine, como dicen los que se las dan de latinistas. En términos
futbolísticos: una patada dirigida no al balón sino a los
testículos del adversario. Y bien, eso, justamente eso es lo que no
debemos hacer quienes vivimos sometidos a las normas no escritas del
debate público.
Si alguien imagina que estoy defendiendo a Alexander Dugin se
equivoca medio a medio. Como Leggewie pienso que Dugin persigue
objetivos antidemocráticos. Más aún: pienso que su anti-europeísmo
es una construcción ideológica puesta al servicio de poderes
imperiales, entre ellos los de la supuesta Eurasia de Vladimir
Putin. Y no por último pienso que hay que enfrentarlo con suma
decisión. Pero con sus propias armas, con filosofías bien escritas,
con argumentos que vienen, no de la lógica de la razón pura ni de
imperativos suprahistóricos, sino de hechos que incluyen a millones
de muertos yaciendo debajo de visiones epocales, como son las que
padece Dugin.
Si lo situamos entre dos criminales no hay necesidad de debatir a
Dugin. El se desprestigiaría por sí solo. Para que se entienda
mejor mi crítica a Leggewie, imaginemos que alguien escribe un texto
sobre Karl Marx situándolo al lado de un terrorista
“anticapitalista” (Andreas Bader, por ejemplo) y de un genocida
comunista como Pol Pot. El resultado es que con esas comparaciones
dejaríamos a Marx fuera de todo debate, al margen de toda crítica
seria. Y bien, eso hace Leggewie con respecto a Dugin.
A autores como Dugin hay que debatirlos, mostrar sus contradicciones,
desarmar sus teorías. El es un enemigo y a los enemigos hay que
tomarlos en serio. No los amigos (o antagonistas, adversarios,
contrarios; da igual) sino los enemigos determinan la discursividad
del acontecer político. El enemigo obliga a pensar en su contra. El
no del enemigo es la pre-posición que determina mi sí a mis amigos.
La enemistad del enemigo político es, por lo mismo, una “enemistad
constitutiva” pues su negación es la que constituye a mi
afirmación y no al revés. Evidentemente, estoy asumiendo aquí la
lógica de la enemistad política proclamada por Carl Schmitt a la
que también recurre en tonalidad positiva Alexander Dugin. Con la
diferencia de que el enemigo, o los enemigos de Dugin, no tienen nada
que ver con la lógica del enemigo de Schmitt.
¿Quién es el enemigo principal de Dugin? Fácil ubicarlo. Dogin no
se cansa de nombrarlo en cada página que escribe. Su enemigo es el
“liberalismo” cuyo sujeto no es ni la raza del fascismo, ni la
clase del marxismo, sino el individuo cartesiano, abstracto y aislado
del mundo, el Ser de Heidegger librado a su perra suerte, un Ser sin
estar (sin Dasein) prisionero de sus vicios, sin religión ni
tradición. Contra ese enemigo y sus representantes sobre la tierra
(Merkel, Macron, Soros, la UE) hay que luchar de modo agónico. A
ellos ha declarado Dugin una guerra teórica sintetizada en su libro
La Cuarta Teoría cuyo objetivo es restituir el significado de
los pueblos como sujetos activos de la historia. Sobre ese tema nos
ocuparemos en otra ocasión. Baste decir por ahora que ese enemigo no
tiene nada que ver con la noción de enemigo político de Carl
Schmitt bajo la cual intenta guarecerse Dogin.
¿Quién es un enemigo político para Schmitt? Primero, no es un
enemigo personal. Segundo, es un enemigo público. Tercero, no es
imaginario sino existencial, vale decir, es un enemigo que no te deja
ser. No puede ser un sistema, menos una ideología, en ningún caso
una teoría. El enemigo es el No de tu Sí y el Sí de tu No. Y
mientras más enemigo es el enemigo, más político será. La
intensidad de la política depende en consecuencias del grado de
intensidad de la enemistad que nos amenaza. O dicho en breve: el
enemigo es real. Un enemigo irreal, o difusamente configurado, sería
simple paranoia y eso es en gran medida “el liberalismo” de
Dugin. En ese sentido Dugin incurre en el mismo error que cometió
Leggewie al analizar a Dugin: caricaturizar al enemigo.
Dugin, efectivamente, nunca se ha detenido a configurar a su enemigo:
el liberalismo. De ese modo no sabemos si cuando en una entrevista
llamó a “hacer explotar al liberalismo” se refería al
liberalismo económico iniciado por Adam Smith o a las teorías
neo-liberales de Friedman o Hayek. O si su enemistad incluye a la
larga tradición del liberalismo político que va desde Locke, pasa
por Kant y continúa hoy en Rawls. O a todo junto. La impresión
general es que para Dugin la palabra “liberalismo” es todo lo que
se opone a sus concepciones de mundo lo que llevado al terreno
práctico termina siendo todo lo que se opone al proyecto imperial
ruso que en estos momentos representa Putin.
Del mismo modo, cuando frente a lo que entiende por liberalismo Dugin
levanta la defensa de las tradiciones de los pueblos en contra de una
supuesta modernidad que todo lo barre, nadie sabe a cuáles
tradiciones se refiere el escritor ruso. Lo cierto es que el concepto
de tradición que maneja es mítico y por lo mismo estático. Dugin
pasa por alto el hecho de que las tradiciones no solo residen en el
remoto pasado, es decir no solo existieron, sino que, además, y
sobre todo, se van haciendo a través del tiempo. Más aún: las
tradiciones nacen y se deshacen en confrontación con otras
tradiciones. Para poner un ejemplo: los movimientos liberales y
libertarios que pusieron fin a la era comunista fueron iniciadores de
una tradición que continúa en nuestros días oponiéndose en las
calles de Budapest a las tradiciones arcaicas que dice representar el
régimen de Orban. Otro ejemplo: los opositores turcos que desafían
electoralmente al régimen de Erdogan oponen a una tradición
antipolítica cuya base es teocrática, una tradición que recurre a
principios liberales formados en largas y cruentas gestas históricas.
Sí, porque guste o no a Dugin, el liberalismo también es y
representa una tradición. De ahí que la disyuntiva de nuestro
tiempo no es elegir entre tradición popular y modernidad liberal,
como pretende hacernos creer Dugin, sino cuales son las tradiciones
que defendemos y cuales son las que negamos. Toda lucha presente
incluye al pasado.
El 26 de mayo no termina -quizás solo comenzará- la confrontación
entre dos tradiciones: la autocrática y anti-liberal que representan
autores como Alexander Dugin y la democrática, liberal y en cierto
sentido, libertaria que representamos otros. Una confrontación que
tendrá lugar en todos los planos, sean los de la prensa, los de la
discusión callejera, los electorales y, por cierto, los académicos.
Todos son importantes. No hay que descuidar ninguno.
Cabe esperar que autores tan renombrados como Claus Leggewie
entiendan la seriedad e intensidad de la lucha que se nos viene
encima.
Referencias:
Dogin, Alexander La
Cuarta Teoría,
Barcelona 2012
Dogin,
Alexander Tenemos
que hacer explotar el sistema liberal.
Entrevista en:
https://www.geopolitica.ru/es/article/tenemos-que-hacer-explotar-el-sistema-liberal-entrevista-al-politologo-ruso-alexander-dugin
Leggewie, Klaus Anti-Europäer,
Frankfurt 2016
Schmitt, Carl Der Begriff
des Politischen, Berlín 1963