Fernando Mires - ANTI-EUROPEOS


(Alrededor de los libros)
23.05.2019
Claus Leggewie es un reconocido sociólogo alemán. Su estilo claro y preciso hacen de él una personalidad buscada por los medios. Sus textos, muy pedagógicos, son recomendados en institutos de sociología y politología del país. Y su libro Anti-Europäer escrito el 2016, ha vuelto a cobrar actualidad en vísperas de las elecciones del 26 de mayo frente a las cuales gobiernos, movimientos y partidos del cada vez más agresivo populismo-nacional unen fuerzas con el propósito de iniciar una erosión interna en la UE y sustituirla por una asociación que agrupe a otra Europa: la de las tradiciones pre-modernas, anti-secular, conservadora, pero sobre todo, anti-liberal.
Contra ese proyecto anti-europeo Leggewie toma posiciones. Su libro puede ser leído como una defensa de la Europa democrática de nuestro tiempo. Y como tal ha sido recibido por la crítica establecida. Sin embargo, más allá del útil material informativo que el libro provee, es difícil evitar la impresión de que Leggewie ha cometido un error muy común en los llamados cientistas sociales: haberse dejado seducir por la lógica de la razón analógica. Eso significa: haber extraído atributos propios a un caso para trasplantarlos a otro sin pasar por muchas mediaciones.
Leggewie construye paralelos entre tres personajes: el asesino xenófobo noruego Anders Breivick, el politólogo ruso Alexander Dugin y el terrorista islámico Abu Musab al- Suri. ¿Qué tienen en común los tres? Nada, nada aparte de que por razones diferentes son anti-democráticos y anti-europeos. Pero el mundo está lleno de antidemocráticos y anti-europeos y muchas de ellos lo son por razones distintas a las de los tres nombrados. Quizás Leggewie quiso demostrar que el asesino noruego y el profesor ruso conviven bajo un mismo Zeitgeist y que el primero, tal como el asesino del padre en la gran novela de Dostoievski, solo materializó un acto pensado por Iván Karamazov (relación que se vuelve a repetir entre un alumno y su profesor en Rope, el inolvidable film de Hitchcock) Supongamos que así sea. Entonces ¿por qué Leggewie introduce al musulmán en el juego?
Evidentemente, al situar a Dugin entre dos criminales, Leggewie ataca no a la obra sino a la persona del intelectual ruso. Una agresión ad homine, como dicen los que se las dan de latinistas. En términos futbolísticos: una patada dirigida no al balón sino a los testículos del adversario. Y bien, eso, justamente eso es lo que no debemos hacer quienes vivimos sometidos a las normas no escritas del debate público.
Si alguien imagina que estoy defendiendo a Alexander Dugin se equivoca medio a medio. Como Leggewie pienso que Dugin persigue objetivos antidemocráticos. Más aún: pienso que su anti-europeísmo es una construcción ideológica puesta al servicio de poderes imperiales, entre ellos los de la supuesta Eurasia de Vladimir Putin. Y no por último pienso que hay que enfrentarlo con suma decisión. Pero con sus propias armas, con filosofías bien escritas, con argumentos que vienen, no de la lógica de la razón pura ni de imperativos suprahistóricos, sino de hechos que incluyen a millones de muertos yaciendo debajo de visiones epocales, como son las que padece Dugin.
Si lo situamos entre dos criminales no hay necesidad de debatir a Dugin. El se desprestigiaría por sí solo. Para que se entienda mejor mi crítica a Leggewie, imaginemos que alguien escribe un texto sobre Karl Marx situándolo al lado de un terrorista “anticapitalista” (Andreas Bader, por ejemplo) y de un genocida comunista como Pol Pot. El resultado es que con esas comparaciones dejaríamos a Marx fuera de todo debate, al margen de toda crítica seria. Y bien, eso hace Leggewie con respecto a Dugin.
A autores como Dugin hay que debatirlos, mostrar sus contradicciones, desarmar sus teorías. El es un enemigo y a los enemigos hay que tomarlos en serio. No los amigos (o antagonistas, adversarios, contrarios; da igual) sino los enemigos determinan la discursividad del acontecer político. El enemigo obliga a pensar en su contra. El no del enemigo es la pre-posición que determina mi sí a mis amigos. La enemistad del enemigo político es, por lo mismo, una “enemistad constitutiva” pues su negación es la que constituye a mi afirmación y no al revés. Evidentemente, estoy asumiendo aquí la lógica de la enemistad política proclamada por Carl Schmitt a la que también recurre en tonalidad positiva Alexander Dugin. Con la diferencia de que el enemigo, o los enemigos de Dugin, no tienen nada que ver con la lógica del enemigo de Schmitt.
¿Quién es el enemigo principal de Dugin? Fácil ubicarlo. Dogin no se cansa de nombrarlo en cada página que escribe. Su enemigo es el “liberalismo” cuyo sujeto no es ni la raza del fascismo, ni la clase del marxismo, sino el individuo cartesiano, abstracto y aislado del mundo, el Ser de Heidegger librado a su perra suerte, un Ser sin estar (sin Dasein) prisionero de sus vicios, sin religión ni tradición. Contra ese enemigo y sus representantes sobre la tierra (Merkel, Macron, Soros, la UE) hay que luchar de modo agónico. A ellos ha declarado Dugin una guerra teórica sintetizada en su libro La Cuarta Teoría cuyo objetivo es restituir el significado de los pueblos como sujetos activos de la historia. Sobre ese tema nos ocuparemos en otra ocasión. Baste decir por ahora que ese enemigo no tiene nada que ver con la noción de enemigo político de Carl Schmitt bajo la cual intenta guarecerse Dogin.
¿Quién es un enemigo político para Schmitt? Primero, no es un enemigo personal. Segundo, es un enemigo público. Tercero, no es imaginario sino existencial, vale decir, es un enemigo que no te deja ser. No puede ser un sistema, menos una ideología, en ningún caso una teoría. El enemigo es el No de tu Sí y el Sí de tu No. Y mientras más enemigo es el enemigo, más político será. La intensidad de la política depende en consecuencias del grado de intensidad de la enemistad que nos amenaza. O dicho en breve: el enemigo es real. Un enemigo irreal, o difusamente configurado, sería simple paranoia y eso es en gran medida “el liberalismo” de Dugin. En ese sentido Dugin incurre en el mismo error que cometió Leggewie al analizar a Dugin: caricaturizar al enemigo.
Dugin, efectivamente, nunca se ha detenido a configurar a su enemigo: el liberalismo. De ese modo no sabemos si cuando en una entrevista llamó a “hacer explotar al liberalismo” se refería al liberalismo económico iniciado por Adam Smith o a las teorías neo-liberales de Friedman o Hayek. O si su enemistad incluye a la larga tradición del liberalismo político que va desde Locke, pasa por Kant y continúa hoy en Rawls. O a todo junto. La impresión general es que para Dugin la palabra “liberalismo” es todo lo que se opone a sus concepciones de mundo lo que llevado al terreno práctico termina siendo todo lo que se opone al proyecto imperial ruso que en estos momentos representa Putin.
Del mismo modo, cuando frente a lo que entiende por liberalismo Dugin levanta la defensa de las tradiciones de los pueblos en contra de una supuesta modernidad que todo lo barre, nadie sabe a cuáles tradiciones se refiere el escritor ruso. Lo cierto es que el concepto de tradición que maneja es mítico y por lo mismo estático. Dugin pasa por alto el hecho de que las tradiciones no solo residen en el remoto pasado, es decir no solo existieron, sino que, además, y sobre todo, se van haciendo a través del tiempo. Más aún: las tradiciones nacen y se deshacen en confrontación con otras tradiciones. Para poner un ejemplo: los movimientos liberales y libertarios que pusieron fin a la era comunista fueron iniciadores de una tradición que continúa en nuestros días oponiéndose en las calles de Budapest a las tradiciones arcaicas que dice representar el régimen de Orban. Otro ejemplo: los opositores turcos que desafían electoralmente al régimen de Erdogan oponen a una tradición antipolítica cuya base es teocrática, una tradición que recurre a principios liberales formados en largas y cruentas gestas históricas.
Sí, porque guste o no a Dugin, el liberalismo también es y representa una tradición. De ahí que la disyuntiva de nuestro tiempo no es elegir entre tradición popular y modernidad liberal, como pretende hacernos creer Dugin, sino cuales son las tradiciones que defendemos y cuales son las que negamos. Toda lucha presente incluye al pasado.
El 26 de mayo no termina -quizás solo comenzará- la confrontación entre dos tradiciones: la autocrática y anti-liberal que representan autores como Alexander Dugin y la democrática, liberal y en cierto sentido, libertaria que representamos otros. Una confrontación que tendrá lugar en todos los planos, sean los de la prensa, los de la discusión callejera, los electorales y, por cierto, los académicos. Todos son importantes. No hay que descuidar ninguno.
Cabe esperar que autores tan renombrados como Claus Leggewie entiendan la seriedad e intensidad de la lucha que se nos viene encima.

Referencias:
Dogin, Alexander La Cuarta Teoría, Barcelona 2012
Leggewie, Klaus Anti-Europäer, Frankfurt 2016
Schmitt, Carl Der Begriff des Politischen, Berlín 1963