Solamente en una sociedad llevada al límite de la histeria y en la
que muchos jugaron y siguen jugando al caos te pueden responder que a
ti no te importan los muertos cuando hablas en contra de la guerra y
sus terribles e impredecibles consecuencias. La muerte de muchos
encuentra en la muerte de muchos más su justificación ante la falta
de respuestas coherentes que logren darle a esa población
descarriada que se quedó sin los marcos de referencia de la
normalidad que conocía, el regreso a una vida que se parezca menos a
estar montados en una montaña rusa de la que parece imposible
bajarse.
Azuzados por el miedo y la incertidumbre, unas bombas que explotarían
en la cabeza de los malvados y nos devolverían el país que perdimos
se convierten en el extraño objeto del deseo de seres que solo las
han visto explotar en las películas y en las que los buenos casi
siempre se salvan mientras el reguero es de seres sin nombre, de
extras desconocidos que completaban la escena detrás de la trama
principal.
Este país destruido sin hospitales para resolver lo básico y mucho
menos lo complejo, con períodos de oscuridad que en muchas ciudades
y pueblos superan los de claridad, famélico y sin incentivos para
trabajar por sueldos también de hambre, clama por un horror que no
solo no está en capacidad de soportar, sino de final incierto y que
puede condenarlo a la perpetuación de sus carencias y conflictos.
Hay que reconocer, sin embargo, que quienes podrían llevar a cabo
las temerarias acciones, no muestran ningún interés en
materializarlas, que hablan para atrás y para adelante, esperando
tal vez, que las amenazas que lanzan de vez en cuando tengan algún
efecto en los atrincherados en el poder y los obliguen a alguna
respuesta que a hasta ahora no ha sido otra que decir que están
listos para batirse en a batalla tan desigual que les prometen. Pero
el daño ya se ha producido. La idea febril se apoderó de muchos,
incluso de algunos que conocieron tiempos de sensatez y moderación.
Habrá que ver cómo, los que alentaron esta idea desquiciada o los
que callaron ante tan macabra posibilidad, lograrán revertirla para
mostrarnos los caminos que estamos obligados a recorrer. No porque
sean los mejores. Sino porque son los únicos posibles.