Adriana Moran - LOS PROFETAS DEL HORROR


Solamente en una sociedad llevada al límite de la histeria y en la que muchos jugaron y siguen jugando al caos te pueden responder que a ti no te importan los muertos cuando hablas en contra de la guerra y sus terribles e impredecibles consecuencias. La muerte de muchos encuentra en la muerte de muchos más su justificación ante la falta de respuestas coherentes que logren darle a esa población descarriada que se quedó sin los marcos de referencia de la normalidad que conocía, el regreso a una vida que se parezca menos a estar montados en una montaña rusa de la que parece imposible bajarse.
Azuzados por el miedo y la incertidumbre, unas bombas que explotarían en la cabeza de los malvados y nos devolverían el país que perdimos se convierten en el extraño objeto del deseo de seres que solo las han visto explotar en las películas y en las que los buenos casi siempre se salvan mientras el reguero es de seres sin nombre, de extras desconocidos que completaban la escena detrás de la trama principal.
Este país destruido sin hospitales para resolver lo básico y mucho menos lo complejo, con períodos de oscuridad que en muchas ciudades y pueblos superan los de claridad, famélico y sin incentivos para trabajar por sueldos también de hambre, clama por un horror que no solo no está en capacidad de soportar, sino de final incierto y que puede condenarlo a la perpetuación de sus carencias y conflictos.
Hay que reconocer, sin embargo, que quienes podrían llevar a cabo las temerarias acciones, no muestran ningún interés en materializarlas, que hablan para atrás y para adelante, esperando tal vez, que las amenazas que lanzan de vez en cuando tengan algún efecto en los atrincherados en el poder y los obliguen a alguna respuesta que a hasta ahora no ha sido otra que decir que están listos para batirse en a batalla tan desigual que les prometen. Pero el daño ya se ha producido. La idea febril se apoderó de muchos, incluso de algunos que conocieron tiempos de sensatez y moderación. Habrá que ver cómo, los que alentaron esta idea desquiciada o los que callaron ante tan macabra posibilidad, lograrán revertirla para mostrarnos los caminos que estamos obligados a recorrer. No porque sean los mejores. Sino porque son los únicos posibles.