La imposición de sanciones, las amenazas, y las intentonas fallidas,
lograron lo esperado: la cohesión de un régimen victimizado que
exhibe sin pudor su fuerza represiva mientras la oposición se divide
ante la falta de unos resultados que se prometieron como inmediatos y
sin mayores esfuerzos. Una población diezmada por el hambre, la
emigración y la incertidumbre reacciona repartiendo culpas y
subiendo la voz ante la falta de claridad en las acciones destinadas
a alcanzar los fines que se plantearon. Peligra ese movimiento
inmenso de reunificación de enero en torno al nuevo liderazgo y
peligran incluso los apoyos internacionales a la lucha democrática
cuando quienes la dirigen no logran disimular la falta de una
estrategia unitaria con ese “todas las opciones están sobre la
mesa” que cada quien interpreta a su conveniencia. La desconexión
con las mayorías que ya no resisten el peso de la inflación
galopante, los servicios inexistentes y la desesperanza renovada, van
diluyendo la motivación para apoyar el mensaje cambiante,
contradictorio y evidentemente no consensuado.
Seguir repitiendo que el cese de la usurpación se producirá de un
momento a otro como resultado de “un conjunto de acciones que se
están llevando a cabo en distintos escenarios" equivale a
dispersar la energía necesaria para enfrentar juntos la forma de
alcanzarlo. Sin plantear con claridad la necesidad de conseguir un
proceso electoral en el que podamos participar todos para evitar el
caos y la violencia que nos amenazan, solo nos esperan más
frustraciones.
Una oposición que insiste en negarse sistemáticamente a sí misma
la posibilidad de luchar por contarse y que se deja seducir por el
discurso violento que la lleva al mismo círculo de
insurrección-fracaso, se convierte en su propia víctima. Mientras
tanto, el poder sigue jugando con las mismas cartas marcadas de
siempre y se atreve con desfachatez a llamar a unas elecciones
parlamentarias, seguro de que esto le servirá para seguirnos
dividiendo y para sostenerse en su minoría. De nosotros depende
romper ese círculo perverso para retarlo en el terreno en el que
somos muchos y a él le quedan muy pocos.