No puede ser que a estas alturas veamos el estilo
confrontacional del régimen como una novedad. La confrontación ha sido el
estilo de la mal llamada revolución del siglo veintiuno desde el inicio. Con
ella se subió a su primera tarima, construyó su narrativa, alimentó sus
discursos incendiarios y ha mantenido cohesionados a sus seguidores más
fanáticos pegados a ese cuento de guerra permanente que los hace sentirse
fuertes más allá de toda racionalidad. Y no sólo eso, ha intentado por todos
los medios, durante años, que le respondamos de la misma forma para que esa
llama belicista que tiende a apagarse cuando hablamos desde la civilidad que
expone sus falencias, permanezca ardiendo.
¿Porqué asombrarnos ahora, cuando de este lado se le da
protagonismo a su enemigo preferido y se lo amenaza con invasiones y ejércitos,
bloqueos y sanciones, revueltas y violencia, de que su respuesta sea el
avivamiento de esa llama.? ¿Donde está la rareza de que responda con paredones de
ajusticiamiento u otras formas de castigo medievales a quienes deciden entrar en
el juego que a modo de trampa preparó para nosotros? Si en su momento de mayor
debilidad y acogotamiento, cuando hasta sus más cercanos dan muestras de
cansancio frente a tanto desatino, en lugar de buscar sus debilidades y
exponerlas como llagas, renunciamos a ejercer nuestra verdadera fuerza y lo
complacemos en su mayor fantasía, no podemos esperar que nuestra acción
produzca otra reacción diferente que la que ha estado cultivando con perverso esmero.
Recoger los vidrios rotos de tanta amenaza y tanto grito y
ubicarnos todos en el sensato punto de formar un grupo unificado en el
propósito de ejercer nuestros derechos y reclamar desde nuestra razón
indiscutible y acción ciudadana la salida democrática a la que tenemos derecho,
no será fácil. Renunciar a la tentación de responder en sus mismos términos,
diferenciarnos de ese deseo de destruir al otro después de cosificarlo, es una
tarea ardua. Pero hay que hacerla. Aunque las puntas de esos vidrios estén muy
afiladas. Aunque haya quienes sigan rompiendo alguno mientras intentamos
recogerlos. Porque la urgencia sólo podrá resolverse colocando la realidad como
prioridad y desarmado de amenazas inútiles a quien las necesita para sobrevivir
en medio del caos. Ellos no son invencibles. Aunque lo repitan mil veces. Pero
lo serán si nosotros insistimos en creerlo y nos damos por vencidos.