La llamada
ayuda humanitaria entra al país después de un intento de medición de fuerzas que
nunca debió darse. Nunca debió darse en primer lugar que un país con una
elevada renta petrolera y un aparato productivo en marcha que no sufrió ningún
desastre natural llegara a necesitar la ayuda de otros países para evitar la
muerte de pacientes con padecimientos que en cualquier país de Latinoamérica
pueden ser tratados sin mayores inconvenientes, o la de niños llevados al
extremo de la desnutrición y empujados a morir por la falta de las fórmulas
alimentaras necesarias para revertir sus cuadros graves. Pero tampoco debió
suceder que todo este dolor que es responsabilidad del régimen que con
corrupción y malos manejos sumió al país en la miseria, fuera tomado como
bandera de la oposición para enfrentarse a los que gobiernan y sirviera para darles
más excusas y permitirles exhibir su sectarismo y colocarse en papel de
víctimas ante los que aún después de tanto desatino, dentro y fuera de nuestras
fronteras, les siguen dando la razón.
Es cierto que
como oposición hemos cometido muchos errores. Algunos tan grandes y mal resueltos
que tenemos que lidiar con sus sombras. Pero también es cierto que las
denuncias de la crisis humanitaria hasta hace poco negada por los de Miraflores
es una lucha que todos desde nuestros espacios hemos dado y que ha sido gracias
a esos esfuerzos y a los de los dirigentes políticos representados por los
diputados de la asamblea nacional y encabezados por Guaidó en su constante
insistencia ante gobiernos y organismos internacionales que se terminó por
convencer al mundo democrático de la urgencia de nuestro padecimiento y de la
necesidad de ingresar esa ayuda al país.
Nadie que
conozca la realidad venezolana y la observe despojado de fanatismo puede
atribuir al régimen que la desgobierna el mérito de la entrada de la ayuda
humanitaria. Pero nadie puede tampoco, poner por encima de la vida de los
pacientes que la esperan la urgencia de retar a quien todavía ejerce el poder
de facto. Al régimen tenemos que retarlo organizando esa fuerza que hoy recorre
al país y llena plazas y avenidas para poder medirnos y contar nuestra mayoría.
Pasar del asfalto a la arena política en la que suceden los acuerdos, las
negociaciones y en las que están las urnas electorales que nos darán el poder
para cambiarlo todo. Pero la ayuda humanitaria no es una bandera política ni
tiene un color determinado. Esa ayuda humanitaria que nunca debimos necesitar es,
como su nombre lo dice, ayuda. Ayuda para humanos que la necesitan para sobrevivir.