Fernando Mires – PUTIN EN VENEZUELA


¿Qué busca Putin en Venezuela?
Quizás varias cosas a la vez. Por de pronto no podemos pasar por alto que, como el de Rusia, el poder que ejerce Maduro pertenece a la misma familia autocrática mundial junto a Orbán en Hungría, Erdogan en Turquía, Lukashenko en Bielorusia, Salvini en Italia, sin contar a las que priman en el mundo islámico. Visto el tema desde esa perspectiva, Maduro aparece como una suerte de pendant latinoamericano del autocratismo mundial.
Existe de hecho una “comunidad internacional” democrática y otra no solo no democrática sino antidemocrática. Comunidad cuyos estados han ido tejiendo entre sí relaciones de empatía y solidaridad. Su divisa común es la negación radical del liberalismo democrático al que ven como amenaza externa e interna a la vez.
Para entender mejor el problema basta preguntarse a cuales grupos apoya Putin en Europa. Ahí percibimos que además de los regímenes autocráticos mencionados, el autócrata ruso no disimula su abierta complicidad con partidos ultranacionalistas y xenófobos como Alternativa para Alemania y el Frente Nacional de la Le Pen, pero a la vez, si se da el caso, está dispuesto a apoyar, y lo ha hecho, a movimientos de ultraizquierda como Podemos de Iglesias y Francia Insumisa de Mélenchon. Este último, coincidiendo con el aventurero internacional y consejero de Trump, Steve Bannon, ha declarado a Putin socio directo en su lucha en contra de la UE.
En palabras breves: Putin está dispuesto a apoyar a cualquier gobierno, movimiento o partido siempre y cuando contribuya a debilitar la hegemonía democrática, en primer lugar sobre Europa y, en segundo lugar, mundial. Por supuesto, ese propósito no está guiado solo por amor a las autocracias del orbe. Su objetivo, el primero, el más importante de todos, es alcanzar, gracias a sus aliados, hegemonía política sobre Europa. Lo dicho significa: a diferencias del periodo de la Guerra Fría, el enemigo político principal de Rusia ya no es USA -lo que no quiere decir que sea un amigo- sino los países que ejercen hegemonía en Europa Occidental, particularmente Francia en lo político y Alemania en lo económico. En este segundo punto Putin coincide nada menos que con Trump quien ha declarado como enemigos económicos a China y Alemania (cada vez mas unidos) ¿Y qué tiene que ver Maduro en este cuento? se preguntarán muchos. Más de lo que se cree. De otra manera Putin no habría enviado soldados a Venezuela.
El envío de soldados a Venezuela es sin duda una provocación de Rusia a los EE UU y a la comunidad democrática mundial. Por una parte es una respuesta directa al proyecto de Trump destinado a estacionar misiles de alcance intermedio en Europa. Por otra, coloca a Trump en una situación muy difícil tanto en su política nacional como internacional. Y, para rematar, levanta una política opuesta al intervencionismo trumpista, pero también alejada de la alternativa europea que busca, antes que nada, una salida política a la crisis venezolana.
Malvado puede ser Putin, pero es inteligentísimo. Su provocación es un juego de gana o gana. Si Trump no reacciona ante la presencia armada de Rusia en Venezuela, por muy simbólica que sea, Putin puede aparecer como el hombre que impidió una invasión militar de los EE UU y con ello acumular puntos para continuar bregando en su proyecto hegemónico hacia Europa y, tal vez, hacia América Latina. Si en cambio reacciona militarmente, Trump correría el peligro de hundirse en el lodo de una guerra inútil antes de su reelección, hecho que además convertiría su utopía del muro anti-migratorio en una imposibilidad política. De acuerdo a la primera eventualidad, Putin emergería como vencedor estratégico (a largo plazo). De acuerdo a la segunda, Putin emergería como vencedor táctico (a corto plazo).
Visto en términos inmediatos, lo que más convendría a Putin sería una invasión norteamericana a Venezuela. De ahí el carácter provocatorio de su “apoyo” a Maduro.
No obstante, una invasión norteamericana luce problemática y eso, al parecer, hasta Maduro lo sabe. La principal razón es que en los EE UU no existe todavía un acuerdo unitario. De hecho hay por el momento tres fracciones: una mayoritaria no-intervencionista si contamos no solo a importantes segmentos republicanos sino también a la oposición demócrata a Trump, refractaria a toda aventura militar. Una abiertamente invasionista, al parecer minoritaria, a cuya cabecera se encuentran personajes como el senador Marco Rubio, seguidos por invasionistas venezolanos (Diego Arria, Antonio Ledezma, entre otros) partidarios del extremismo de la señora María Corina Machado y su grupo Vente en Venezuela. En el medio está Trump quien no logra divisar todavía las ventajas económicas de una invasión a Venezuela (a Trump no le importa otra cosa). Lo más probable – aunque nada está asegurado- es que Trump insista en su política de hostigamiento a Maduro, ejerciendo fuerte presión económica, con la esperanza de lograr alguna vez el apoyo de por lo menos parte del estamento militar venezolano. Al parecer, esa es también la línea que por el momento sigue Juan Guaidó y su partido (VP). Del resto de los partidos venezolanos, como casi siempre, no se escucha mucho.
La oposición venezolana tiene, en consecuencia, dos alternativas. Una es someterse al dictamen trumpista orientado a lograr el fin de la usurpación mediante el ejercicio de la presión política interna unida a la económica externa. Dicha vía, sin embargo, tiene dos inconvenientes. El primero, la posibilidad de que las manifestaciones encabezadas por Guaidó pierdan parte de su energía movilizadora, lo que de hecho ya está ocurriendo. La segunda es que las presiones económicas de Trump terminen solo afectando a los sectores más pobres de la nación.
La segunda vía, la política, pasa por articular las demandas democráticas de la oposición venezolana con la enorme mayoría de las naciones democráticas europeas y latinoamericanas que exigen de modo unánime una solución política pacífica basada en la exigencia nacional e internacional por elecciones libres. Esa es la política de la UE y la comisión dirigida por Franca Mogherini. Esa es también la posición mayoritaria del Grupo de Lima. Asumir esa política significaría, además, dejar fuera del juego a Putin, cuyo apoyo a Maduro – si es que tiene lugar- nunca podrá ser político. Cuando más, y de modo solo simbólico, militar.
Asumir esa segunda vía significaría, además, dotar a la oposición venezolana de una ruta estratégica orientada a convertir el fin de la usurpación no solo en un deseo colectivo sino en resultado de una política llevada a cabo con pertinacia e inteligencia. Lamentablemente la segunda virtud -lo voy a decir con toda franqueza- no ha sido la que más ha caracterizado a la oposición venezolana.
Lo cierto es que la frase “tenemos todas las opciones sobre la mesa” ya no es cierta. Solo hay dos opciones, y de esas dos, solo una es política.