Fernando Mires - EL CESE DE LA USURPACIÓN


Fernando Mires - EL CESE DE LA USURPACIÓN

Ningún opositor puede no estar de acuerdo con el "cese de la usurpación". El punto es que la palabra "cese" implica o bien una acción voluntaria desde el poder o una fuerza propia o extraña que la desencadene, una que nadie logra precisar cuál es (Adriana Morán)
El tema de la usurpación está puesto en el centro del actual discurso político de la oposición venezolana. De acuerdo a ese tema la dictadura no solo es de facto, además es de origen. Ese origen reside, según muchos opositores, en las elecciones presidenciales del 20 de mayo de 2018 (20-M) cuando el grueso de la MUD decidió no participar debido a que la elección no contaba con el mínimo de garantías constitucionales.
Desde el punto de vista del gobierno -escribo gobierno porque Maduro ocupa el lugar del gobierno- la usurpación no existe. Su argumentación es que el adelanto de las elecciones presidenciales correspondía a una petición anterior de la propia MUD (lo que es cierto), que las garantías eran las mismas de los comicios anteriores y que si la oposición decidió no presentarse, fue responsabilidad suya (lo que desde un punto de vista jurídico formal, también es cierto). Fue esa una entre tantas razones por las cuales una parte minoritaria de la oposición planteó a su debido tiempo que, pese a todas las irregularidades, había que dar la batalla electoral, denunciar los fraudes desde dentro de la campaña, y movilizar a la mayoría absoluta en contra del gobierno. Esa batalla, como es sabido, no se dio y la oposición se condenó a la inacción durante un largo periodo.
1.      La primera usurpación
¿Entonces no hubo usurpación? Mi respuesta es: claro que la hubo, pero esa usurpación tuvo lugar antes de las presidenciales del 20-M. Visto así, el 20-M habría sido solo la prolongación de una usurpación que la precede. Esa usurpación, la de origen, tuvo lugar el 30 de Julio (30-J) cuando Maduro llamó a sustituir a la Asamblea Nacional (AN) por la Asamblea Constituyente (AC) en una de las elecciones más fraudulentas que conoce el historial latinoamericano. Ese día ocurrió un fraude no de miles, sino de millones de votos, hecho denunciado por la propia empresa Smartmatic. Ese día tuvo lugar la usurpación del poder legislativo por el ejecutivo. Ese día el régimen dio los pasos que separan a un gobierno autoritario (o dictadura de hecho) de una dictadura en forma. Y ese día Maduro tendió una trampa a la oposición, una de la cual todavía no logra salir.
Recordemos: El fraude del 30-J avalado por la CNE fue una respuesta al plebiscito simbólico realizado por la oposición el 16 de Julio de 2017 (16-J) en torno a tres puntos de la unidad. Pero – y esta era la trampa- además de elegir a la AC, el fraude perseguía otro objetivo: notificar a la oposición de que ya no tenía más sentido votar. Con ello Maduro pretendió (y logró) desactivar la bomba atómica del adversario, puesta a prueba en las elecciones del 6-D-15: el voto. Así protegió su talón de Aquiles: el de ser solo presidente de una extrema minoría. La oposición, como se sabe, pisó la trampa y con ello contribuyó a destruir -haciendo el juego a Maduro- la voluntad de voto del pueblo ciudadano.
Las elecciones del 20-M si bien como todas las que ha hecho Maduro fueron fraudulentas, no constituyeron un fraude jurídico de mega-dimensión como ese con que hicieron ganar a la AC el 30-J. Pese a que algunas de las razones que llevaron a la abstención son entendibles (líderes en prisión e inhabilitados, adelantamiento de fecha que impedía realizar primarias, y otras más) el hecho inocultable fue que la oposición, al acudir a las conversaciones pre-electorales de Santo Domingo sin haber levantado previamente una candidatura unitaria (Capriles la exigía a gritos) cedió espacios al adversario perdiendo la oportunidad de su vida para imponer su mayoría al régimen. Los resultados son conocidos: la oposición, sin tener otra vía fuera de la electoral cayó en el abismo de la nada, su organización central, la MUD, fue desmantelada por sus propios partidos y, no por último, apareció un flanco para que los sectores más extremistas (“la secta”) ejercieran una hegemonía que desde la abstención del 2005 no tenían. Entre mayo de 2018 y febrero de 2019 la oposición vivió en el limbo. Aparte de crear un remedo universitario de la MUD llamado Frente Amplio (que no era ni frente ni amplio) no hizo nada más.
2.      La juramentación
El 23 de enero de 2019 en cambio, comenzó a ser escrito otro capítulo en la larguísima historia de la oposición venezolana. Ese día el presidente de la AN, Juan Guaidó, decidió juramentarse como presidente de la república frente a una imponente multitud que lo ovacionaba con entusiasmo y devoción.
Es necesario consignar que no todos los opositores venezolanos estuvieron al comienzo de acuerdo con el propósito de la juramentación. Quienes no estaban de acuerdo veían en esa juramentación solo un acto simbólico -en el hecho lo fue- cuyo propósito era crear un poder ficticio frente a un poder armado. Sin embargo, cuando tuvo lugar la juramentación de Guaidó, fue apoyada por toda la nación opositora. Tres razones explican esa unanimidad.
Primero, el acto de juramentación no fue solo presidencial. Fue un acto de reconocimiento mutuo entre una ciudadanía que había encontrado a su líder, y el líder, Guaidó -un hombre de hablar directo- dispuesto a jugárselo todo por su pueblo.
Segundo: Guaidó juramentó en nombre de la AN, elegida electoralmente por la ciudadanía, y por lo mismo estaba en condiciones de asegurar la continuidad politica, democrática, constitucional, pacífica y electoral trazada por la MUD en sus mejores tiempos.
Tercero: no solo quienes juraron, sino también quienes nos ocupamos con el acontecer venezolano, incluyendo a la mayoría de los gobernantes latinoamericanos y europeos, suponíamos que si Guaidó accedió a juramentarse fue no solo porque contaba con un inmenso apoyo internacional, sino porque tenía -o creía tener- a su lado, a importantes sectores del ejército. Lamentablemente no era así. Eso quiere decir que Guaidó cuando juramentó lo hizo sobre la base de una simple hipótesis. Una a ser verificada el día 23 de febrero, el día D, el supuesto día de la llegada triunfante de la ayuda internacional humanitaria.
Cierto, cuando algunos oficiales sin mando de tropa -sobre todo el general “pollo” Carvajal- cambiaron de bando, no pocos imaginamos estar frente al comienzo de un gran quiebre histórico. Pero ese quiebre no tuvo lugar. Maduro demostró por el contrario que “la costra” militar y para-militar (lumpen militarmente organizado) es más sólida de lo que suponía la hipótesis sobre la cual se fundamentaba la juramentación de Guaidó.
3. Los tres puntos de Guaidó
Volvamos ahora al 23 de enero. Ese día, Guaidó trazó una ruta de tres puntos: Cese de la usurpación – Periodo de transición - Elecciones libres.
Esa triada pareció en un momento, lógica. Primero hay que derribar al gobierno para luego iniciar un periodo de transición en el que participen todas las fuerzas vivas de la nación y culminar con elecciones libres –sin ese CNE- desde donde surgiría un gobierno democrático. Había, sin embargo, un problema. El problema estaba en el orden de los factores el que en política, a diferencia de las matemáticas, sí altera el producto.
Por supuesto, no hay nadie en la oposición que no quiera terminar con el régimen de Maduro. El problema en este caso es “como”. Y bien, el primer punto no dice nada sobre ese “como”. No obstante, podemos intentar una reflexión. ¿Cuáles son las posibilidades efectivas y no fantasiosas de cese del gobierno? Hay dos que no dependen de la oposición: o una muy improbable renuncia del dictador o un golpe de estado al interior del régimen, uno que deponga a Maduro y ponga en su lugar a otro representante del chavismo, probablemente un militar. Pero además hay dos que sí dependen de la oposición y por lo mismo en ellas hay que centrarse: o una insurrección popular que provoque el quiebre del régimen o una invasión externa.
Una insurrección popular significaría repetir las versiones de la “salida” del 2014 y la fase útima de las manifestaciones del 2017 (hora cero, marcha sin retorno) es decir, dejaría librada la alternativa a valientes estudiantes luchando en contra de criminales armados hasta los dientes. De más está decirlo, una nueva “salida” es la que más conviene al régimen. No quedaría entonces más que pensar en una dimensión internacional. ¿Desde dónde?
Si tomamos en cuenta que los gobiernos de Europa, sumándose a ellos Canadá y los latinoamericanos de “derecha” organizados en el Grupo de Lima se han pronunciado en contra de una intervención militar, solo quedaría la alternativa de una invasión militar que ha sugerido pero nunca prometido Trump. Y bien, aparte de que esta es solo una hipótesis –y en política jamás hay que actuar por hipótesis- hay razones e indicios de que esa posibilidad es, por el momento, efímera.
Una operación-Venezuela nunca podría ser igual a una operación-Panamá. Se trataría en este caso de una de mediana a gran intensidad, en cierto modo similar a la de Irak del segundo Bush. Pues bien, en ese tipo de operaciones EE UU nunca ha estado solo. Todo lo contrario: ha formado coaliciones internacionales en nombre de las cuales ha actuado. Pero en el caso de Venezuela, ya conocidas las posiciones de la UE, de Canadá y del Grupo de Lima, EE UU debería actuar sin ningún respaldo internacional. ¿Va a hacer eso Trump sabiendo que la importancia geopolítica de Venezuela no se aproxima en nada a la de Irak? Pero aún si así fuera ¿No tiene ya suficientes problemas con el fracaso de las conversaciones nucleares con Kim-Jong-Un, con las disputas sobre proyectiles de mediano alcance con Putin, con la acusación constitucional emprendida por 16 estados acerca del uso de fondos de emergencia para construir el muro anti-mexicano, con desavenencias dentro de su propio partido y con elecciones a la vista? Tendría que ser loco. Lo más probable entonces es que Trump termine alineado con la EU y el Grupo de Lima en el creciente clamor por elecciones libres en Venezuela
  1. La lucha por elecciones libres
¿Por elecciones libres y no por el fin de la usurpación? No se trata de eso. De lo que sí se trata es de hacer una leve corrección a la ruta planteada originariamente por Guaidó (al fin y al cabo no la recibió de Jehová) Esa corrección puede ser sintetizada en una sola frase: no el fin de la usurpación es una vía para realizar elecciones libres sino la lucha por elecciones libres es una vía para poner fin a la usurpación. ¿Elecciones libres con Maduro?
Conozco la pregunta. Ha llegado el momento de aclarar. Aquí no se ha escrito solo elecciones libres -las que de por sí nunca Maduro va a conceder gratis- sino algo distinto: lucha por elecciones libres. El acento entonces no debe ser puesto en la palabra elecciones sino en la palabra lucha. Eso significa que esa lucha debe ser realizada bajo el supuesto de que esa sería la última concesión que Maduro podría realizar pues él y los suyos saben que con elecciones libres terminaría para siempre su vida política. Se trata por lo tanto de poner a Maduro entre la espada y la pared. En ese sentido la lucha por elecciones libres es mucho más radical que la lucha en contra de una usurpación a secas. O dicho para que hasta el más cabeza de piedra entienda: la lucha por elecciones libres es exactamente igual a la lucha en contra de la usurpación, con la diferencia de que la primera tiene un contenido político-universal que la segunda no posee.
Plantear en primer lugar el cese la usurpación y solo en tercer lugar la lucha por elecciones libres, lleva a restar más que a sumar pues la casi totalidad de las naciones democráticas que repudia a Maduro no están por una salida militar pero todas, todas sin excepción, están dispuestas no solo a apoyar a la oposición venezolana en una lucha por elecciones libres sino a participar en la arena internacional en función de ese objetivo. A la inversa, el veto de las dictaduras de China y Rusia a la proposición norteamericana en la ONU relativa a apoyar elecciones libres en Venezuela mostró claramente lo que está en juego a nivel internacional. La lucha por elecciones libres, bajo esas condiciones, puede convertir a Venezuela en un símbolo de la lucha mundial por la democracia.
Por otra parte ya está demostrado: el régimen teme mucho menos a la confrontación física que a la confrontación electoral. En la primera puede incluso ganar. En la segunda solo puede perder.
Creo entonces que no hay como equivocarse: El orden lógico de los factores debe ser: Lucha por elecciones libres – Cese de la usurpación – Transición hacia la democracia.