Adriana Moran - EL AUTORRETRATO


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Las dictaduras del nuevo siglo, a diferencia de las militares que conocimos en el siglo pasado
en nuestra América, son regímenes que destruyen la democracia utilizando sus mismas armas. La
democracia es aniquilada desde adentro, en nombre de la democracia. Esto les trae, entre otras,
dos grandes ventajas: mantienen una fachada que algunos tienden a creer o a al menos a creer
por más tiempo, y la más importante, van minando la credibilidad de esos instrumentos que son         
fundamentales para mantener los procesos democráticos, principalmente el voto. Así, con los
poderes del estado secuestrados para su causa, realizan gran número de elecciones en las que
ponen a prueba la paciencia de propios y extraños cometiendo todo tipo de abusos desde el
poder, y que terminan por convencer a sus opositores de que será imposible vencerlos en este
terreno aunque sean una inocultable minoría.

La falta de confianza se va apoderando de la mayoría que se opone al régimen autoritario y creando fracturas dentro de la misma oposición que también favorecen la no participación y sirven para confirmar, ante la decreciente presencia opositora en los procesos comiciales, la falsa tesis de que esta es una vía con la que no se puede derrotar a los que mandan, porque “dictadura no sale con votos".  

Y aquí, comienza a aparecer un beneficio adicional para los que ostentan el poder: ese desánimo colectivo fomentado, que es a su vez incentivado por los grupos más radicales dentro de la misma oposición en perfecta sincronización de los dos extremos, termina por convencer a grandes grupos de que descartada la inútil vía electoral, el dictador debe ser enfrentado por la vía insurreccional. Es decir, terminan por amoldarse al discurso de mentiras del régimen que siempre se refiere a quienes se le oponen como “los violentos", “Los golpistas”. El régimen termina por definirse a sí mismo en la oposición desesperada y ésta apoderándose de su autorretrato.

En la Venezuela que se opone mayoritariamente a Maduro y su camarilla criminal, la dirigencia política sensata tiene la obligación de hablar con la verdad, de poner sobre la mesa las herramientas de la democracia que el régimen quiere anular porque les teme, de oponer moderación al discurso guerrerista y gritón de los extremos, de no dejarse arrastrar por las pasiones que embisten con fuerza y nublan el juicio de una población cansada, de buscar los caminos que no solo aseguren un cambio de los que gobiernan, sino un cambio sostenible en el tiempo con la gobernabilidad suficiente y duradera para reconstruir este país en ruinas.