Fernando Mires - VENEZUELA Y EL MUNDO


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Pocas veces, quizás nunca, un gobierno latinoamericano ha logrado concitar en su contra tanto repudio internacional como el de Nicolás Maduro. Ni siquiera Pinochet y Videla en sus tiempos más crueles lograron el aislamiento que alcanzaron Maduro y sus secuaces. Por cierto, razones sobran: corrupción generalizada, bancarrota económica inducida, producción de miseria social a gran escala, las migraciones más grandes de la historia del continente, militarismo, represión, asesinatos, torturas, fraudes electorales, y pare de contar. No obstante, en la historia universal abundan casos parecidos. ¿Qué tiene o no tiene Maduro aparte de la radical antipatía que provoca donde aparece para ser tan denostado por todos los países democráticos del planeta? Para responder a esa pregunta conviene seguramente precisar quienes son en estos momentos sus principales enemigos. Siguiendo ese hilo podríamos distinguir tres sectores:
1.       Los gobiernos latinoamericanos de derecha y centro derecha
2.       Un grupo intercontinental  hegemonizado por EEUU: Canadá, Australia, Israel, entre otros
3.       Las democracias liberales del continente europeo.

Los gobiernos del tercer ciclo
El grupo 1 es el resultado de una constelación no casual. Equivale a los tres ciclos observados en  el historial de la región de los últimos decenios. Podríamos llamarlos, gobiernos del tercer ciclo. Denominación deducida de las diferencias con los dos ciclos precedentes
El primer ciclo apareció alrededor de los mediados de los setenta y fue el formado por gobiernos ejecutores de programas neo-liberales. Sus características son conocidas. En lo económico: angostamiento del sector estatal y aplicación radical de medidas anti-inflacionarias. En lo social: exclusión de vastos sectores sociales. En lo político: gobiernos autoritarios y dictaduras militares fuertemente represivas.
El segundo ciclo surgió como negación radical al primero. Se trataba de gobiernos de masas cuya data comienza durante los noventa para alcanzar su momento de contracción en la segunda década del 2000. Sus características también nos son conocidas. En lo económico: redistribución anárquica del ingreso privilegiando a sectores populares y favoreciendo al sector público en desmedro del privado. En lo social, apoyo a movimientos clientelares de tipo populista. En lo político el espectro es más complejo: abarca desde gobiernos de centro-izquierda (Bachelet, Mujica) de izquierda populista (Lula y M.C. Fernández) hasta llegar a la autocracias y “dictaduras sociales” organizadas en la fenecida ALBA. En ese archipiélago de islas izquierdistas subsistía de vez en cuando algún solitario islote de derecha (Uribe, por ejemplo)
El tercer ciclo, el de la negación de la negación (para decirlo en términos hegelianos) lo estamos presenciando. Al igual que el anterior tampoco es homogéneo e incluye a gobiernos de centro derecha (Argentina, Chile) derecha pura (Perú, Colombia) y derecha dura (Bolsonaro). Dichos gobiernos constituyen a la vez el eje central de la resistencia continental en contra del mal llamado socialismo del siglo XXl y su máximo exponente: Nicolás Maduro.
¿Cuál es el interés que tienen los gobiernos del tercer ciclo por derribar a Maduro? Por una parte hay uno deducido de las ideologías conservadoras y neoliberales que profesan. Por otra, sin duda, una honesta solidaridad con las desgracias del pueblo venezolano. No obstante, si estamos hablando de política internacional, hay que tomar en cuenta otra razón, a saber: ningún gobierno del mundo lleva a cabo una política externa en discordancia con su política interna. Efectivamente, Maduro y su dictadura (otros dirán autocracia) es en estos momentos la peor propaganda para los partidos de izquierda.
Incluso la mayoría de los gobernantes del tercer ciclo llegó al gobierno agitando una fuerte retórica en contra de Maduro. Y así es: proclamar los crímenes de Maduro desubica a los ideólogos de la izquierda, lleva a la defensiva a sus partidos, los deja sin argumentos.
Dicho sin ironía: no hay nadie que haya trabajado con tanto entusiasmo para religitimar a las derechas continentales como el gobierno de Nicolás Maduro. Más aún: los papeles han sido invertidos. Las izquierdas de hoy, o se ven obligadas a defender a una dictadura, o deben distanciarse de ella al precio de provocar divisiones internas entre sus huestes. Maduro, digámoslo así, ha llegado a ser un caramelo para las derechas continentales. Y, naturalmente, lo saborean con cierto placer.
Las razones de Trump
El grupo 2 es reducido. En el fondo está constituido solo por los EE UU y de modo irregular por gobiernos democráticos occidentales que no forman parte de la UE. Corresponde con la política de Trump cuyo interés no es hacer de policía mundial (el mismo lo ha dicho) sino trabajar en función de los intereses de su país. En ese sentido Maduro le importaría poco a Trump si su no-continuidad no trajera algunos réditos para los EE UU. ¿Cuáles son? Económicos no  – Maduro es un socio comercial activo y cumplidor-. Pero políticos sí. Maduro puede ser para Trump una oportunidad para re-balancear su política hacia América Latina. Tesis que debe ser explicada:
Pocos gobernantes norteamericanos han desarrollado una política tan discriminatoria hacia los americanos del sur como Trump. El muro anti-migratorio pasará a ser sin duda un símbolo de su administración. Por eso mismo Trump ha encontrado en Maduro la posibilidad de un contra-balance. Si los EEUU logran con su política de choque contra Maduro, desalojarlo del poder, Trump podría pasar a la historia como el gobernante que liberó al continente de un régimen oprobioso. Al lado de eso, el muro anti-migración pasaría a un segundo lugar. No es un negocio económico, claro está, pero sí es un negocio político.
Pero además hay otra razón: Trump –en ese punto no se diferencia de ninguno de sus predecesores, incluyendo Obama- está obligado a velar por la hegemonía militar y económica de los EE UU en el hemisferio occidental. Desde ese punto de vista el régimen de Maduro, con sus ilimitadas ofertas a poderes extraregionales como son el turco, el iraní y, sobre todo el ruso, no deja de ser una pulga en la oreja de Trump. Si a ello agregamos la obsecuencia del madurismo hacia las inversiones chinas, hay razones políticas y geopolíticas para que el gobierno norteamericano haya decidido sacárselo de encima. El problema es como hacerlo sin pagar un alto costo, es decir, sin recurrir a una intervención directa. Por el momento Trump prueba por la vía de las sanciones. Si no resultan, aumentará la presión.
Las razones de Europa
Al comienzo no pocos pensamos que las declaraciones europeas en contra de Maduro eran solo para salir del paso sin arriesgar nada. Pronto descubrimos, sin embargo, que la decisión del eje Merkel-Macron por lograr un mayor protagonismo en la arena internacional no era un propósito vacío. El interés de Europa por el “caso Maduro” es verdadero y va en aumento constante.
Al parecer las democracias europeas lideradas por Alemania y Francia han captado que Maduro ocupa un lugar importante en la simbólica política global. Así, han descubierto que la situación venezolana les abre una oportunidad para competir con la línea puramente pragmática de Trump, haciendo uso de recursos políticos, entre ellos sugiriendo proposiciones destinadas a superar la crisis sin ser neutrales, apoyando sin reservas a la oposición venezolana.
Por supuesto, las proposiciones de las democracias europeas tampoco son desinteresadas. Al alinearse en contra de Maduro lo hacen simbólicamente en contra de Erdogan y por supuesto, en contra de Putin, los dos principales adversarios de la UE y, a la vez, los dos aliados más importantes del régimen madurista. Evidentemente, tienen razón: Para la mayoría de los gobiernos miembros de la UE, Maduro es una réplica latinoamericana de las autocracias semi-europeas que amenazan Europa y del potencial autocrático vigente en países como Austria, Hungría, Italia y Polonia. Alinearse en contra de Maduro significa para ellos posicionarse en defensa de la democracia parlamentaria, de los derechos humanos e, indirectamente, en contra de gobiernos personalistas y autoritarios que amenazan la convivencia inter-europea. Esa es la razón por la cual los países democráticos de Europa privilegian una salida electoral a la crisis venezolana y no una salida de fuerza, reservando esa posibilidad como la última opción.
La interlocución venezolana
A modo de síntesis es posible afirmar que la oposición en contra del régimen de Maduro ha alcanzado dimensiones globales. Sin embargo la actitud de la así llamada comunidad internacional antimadurista dista de ser homogénea. La de los países latinoamericanos es más bien retórica. La de los EE UU, unilateral. La de Europa es multilateral y política a la vez. ¿Cuál alternativa debería privilegiar la oposición venezolana?  Respuesta muy difícil si tomamos en cuenta que la oposición venezolana tampoco es un todo homogéneo. Es, por el contrario, un arco de muchos colores donde coexisten ex chavistas, socialdemócratas, centristas de izquierda y derecha, hasta llegar a un extremo “bolsonarista” de neto corte fascistoide. 
Cabe entonces pensar que hay sectores de la oposición venezolana -especialmente grupos de poder financiero con asiento en los EE UU- que se sienten más atraídos por el unilateralismo decisionista de Trump, del mismo modo que hay otros que escuchan con más interés las proposiciones europeas. Sobre todas esas fracciones que -al mismo tiempo que adversan a Maduro libran otra lucha por la hegemonía al interior de la oposición- debe mediar Juan Guaidó. Hasta ahora, hay que decirlo, lo ha hecho bien. Su autoridad es indiscutida.
Quien lo iba a pensar: Maduro ha realizado el sueño de Chavez: ha internacionalizado a la revolución bolivariana. El pequeño detalle es que lo hizo exactamente al revés. Ha concitado en contra suya a todos los gobiernos democráticos de la tierra: Una proeza negativa del más alto nivel