Pocas veces, quizás nunca, un gobierno latinoamericano ha logrado concitar
en su contra tanto repudio internacional como el de Nicolás Maduro. Ni siquiera
Pinochet y Videla en sus tiempos más crueles lograron el aislamiento que
alcanzaron Maduro y sus secuaces. Por cierto, razones sobran: corrupción
generalizada, bancarrota económica inducida, producción de miseria social a
gran escala, las migraciones más grandes de la historia del continente,
militarismo, represión, asesinatos, torturas, fraudes electorales, y pare de
contar. No obstante, en la historia universal abundan casos parecidos. ¿Qué
tiene o no tiene Maduro aparte de la radical antipatía que provoca donde
aparece para ser tan denostado
por todos los países democráticos del planeta? Para responder a esa pregunta
conviene seguramente precisar quienes son en estos momentos sus principales
enemigos. Siguiendo ese hilo podríamos distinguir tres sectores:
1. Los gobiernos latinoamericanos de derecha
y centro derecha
2. Un grupo intercontinental hegemonizado por EEUU: Canadá, Australia,
Israel, entre otros
3. Las democracias liberales del continente
europeo.
Los gobiernos del tercer ciclo
El grupo 1 es el resultado de una constelación no casual. Equivale a los
tres ciclos observados en el historial
de la región de los últimos decenios. Podríamos llamarlos, gobiernos del tercer
ciclo. Denominación deducida de las diferencias con los dos ciclos
precedentes
El primer ciclo
apareció alrededor de los mediados de los setenta y fue el formado por
gobiernos ejecutores de programas neo-liberales. Sus características son
conocidas. En lo económico: angostamiento del sector estatal y aplicación
radical de medidas anti-inflacionarias. En lo social: exclusión de vastos
sectores sociales. En lo político: gobiernos autoritarios y dictaduras
militares fuertemente represivas.
El segundo ciclo
surgió como negación radical al primero. Se trataba de gobiernos de masas cuya
data comienza durante los noventa para alcanzar su momento de contracción en la
segunda década del 2000. Sus características también nos son conocidas. En lo
económico: redistribución anárquica del ingreso privilegiando a sectores
populares y favoreciendo al sector público en desmedro del privado. En lo
social, apoyo a movimientos clientelares de tipo populista. En lo político el
espectro es más complejo: abarca desde gobiernos de centro-izquierda (Bachelet,
Mujica) de izquierda populista (Lula y M.C. Fernández) hasta llegar a la
autocracias y “dictaduras sociales” organizadas en la fenecida ALBA. En ese
archipiélago de islas izquierdistas subsistía de vez en cuando algún solitario
islote de derecha (Uribe, por ejemplo)
El tercer ciclo, el de
la negación de la negación (para decirlo en términos hegelianos) lo estamos
presenciando. Al igual que el anterior tampoco es homogéneo e incluye a gobiernos de centro derecha
(Argentina, Chile) derecha pura (Perú, Colombia) y derecha dura (Bolsonaro). Dichos gobiernos constituyen a la vez el
eje central de la resistencia continental en contra del mal llamado socialismo
del siglo XXl y su máximo exponente: Nicolás Maduro.
¿Cuál es el interés que tienen los gobiernos del tercer ciclo por derribar
a Maduro? Por una parte hay uno deducido de las ideologías conservadoras y
neoliberales que profesan. Por otra, sin duda, una honesta solidaridad con las
desgracias del pueblo venezolano. No obstante, si estamos hablando de política
internacional, hay que tomar en cuenta otra razón, a saber: ningún gobierno
del mundo lleva a cabo una política externa en discordancia con su política
interna. Efectivamente, Maduro y su dictadura (otros dirán autocracia) es
en estos momentos la peor propaganda para los partidos de izquierda.
Incluso la mayoría de los gobernantes del tercer ciclo llegó al gobierno agitando
una fuerte retórica en contra de Maduro. Y así es: proclamar los crímenes de
Maduro desubica a los ideólogos de la izquierda, lleva a la defensiva a sus
partidos, los deja sin argumentos.
Dicho sin ironía: no hay nadie que haya trabajado con tanto entusiasmo para
religitimar a las derechas continentales como el gobierno de Nicolás Maduro.
Más aún: los papeles han sido invertidos. Las izquierdas de hoy, o se ven obligadas a defender a una
dictadura, o deben distanciarse de ella al precio de provocar divisiones
internas entre sus huestes. Maduro, digámoslo así, ha llegado a ser un caramelo para las derechas
continentales. Y, naturalmente, lo saborean con cierto placer.
Las razones de Trump
El grupo 2 es reducido. En el fondo está constituido solo por los EE UU y
de modo irregular por gobiernos democráticos occidentales que no forman parte
de la UE. Corresponde con la política de Trump cuyo interés no es hacer de
policía mundial (el mismo lo ha dicho) sino trabajar en función de los
intereses de su país. En ese sentido Maduro le importaría poco a Trump si su
no-continuidad no trajera algunos réditos para los EE UU. ¿Cuáles son?
Económicos no – Maduro es un socio
comercial activo y cumplidor-. Pero políticos sí. Maduro puede ser para
Trump una oportunidad para re-balancear su política hacia América Latina.
Tesis que debe ser explicada:
Pocos gobernantes norteamericanos han desarrollado una política tan
discriminatoria hacia los americanos del sur como Trump. El muro
anti-migratorio pasará a ser sin duda un símbolo de su administración. Por eso
mismo Trump ha encontrado en Maduro la posibilidad de un contra-balance. Si los
EEUU logran con su política de choque contra Maduro, desalojarlo del poder, Trump
podría pasar a la historia como el gobernante que liberó al continente de un
régimen oprobioso. Al lado de eso, el muro anti-migración pasaría a un
segundo lugar. No es un negocio económico, claro está, pero sí es un negocio
político.
Pero además hay otra razón: Trump –en ese punto no se diferencia de ninguno
de sus predecesores, incluyendo Obama- está obligado a velar por la
hegemonía militar y económica de los EE UU en el hemisferio occidental.
Desde ese punto de vista el régimen de Maduro, con sus ilimitadas ofertas a
poderes extraregionales como son el turco, el iraní y, sobre todo el ruso, no
deja de ser una pulga en la oreja de Trump. Si a ello agregamos la obsecuencia
del madurismo hacia las inversiones chinas, hay razones políticas y
geopolíticas para que el gobierno norteamericano haya decidido sacárselo de
encima. El problema es como hacerlo sin pagar un alto costo, es decir, sin
recurrir a una intervención directa. Por el momento Trump prueba por la vía de
las sanciones. Si no resultan, aumentará la presión.
Las razones de Europa
Al comienzo no pocos pensamos que las declaraciones europeas en contra de
Maduro eran solo para salir del paso sin arriesgar nada. Pronto descubrimos,
sin embargo, que la decisión del eje Merkel-Macron por lograr un mayor
protagonismo en la arena internacional no era un propósito vacío. El interés de
Europa por el “caso Maduro” es verdadero y va en aumento constante.
Al parecer las democracias europeas lideradas por Alemania y Francia han
captado que Maduro ocupa un lugar importante en la simbólica política global.
Así, han descubierto que la situación venezolana les abre una oportunidad
para competir con la línea puramente pragmática de Trump, haciendo uso de recursos políticos, entre
ellos sugiriendo proposiciones destinadas a superar la crisis sin ser
neutrales, apoyando sin reservas a la oposición venezolana.
Por supuesto, las proposiciones de las democracias europeas tampoco son
desinteresadas. Al alinearse en contra de Maduro lo hacen simbólicamente en
contra de Erdogan y por supuesto, en contra de Putin, los dos principales
adversarios de la UE y, a la
vez, los dos aliados más importantes del régimen madurista. Evidentemente,
tienen razón: Para la mayoría de los gobiernos miembros de la UE, Maduro es una
réplica latinoamericana de las autocracias semi-europeas que amenazan Europa y
del potencial autocrático vigente en países como Austria, Hungría, Italia y
Polonia. Alinearse en contra de Maduro significa para ellos posicionarse en
defensa de la democracia parlamentaria, de los derechos humanos e,
indirectamente, en contra de gobiernos personalistas y autoritarios que
amenazan la convivencia inter-europea. Esa es la razón por la cual los países
democráticos de Europa privilegian una salida electoral a la crisis venezolana
y no una salida de fuerza, reservando esa posibilidad como la última opción.
La interlocución venezolana
A modo de síntesis es posible afirmar que la oposición en contra del
régimen de Maduro ha alcanzado dimensiones globales. Sin embargo la actitud de
la así llamada comunidad internacional antimadurista dista de ser homogénea. La
de los países latinoamericanos es más bien retórica. La de los EE UU, unilateral.
La de Europa es multilateral y política a la vez. ¿Cuál alternativa debería
privilegiar la oposición venezolana?
Respuesta muy difícil si tomamos en cuenta que la oposición venezolana
tampoco es un todo homogéneo. Es, por el contrario, un arco de muchos colores
donde coexisten ex chavistas, socialdemócratas, centristas de izquierda y
derecha, hasta llegar a un extremo “bolsonarista” de neto corte
fascistoide.
Cabe entonces pensar que hay sectores de la oposición venezolana
-especialmente grupos de poder financiero con asiento en los EE UU- que se
sienten más atraídos por el unilateralismo decisionista de Trump, del mismo
modo que hay otros que escuchan con más interés las proposiciones europeas.
Sobre todas esas fracciones que -al mismo tiempo que adversan a Maduro libran
otra lucha por la hegemonía al interior de la oposición- debe mediar Juan Guaidó. Hasta ahora, hay
que decirlo, lo ha hecho bien. Su autoridad es indiscutida.
Quien lo iba a pensar: Maduro ha realizado el sueño de Chavez: ha internacionalizado
a la revolución bolivariana. El pequeño detalle es que lo hizo exactamente al
revés. Ha concitado en contra suya a todos los gobiernos democráticos de la
tierra: Una proeza negativa del más alto nivel