El 10-E fecha de la cual
muchos esperaban todo, y no pocos esperaban nada, fue el inicio de una jornada
que se expresaría multitudinariamente en las calles de Venezuela el 23-E.
Un día que marcará un signo en la lectura de esa novela interminable que
parece ser la historia del régimen. Día de rearticulación de las fuerzas
democráticas y de la superación de la anomia. Día del renacimiento de la
esperanza. También un día de reencuentro donde se entendió en su sentido pleno
el significado histórico de las elecciones del 6-D del 2015, cuando nació la AN
democrática. Pues sin ese 6-D hoy no habría nada que
defender y tampoco nada ni nadie a quien seguir. El 23-E la AN presidida por Juan Guaidó fue reconocida
como la institución líder de la mayoría de la ciudadanía venezolana. Más allá
de su rol institucional -dada la autodestrucción de la MUD y de la incapacidad
política del Frente Amplio- la AN fue
consagrada como “el partido de la oposición venezolana”.
Pero el 23-E fue sobre todo
el día cuando, de acuerdo a las facultades que confieren los artículos 233 y
333 de la Constitución, Juan Gauidó –en un acto colectivo más mesiánico que
político- se juramentó ante la multitud como presidente interino de la nación.
Hoy -24-E- cuando escribo
estas líneas nadie sabe cuales serán los alcances de la por muchos no esperada
decisión de Guaidó. Lo único que se puede inferir por el momento es que Guaidó
trazó una línea divisora entre dos poderes:
A un lado el poder del Estado representado por Maduro, avalado por las
hasta ahora leales FANB, vale decir, por el poder en su más pura forma
leviatánica. Al otro lado, el poder de la mayoría -desgraciadamente no
evaluable debido a la no concurrencia de gran parte de la oposición a las
elecciones presidenciales del 20-M- mayoría apoyada por una constelación de
gobiernos de derechas surgida en América Latina y por la perentoria presión que
viene desde América del Norte (a la cual se agrega la formal, pero poco
trascendente solidaridad, de algunos países europeos)
Entre el mensaje del 10-E y
el juramento del 20-E no hay, sin embargo, una línea recta. En el primero
Guaidó dijo estar dispuesto a asumir la presidencia interina solo si contaba
con el apoyo de la ciudadanía y de las fuerzas armadas. De el 23-E supimos que
la ciudadanía se hizo presente de modo contundente en las calles. De las FANB,
como suele suceder, sabemos poco. Aparte de la declaración de lealtad al
gobierno emitida por el general Padrino López, la correlación al interior de
los mandos militares continúa siendo el gran secreto de la política venezolana.
No obstante, cabe conjeturar, la unidad de las FANB no ha ser en este momento
monolítica. Si lo fuera y lo supiera Guaidó -más allá de toda juristería-
habría cometido el peor error de su vida. O para decirlo sin anestesia: Enfrentar
a una ciudadanía inerme contra un ejército unido, dispuesto a cometer crímenes
en aras de la conservación del régimen del que forma parte, significaría
repetir -pero en dimensión muy ampliada-
los ejemplos sangrientos de Nicaragua y de la misma Venezuela durante
los acontecimientos que finiquitaron las jornadas de protesta del 2017. El
mismo día 23-E fue cerrado con una veintena de muertos. Duro es decirlo:
vendrán más.
Todo parece indicar que la
alternativa más correcta que tenía Guaidó era llamar a la ciudadanía a cerrar
filas alrededor de la única institución legal y legítima de Venezuela, la AN,
convertida en bastión de la democracia nacional. Llamar en cambio a juramentar
una presidencia que, por muy constitucional que sea carece de “poder físico”
(Capriles dixit) significa pasar a la ofensiva sin medios para llevarla a cabo,
o, en su defecto: entregar toda la iniciativa a la así llamada comunidad internacional,
negándose la oposición a actuar como sujeto político. En ese punto, seámos claros:
la tarea de la comunidad internacional es apoyar a la oposición nacional,
pero la tarea de la oposición nacional no es apoyar a la comunidad
internacional.
Más allá de las
informaciones que maneja (o no maneja) la AN, cabe suponer -en ese punto sigo un
razonamiento de Trino Márquez- dos razones que probablemente indujeron a Guaidó
a apresurar su juramentación. La
primera, la decisión del TSJ (o sea de Maduro) de impugnar a Guaidó y demás
miembros de la Junta Directiva de la AN por haber sobrepasado sus competencias
y después haber nombrado a Gustavo Tarré como representante oficial en la OEA.
La segunda, el tuiter de Trump, donde reconoció a Guaidó como presidente
interino antes de la juramentación (hecho inédito en la historia) A esas dos
razones podríamos agregar una tercera: el peso de un sector político
maximalista dentro de la AN, el mismo que promovió el abstencionismo del
20-M.
De acuerdo a la primera
razón, es posible pensar que Maduro intentó apresurar la confrontación entre
el régimen y la AN. Pues es evidente que mientras más intensa y menos
política es la confrontación, mayores serán sus posibilidades para imponer
condiciones y, de paso, disciplinar con leyes de guerra al estamento militar.
Lo más probable entonces es que Maduro intentará mantener el juego del “látigo
y la zanahoria”. Represión sin concesiones y llamados a un diálogo destinado a
dividir a la oposición, liberando incluso un par de presos políticos de
renombre a fin de amansar la réplica exterior. Por el momento -reitero, por el
momento- nos encontramos frente a una confrontación entre un ejército sin
pueblo y un pueblo sin ejército. Naturalmente, esa correlación puede
cambiar –nadie tiene las llaves de la caja de Pandora- pero es solo una
hipótesis. Y como sabemos, actuar de acuerdo a hipótesis puede ser muy
productivo en el ámbito científico, pero en el político suele ser fatal.
De acuerdo a la segunda
razón, el inédito reconocimiento de un gobierno antes de que se constituya
-hecho que hizo aparecer a Trump dictando una orden a Guaidó: un manjar para los
“antimperialistas”- si hubiera venido de otro presidente, habría sido decisivo.
El problema es que Trump es capaz de cambiar de opinión de un día a otro (Putin
y Erdogan ya le tomaron el pulso). Además, para Trump el problema principal
no es Venezuela. Desde un punto de vista geopolítico el reconocimiento a
Guaidó no fue tanto en contra de Maduro sino en contra de Putin. Entre líneas
quiso decir: “Usted, Putin, puede hacer todos los negocios que quiera con
Maduro, pero si intenta establecer alguna base militar o algo parecido,
intervendremos directamente. En mi patio trasero, todavía mando yo”. Putin, con
toda seguridad, entendió. Pedirá entonces algo para “su patio vecino”
(Ukrania)
La tercera razón tiene que
ver con la composición política de la propia oposición. Pues para nadie es un
misterio saber que la oposición tampoco es monolítica. Hay en su interior un
sector -al que también pertenece el partido de Guaidó, VP-
proclive a dejarse llevar por posiciones maximalistas. Su práctica se
caracteriza por haber empujado permanentemente a la oposición a emprender
caminos contrarios a toda lógica política. El Carmonazo del 2002, la Salida del
2014, los enfrentamientos “militares” con las tropas pretorianas del 2017, el
abstencionismo con un 80% de votación
potencial en contra de Maduro, son hitos que muestran un elevadísimo grado de
irracionalidad. Si el 23-E el paso dado por Guaidó solo corresponde con los
deseos de ese sector -crear un poder (simbólico) paralelo a un régimen militar
sin haber establecido una relación con el estamento militar- puede ser pagado
muy caro. Esperemos que no sea así y la AN tenga en sus manos todas las
informaciones que se requieren para establecer un poder gubernamental paralelo.
Si así fuera, Venezuela sería un caso inédito. Pues, en todos los procesos
de transición de la historia moderna un gobierno interino ha surgido después
del derribamiento de una dictadura. Nunca antes. Séame entonces permitida
una cuota de solidario escepticismo.
Sería terrible que todo el
esfuerzo movilizador que llevó a millones de personas a adueñarse de las
calles, esfuerzo orientado a poner en forma un nuevo comienzo, solo
fuera el comienzo de otro nuevo – y trágico- final. El pueblo venezolano no
merece esa suerte. Como pocos en la historia ha dado muestras de un gran valor
en una resistencia sin igual. Los caminos trazados el 10-E parecían ser los más
correctos. La creación de los Cabildos apuntaba a dar persistencia orgánica a
las movilizaciones populares. Los pobres sub-urbanos, hasta hace poco clientes
del madurismo, habían iniciado su propio ciclo de protestas, cruzando sus
demandas sociales con las demandas políticas de las clases medias. Guaidó,
hablando con serenidad no tropical, había dicho las palabras precisas a las
FANB: no a la división, sí a la unidad de la nación, incluyendo a los
militares. Si el juramento presidencial fue parte de ese proceso, lo sabremos
muy pronto. Si fue otro exabrupto voluntarista del extremismo político cuyo
objetivo es dejar el país en las manos del Alto Mando Militar y de una
comunidad internacional a la que solo sirve Venezuela como bola de ping pong geopolítico,
también lo sabremos muy pronto. Quiera Dios, o quien más se le parezca, que esa
segunda posibilidad no vuelva a darse.
PS:
De mi cuaderno de
anotaciones (25.01.2019)
-
El discurso del general VPL
lleva a concluir que entre Guaidó y el Alto Mando de las FANB no había el menor
contacto. ¿Estamos frente a una edición ampliada de La Salida? Si es así, puede
ser fatal.
-
Ruptura de relaciones
políticas y diplomáticas con los EE UU. Hay tres razones posibles: 1) Un ataque
histérico de Maduro 2) Un plan del régimen para galvanizar a las FANB en torno
a un ideario antimperialista (a lo Cuba) 3) Una maniobra conjunta de Maduro/
Putin.
Me estoy inclinando hacia la tercera hipótesis
-
Venezuela ha pasado a ser un
objeto de transacción internacional entre las grandes potencias.
-
La represión va en aumento
constante. Se reportan allanamientos en distintas ciudades del país.
-
Asoman sugerencias para un
diálogo gobierno-oposición. Importante: una viene del mismo general VPL (habló
de acuerdos y negociaciones) Más allá de
las intenciones cosmetizantes del régimen, la oposición política debería
aceptar la posibilidad de realizar conversaciones aunque no más sea para reinsertar
a la política en el plano nacional.
-
Venezuela se está
transformando en un pantano de arenas movedizas