Aunque no me crean, llegó de la
nada.
Desde un país sin sol ni luna,
en el momento cuando mi voz se
apagaba,
sin invierno ni verano, sin
historia y geografía,
sin matemática ni geometría: fuera
de toda lógica,
fuera de todo territorio, como una piedra en la luz,
o como el agua que se fugó del mar,
sin que nadie se diera cuenta: ese
día
apareció ante mí como el milagro,
como el milagro de la Virgen de Nadie,
entre las almohadas, las ganas y
las penas,
con el sabor de una saliva ajena,
y sin más argumento que una pobre
enagua.
Para abrir y cerrar la última
herida que me queda