El 07.12.2018, Annegret Kramp-Karrenbauer, conocida como AKK, fue elegida
presidenta del Partido Demócrata Cristiano de Alemania (CDU) por una leve
mayoría -34 votos de diferencia- sobre su oponente Friedrich Merz.
Las calles céntricas de
Hamburgo se veían atestadas de corresponsales nacionales e internacionales. Pocas veces, quizás nunca, las elecciones
internas de un partido habían logrado despertar tanta expectación como
fueron las que tuvieron lugar ese día viernes de noviembre. La razón: las
elecciones internas de la CDU deberían tener lugar semanas después de la
renuncia de la canciller Angela Merkel al puesto de presidenta de su partido,
separando, por primera vez en la historia de post-guerra, las competencias de
jefe de partido y jefe de gobierno.
Merkel con su repentina
decisión lo apostó todo. Si los delegados hubieran elegido presidente del
partido a un político no seguidor de Merkel, no solo la continuidad de la
política Merkel habría terminado, también la continuidad de la persona Merkel
habría sido difícil de sostener frente a su rival de años, Friedrich Merz,
representante de un ala tradicionalmente anti-merkeliana. Más aún, un triunfo de Merz -al que la “clase
periodística” apoyaba y daba por seguro vencedor- habría provocado, si no una
crisis de estado, por lo menos una crisis de gobierno.
El cálculo de los enemigos internos de Merkel era, por lo demás, lógico. Si en la primera ronda AKK, favorita de Merkel, no obtenía la mayoría
absoluta, los votos del tercer candidato, el ministro de salud Jens Sphan
(157) -crítico de Merkel- pasarían a engrosar la canasta de Merz (392) en la segunda ronda. De ahí
que cuando fueron dados a conocer los resultados de la primera, los que sabemos
algo de política dimos por sentado el triunfo de Merz. Así al menos lo mostraba
el lenguaje corporal de los “merzeristas” después de haber sido dados a conocer
los resultados preliminares.
Todo parecía pues marchar
de acuerdo con el plan previsto por el maquiavélico presidente del Parlamento,
Wofgang Schäuble, mentor político de Merz, quien rompiendo con el tabú de
imparcialidad propia a la alta dignidad de su cargo, declaró su apoyo, dos días
antes de la elección, a Merz. En otras palabras, Merz era ya visto por Schäuble como el seguro ganador. Los días
políticos de Merkel parecían estar contados. Que eso no hubiera sido así tiene
solo una causa, una sigla, solo tres letras: AKK.
Algo falló en el plan de
Merz-Schäuble. Quizás -es solo una hipótesis- comenzó a fallar desde el mismo
momento en que Merkel pronunció su discurso de despedida: impecable. Como
siempre, racional, lógica, precisa, pero esta vez, agregando un leve toque de
emocionalidad. Suficiente para que muchos delegados comenzaran a pensar mirando
hacia atrás y se dieran cuenta de lo que estaban a punto de perder: A una mujer
que había sacado al partido de las ruinas de la corrupción, convirtiendo a su
país en la primera economía y en la democracia más sólida del continente. A una
persona a la que jamás se ha podido encontrar una sola mancha, íntegra como
nadie, inteligente como pocas. Algunos delegados no pudieron contener las
lágrimas: estaban despidiéndose no solo
de Merkel, sino de uno de los capítulos políticos más brillantes de la
mancillada historia alemana.
Al lado del discurso de
Merkel, los de Merz y Sphan lucieron acartonados, sin espontaneidad, como
aprendidos en un libro de educación política para iniciados. No así el de AKK, una de las mejores oradoras, tal vez la mejor de
Alemania. Y esta vez AKK habló mejor que nunca. Sus palabras le salieron
del alma, con emoción pero sin perder la perspectiva. Dio a entender claramente
que ella continuaría la línea Merkel entre otras razones, porque había sido
exitosa. Pero a la vez, que no es “la mini-Merkel” como intentaron rebajarla
sus adversarios. Lo prueba su larga trayectoria política. Ya sea como jefa de
los democristianos o como presidenta de estado en el Sarre, ya sea ocupando los
resortes de ministra del interior, de educación y social, ya sea como
secretaria general de la CDU, ha dado muestra de capacidad de trabajo, seriedad
y competencia, uniendo a estas cualidades su sentido del humor y una, a veces
irresistible simpatía personal. Sabe hacerse querer y admirar al mismo tiempo.
Es dura con sus oponentes, pero también domina el arte de la integración. AKK
está sin duda destinada a seguir las huellas de Merkel. No puede ni debe hacer
otra cosa, y eso lo sabe muy bien. Pero lo hará imponiendo su estilo personal,
en algunos puntos distintos a los de su antecesora.
Pero no solo estaban en
juego dos biografías personales, la de la protestante Merkel y la de la católica Karrenbauer. La
asamblea de Hamburgo debería decidir entre dos tipos de partido. O el
partido conservador de la economía, representado por Merz y Schäuble (uno, un
millonario empresario; el otro, un exitoso ex- ministro de finanzas) o el
moderno partido del centro social y político en que transformó Merkel a la CDU.
El rumbo que tomaría la CDU ayudaría a determinar el rumbo de la futura
Europa. Y esa es la razón final que explica el interés
internacional con que fue seguido el histórico congreso de Hamburgo. Más
decisivo todavía si se tiene en cuenta que el compañero internacional de
Merkel, Macron, se encuentra con el agua hasta el cuello, a punto de ahogarse
en la pantanosa vida política de Francia. Una “derechización” de la CDU a
través de Merz habría llevado sin dudas agua al molino de la ultraderecha
nacionalista alemana y europea. Fue por eso que Alexander Gauland, jefe de los
ultranacionalistas de la AfD, no intentó disimular su enfado por el resultado
de las elecciones democristianas. Después de todo Merz le había hecho cariñosos
guiños en sus propuestas referentes a la política migratoria.
¿Será AKK la futura canciller? Difícil saberlo.
La suerte no está echada. Nadie puede apostar por el futuro de la GROKO (gran
coalición) entre la CDU y la SPD. Si esta ultima continúa derrumbándose en las
futuras elecciones federales –y hasta ahora no hay ningún indicio de que eso no
va a suceder- será necesario incorporar a los Verdes en tareas de gobierno. Y
también para esa función integrativa AKK parece ser la persona apropiada. Por
si fuera poco, el mismo Schäuble, sin proponérselo, ha impulsado a AKK a asumir
mayores responsabilidades pues creyendo que Merz ya estaba seguro, propuso que
el jefe de partido debería ser el futuro Canciller de la república. El tiro,
evidentemente, le salió por la culata. Si
el congreso de la CDU fue para Merkel y Kramp-Karrenbauer un drama, para Merz/
Schäuble fue una tragedia.
Drama o tragedia. El suspenso, la tensión, las emociones que
afloraron en Hamburgo, demostraron el sentido y significado de la política
cuando esta es vivida con pasión. La discusión interpartidaria -así lo
demostraron los socialcristianos- está lejos de ser el lugar de las componendas
burocráticas, de los arreglos aleatorios y del aburrimiento como creyó una vez,
de modo muy errado, el jurista Carl Schmitt. Los delegados democristianos, por
el contrario, demostraron que la democracia -partidaria y parlamentaria- puede
ser también el lugar donde irrumpe el debate público o el sitio en el que asoma
la luz radiante de la política (Arendt). Algo que nunca podrá ocurrir en el
mundo gris y aburrido de las dictaduras. Carl Schmitt, junto a su apología de
la dictadura, también fue derrotado en Hamburgo.