La partida física de un hombre como Teodoro Petkoff siempre
resulta una pérdida que va más allá del duelo personal, más allá de la pérdida
de un amigo y un maestro, más allá de la tristeza que hay detrás de toda muerte
cercana a los afectos.
La partida física de un hombre como Teodoro se convierte en
un dolor nacional: en un país entero lamentando no haber aprovechado más las
lecciones históricas y políticas de un ciudadano que no tuvo miedo en
rectificar, sin que eso significara desviar el objetivo común de hacer de
Venezuela un país de justicia, de progreso.
En un momento como el que vivimos los venezolanos, saber
que el consejo de Teodoro ya no está ahí se traduce, también, en una lamentable
pérdida de la cercana y honesta sabiduría que sus años de experiencias
políticas, con sus errores y sus aciertos, significó para mi generación y las
siguientes.
El simple hecho de que alguien como él estuviera luchando a
favor de la libertad y la democracia debe llenar de orgullo a quienes lo
tuvimos cerca, porque nunca fue complaciente y siempre tuvo el coraje para
hacer saber sus opiniones. Y esa franqueza es algo que se agradece mucho en una
dinámica tan llena de equivocados y aduladores.
Hace menos de un mes estuvimos reunidos. Por petición de él
fui a visitarle. Incluso en las circunstancias en las que tuvo la salud
comprometida, Teodoro siempre tuvo la fuerza argumentativa necesaria para
señalar el valor de la unidad, pero principalmente el urgente rescate de la
Política. Eso sí: la Política entendida como una acción constante puesta al
servicio de las soluciones y el acompañamiento de la gente, pero sin dejar a un
lado un debate serio de las ideas que no le tuviera miedo a las diferencias, ni
al contraste ni a la rebeldía.
Quien se dedique a revisar la historia del pensamiento
político en América Latina tendrá que considerar a Teodoro Petkoff como un
personaje fundamental para entender el desarrollo de acciones tan importantes
como la ruptura con el estalinismo y, en otro momento histórico, la decisión de
abandonar el proyecto político al cual le había dedicado su vida (cuando el MAS
acompañó a Hugo Chávez) al darse cuenta de que habían caído en el peligroso
embrujo de unas ideas trasnochadas que podían derivar hacia ese abismo que
tanto advirtió: el totalitarismo; aquello que supo alertar como un problema
desde finales de los años sesenta.
Me pregunto qué puede motivar a quienes hoy sólo se dedican
a repasar su participación en acciones violentas y la historia de los excesos
de la izquierda a mediados del siglo, dejando a un lado su ejemplar capacidad
de rectificar y advertir los peligros de esta oscuridad hacia la cual nos
condujeron la desmesura y la corrupción de un gobierno que decidió convertir la
violencia y la corrupción como única Política de Estado.
Quizás se trate de algún tipo de miopía política, propio de
quienes sienten miedo de tener que cambiar de opinión más adelante y no están
dispuestos a rectificar.
Dicho en palabras de Teodoro: sólo los idiotas nunca
cambian de opinión.
La historia de la política siempre debe entenderse por la
inevitable influencia del contexto en las acciones que toman los políticos.
Verlo de otra manera sólo nos hace pecar de tercos o de ilusos.
Un ejemplo claro es el relato que instauró el chavismo y
continuó el madurismo, señalando aquella inflación de 1996 y la crisis de las
prestaciones sociales como una responsabilidad de Teodoro, en ese entonces
ministro de planificación. Hoy resulta ridículo en la boca de quienes nos han
conducido por primera vez a una inflación de un millón por ciento y, además,
pulverizaron los salarios y la capacidad de compra de los venezolanos.
A diferencia de muchos que hoy deberían hacerse cargo de
muchos errores recientes, Teodoro nunca le sacó el cuerpo a quienes le
exigieron explicar sus ideas y dar argumentos. Siempre lo hizo de manera clara,
personal y bien plantada.
Y ese simple rasgo de su personalidad hace todavía más
ejemplar el hecho de que, a pesar de haber entrado a la política viniendo de la
lucha armada, Teodoro siempre haya sido un fiel creyente de hallar caminos
democráticos para salir de la crisis política en Venezuela.
Teodoro jamás estuvo del lado de los “atajos” para
recuperar al país y a la política del secuestro llevado a cabo por el gobierno
que hoy hambrea y mata a sus ciudadanos.
Además de enviar mis condolencias y solidarizarme con la
familia de Teodoro, también quiero hacer llegar mi abrazo a quienes han formado
parte de TalCual, ese periódico que fundó para darle espacio a las ideas que
contrastaran con el aparato de propaganda política que ha ido creciendo con
cada mentira del gobierno. TalCual se transformó en una prolongación de su
proyecto de vida, que siempre fue la libertad y la democracia.
Teodoro y su equipo lograron construir con las uñas, pero
al mismo tiempo con la fuerza de las ideas, un territorio para el pensamiento.
Cada línea suya, cada reclamo hecho al gobierno y a las fuerzas de la
oposición, cada reproche y cada espaldarazo traían consigo el aval de un hombre
que nunca puso sus intereses personales por encima de los comunes, que nunca
dejó de trabajar y que jamás desmayó en su empeño de hacerle un contrapeso
inteligente y muy valiente al régimen que, lamentablemente, no pudo ver
relevado por un proyecto. Y eso, al menos para mí, se transforma en una deuda
pendiente con su memoria.
Hoy tenemos la fortuna de que el pensamiento de Teodoro
esté plasmado en sus libros y en sus otros textos. Su visión del totalitarismo,
su rechazo a peligros como el culto a la personalidad, su cuestionamiento a las
conductas revolucionarias y al populismo, su crítica a los movimientos de
izquierda que falsearon sus objetivos envenenados de poder, todo eso está a la
mano de quien desee aprender de uno de los protagonistas de la política
venezolana del siglo veinte.
Y hoy más que nunca es responsabilidad de cada uno de
nosotros hacer ver que esas ideas no fueron lanzadas al vacío.
Quien pretenda dedicarse a la política en nuestro país debe
tener el coraje de recorrer las calles y, al mismo tiempo, permitirse conocer y
contrastar las ideas de aquellos que durante mucho tiempo defendieron las
dinámicas de la democracia.
Y Teodoro es una de esas voces que seguirán ahí, así sea
gritando en el desierto, con la única intención de hacernos ver cuánto nos
queda por recorrer, pero sobre todo lo urgente que resulta hoy en día
conquistar el cambio de modelo político.
Es algo que debemos atender con la responsabilidad que
amerita: que su partida física no se transforme en un vacío, sino en un
estímulo, en una brújula, en una inspiración para conseguir una salida pronta,
eficaz y democrática a esta crisis que Teodoro supo analizar con tino.
Intentaré mantener mi lucha, como recomendabas: cerca de la
gente y de las ideas adecuadas para decidir bien. Intentaré asumir con bien
todo lo que implica haber sido tu amigo. Intentaré estar a la altura de todo lo
que nos enseñaste.
Descansa en paz, Teodoro. Aunque tus creencias y tu manera
singular de entender el más allá me hagan pensar que es una frase que no te
agradaría del todo, eso es lo que deseo: que puedas descansar en paz, sabiendo
que seguimos luchando por lo mismo que luchaste junto a nosotros; que puedas
descansar en paz al saber que hemos aprendido la lección; que puedas descansar
en paz cuando nos veas tomar las decisiones correctas.