La discusión se arrastra
desde hace tiempo. Para ser más preciso, desde 2010, cuando un grupo de
diputados de la llamada izquierda chilena tuvo la “grandiosa” idea de proponer cambiar el nombre del Aeropuerto de Santiago
-llamado así en merecido honor al aviador Arturo Merino Benítez- por el nombre de Aeropuerto
Pablo Neruda. Naturalmente surgió de inmediato una furiosa resistencia entre
políticos de derecha, en las redes comunicacionales y hasta en la calle. Desde esa
fecha cada cierto tiempo resurge un debate cuya mayor contribución ha sido
permitir que el nombre del gran poeta sea enlodado, hasta llegar a los más
bajos sótanos que alguien pueda imaginar. No obstante, la llamada izquierda
chilena, a través de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, ha
vuelto a insistir sobre el tema.
Flaquísimo favor ha hecho
la izquierda, sobre todo los comunistas de Chile, a la memoria de Neruda. Su
objetivo ha sido utilitarista: sentar presencia simbólica para que todos los
que aterricen en Chile lean en grandes letras el nombre de Neruda, hasta que el
nombre del país sea identificado con el de Neruda: Chile, país de Neruda,
Nerulandia.
Lindo sería si quienes
piensan así fueran amantes de la poesía. Pero qué va. Lo que les interesa es
mostrar a Chile, en tanto Neruda fue de izquierda, como un país de la
izquierda. Naturalmente la llamada derecha se opone a esa ambición de locos.
Pero lo hace de acuerdo a su inconfundible perfil: procaz, arrogante e inculta,
en el mejor estilo bolsonariano del término. Porque digámoslo claro: la cultura
de la mayoría de esa gente (hay por cierto, excepciones) no va mucho más allá
de “los pollitos dicen” en la versión de los Quincheros. Ahora, haciendo honor
a su inveterada barbarie, esa llamada derecha ha sacado a relucir todos los
detalles, reales e inventados de la vida privada de Neruda. Las relaciones más
íntimas con las que fueron sus esposas, la historia de “la hija abandonada”
desactivada en el cine por el gran director Pablo Larraín. Y a río revuelto -nunca faltan y siempre sobran- las
feministas radicalas que acusan a Neruda
de “violador de mujeres” sin más base que una interpretación forzada de algunos
fragmentos de “Confieso que he vivido”.
Cualquiera que no tenga un
mínimo conocimiento de la más bien tranquila vida que llevaba Neruda, lo
imaginará, gracias a esa campaña anti-nerudiana provocada por la izquierda y
desatada por la derecha, como a un macho borracho aguardando lascivo en las
esquinas de la noche el paso de mujeres desamparadas para después regresar a casa
y escribir -únicamente- poemas de amor a Stalin. Alimento preciado para esa
caterva de piñuflas escondidos en las redes comunicacionales desde donde pueden
dar lugar a frustraciones, complejos y envidias, denigrando a las personas más
sobresalientes de la vida pública.
Es el precio que ha debido
pagar la memoria de Neruda en Chile: los de la llamada izquierda tratando de
obtener dividendos ideológicos de una poesía que jamás entenderán. Los de la
llamada derecha, desatando una campaña de odio anticomunista en un momento y en
un lugar donde el comunismo como ideología y como institución se encuentra en
proceso de extinción. Efectivamente, la
derecha, no solo en Chile, es mucho más anticomunista hoy que en los tiempos
cuando el comunismo era efectivamente una real amenaza. El comunismo está a punto de desaparecer
arrastrando consigo a legiones de políticos que necesitan del comunismo para
poder perfilarse como anticomunistas. Sin
ese anticomunismo -y, por ende, sin el comunismo- no son nada, o son muy poco.
El anti-comunismo –ya
está claro- es la otra cara de la medalla comunista. De ahí que la lucha simbólica a favor o en
contra del Aeropuerto Neruda no tenga nada que ver con la cultura literaria de
Chile. Se trata solamente de la pugna sórdida entre una izquierda que busca
hacer de Neruda una tabla simbólica de salvación ideológica y una derecha que
mancillando el nombre de Neruda, busca acorralar a la izquierda. El poeta
Neruda es solo una víctima post-mortem de una guerra política sucia.
El problema se agrava
cuando observamos que la derecha chilena no tiene ninguna figura cultural de
peso que ofrecer como alternativa al nombre de Neruda. Pues, dicho en general,
las derechas, por lo menos en América Latina, no poseen próceres culturales,
tampoco grandes poetas de los cuales pueda enorgullecerse como la izquierda lo
hace con Neruda. Es por eso que en sus ataques a la persona de Neruda, la
llamada derecha no puede sacarse de encima la impronta anticultural que ha
signado su turbia historia. Punto que, más allá de la idiota polémica en torno
al nombre del aeropuerto, podría llevar a otra discusión altamente interesante
acerca de la pregunta ¿Por qué no hubo ni hay grandes poetas de derecha?
Pregunta que a su vez llevaría a otra: ¿por qué la mayoría de los grandes
poetas del siglo XX fue de izquierda?
Para responder ambas
preguntas habría que escribir un ensayo. Valga entonces, y por el momento, un simple enunciado: la poesía es metafísica
y la izquierda que heredamos de los jacobinos franceses y de los bolcheviques
rusos también fue metafísica. El lugar de la poesía, a su vez, es el más allá
visto desde el más acá. Del mismo modo, el lugar de la izquierda fue siempre el
más allá, nunca el más acá. Y así fue como en nombre de ese más allá, la poesía
y la izquierda terminaron encontrándose aceptando ambas la destrucción del
presente como paso necesario para alcanzar el paraíso terrenal. La lucha contra
el nazismo y la guerra civil española -la que convirtió en comunistas a una
multitud de poetas que nunca antes habían tenido contacto con la política-
terminaron por conjurar la alianza
parcial entre la poesía y la izquierda. Ahora bien, esa alianza hoy ya no
existe. Eso lo saben hasta los comunistas chilenos. Por si fuera poco, los
términos izquierda y derecha designan hoy día solo a dos culturas o tradiciones políticas cuya referencia es el
pasado, el que por ser pasado es constantemente imaginado.
Izquierda y derecha están
condenadas hoy a vivir en los escombros del más acá, y ambas deben hacerse
responsables de los enormes daños y catástrofes que causaron y continúan
causando a la humanidad. Así se explica por qué, solo recientemente, está
naciendo en nuestro tiempo una poesía liberada de grandes promesas históricas.
Pero esa oportunidad no la tuvieron los grandes poetas del siglo XX. Por lo
tanto hay que hacer un esfuerzo para ponernos en su lugar y entenderlos.
Juzgarlos de acuerdo a las premisas que hoy nos rigen, no sirve para nada. Cada
uno de nosotros es un producto neto de la historia de nuestro tiempo. Los
poetas también.
Lo dicho no significa que
todos los poetas del pasado reciente hubieran sido de izquierda. Significa
decir solamente que nunca pudieron dividirse entre poetas de izquierda y de
derecha sino más bien entre poetas de izquierda y poetas no-políticos como fue,
entre otros, nuestra divina Gabriela Mistral. Para poner otro ejemplo: la contraparte poética de Neruda en Chile fue
Nicanor Parra quien no siendo de izquierda tampoco fue de derecha. Más bien
Parra fue un encantador “niégalo-todo”.
Quizás el único poeta que
alcanzó cierto vuelo como poeta de derecha en Chile -una excepción que solo
confirmaría la regla- ha sido el sacerdote y crítico literario Ignacio Valente
al que la derecha, siempre ignorante, nunca ha intentado reivindicar. Tal vez
porque -en mi opinión personal- su buena
poesía religiosa tenía un fondo nihilista pero también -algo que no cabe en los
moldes ideológicos de la derecha- un innegable espíritu nerudiano.
A nivel latinoamericano
podríamos decir algo parecido. En la maravillosa poética de Jorge Luis Borges,
por ejemplo, no encontramos nada que tenga que ver con el esquema
izquierda-derecha. Pues, en contra de quienes han intentado llevar al genio
literario argentino al redil de la derecha, Borges fue antes que nada un
anti-político radical, algo perfectamente comprensible si se tiene en cuenta la
miseria política de Argentina durante el siglo XX, tan contrastable con su
abundancia cultural.
Ha habido, además, grandes
poetas –pienso en Octavio Paz- que rompieron con la izquierda, pero jamás se
pasaron a la derecha. La derecha latinoamericana, o lo que de ella queda,
continúa siendo cultural y literariamente hablando, una derecha anti-poética.
Ese es el complejo de inferioridad que padece frente a las izquierdas, y las
izquierdas (o lo que se entienda por
ellas) lo utilizan cada vez que pueden.
Ahí justamente se inscribe la maniobra politiquera de la izquierda chilena al
intentar identificar al -en mi opinión, más grande poeta del habla castellana–
con un pobre, gris y feo aereopuerto. El
objetivo de la maniobra es obvio: ganarle una partida de damas a la “derecha
anti-poética”.
¿Por qué no poner el
nombre de Neruda a un museo de piedras prehistóricas? ¿O a la Biblioteca
Nacional, aún sin nombre ni apellido? ¿O a una plaza sin faroles donde los
enamorados se toquen los sexos cada noche? ¿O simplemente a un bar en Valparaíso donde sirvan pescado frito con
cebolla, ajo y tomates, como tanto le gustaba al poeta? ¡Ah no! tenía que ser un mega aeropuerto, un
mega lugar internacional, donde la gente sudorosa llega y se va, apresurada en
tránsitos y tráficos, algunos corriendo para pescar un mini vuelo de última
hora, sin que la poesía asome allí por ningún lado.
No hay nada más
anti-poético que un aeropuerto. Si la izquierda chilena hubiera querido ofender
a Neruda, no podría haberlo hecho mejor. Mas, la derecha como siempre bruta, no
entendió la jugada. De haberlo hecho, habría permitido que ese aeropuerto lleve
el nombre de Neruda. Sería, además, la mejor forma de joder el nombre de
Neruda. Un poco, al menos.
Puede ser, claro está, que
un aeropuerto merezca el nombre de Neruda. Pero Neruda no merecerá jamás el
nombre de un aeropuerto. Su poesía siempre volará más alto, mucho más alto que
los aviones. Vuelen estos hacia la izquierda o hacia la derecha.