“A
esa secta (extremista) la vamos a combatir, porque los que estamos en el centro
combatimos a los extremos”
(Henrique Capriles)
Pocas
veces Henrique Capriles había sido tan duro para calificar a esa fracción de la
oposición opuesta a todo diálogo y alternativa electoral, partidaria de salidas
golpistas e invasionistas. Fue, el suyo –no puede ser entendido de otro modo-
un abierto llamado al deslinde en aras de la reconstrucción de una política de
centro, una ruptura que busca una alternativa contra dos extremos: la secta que
ocupa el estado y la otra apegada parasitariamente a la oposición democrática.
El término secta no pudo ser mejor elegido.
Una
secta, política o no, es un grupo cerrado, unido por una convicción que no acepta
réplica, fanatizado alrededor de algunas figuras estelares, sin programa de
acción definido, cuya tendencia predominante es la realización de prácticas
simbólicas ausentes de toda vinculación social donde predominan alocuciones
épicas en desmedro de los problemas concretos que signan la vida de una
nación.
Secta:
mucho más apropiado que el calificativo de ultraderecha usado hasta ahora por
una gran parte de sus adversarios. Por un lado el término derecha se entiende
como alternativa frente a una izquierda en el marco de un debate parlamentario,
algo que evidentemente no existe en Venezuela. Por otro, en Venezuela tampoco
existe una fuerte derecha histórica como en Argentina, Colombia, o Uruguay. Ni
una “aristocracia” de origen agrario, defensora de la tradición, la religión,
la patria y la familia, como en Ecuador, Perú o Bolivia. Ni una fuerte derecha
empresarial, como en Chile, Brasil o México.
“En
este país no hay derecha”, es frase socorrida entre los comentaristas políticos
venezolanos. Y no se equivocan. Ellos tienen ante su propia vista un espectro
político correspondiente al auge petrolero, al crecimiento de las universidades
y otros institutos de educación superior y, por cierto, a la proliferación de
sectores intermedios orientados más al consumo que a la producción de bienes.
Desde ese espectro ha surgido la mayoría de las iniciativas destinadas a ganar
el apoyo de los sectores subalternos de la sociedad.
Traducido
a la terminología política, los partidos venezolanos no se han constituido
en base al principio de representación, sino de acuerdo al seguimiento a
caudillos carismáticos e ideologías macro-históricas. Venezuela es
efectivamente uno de los pocos países del mundo donde sus intelectuales siguen
discutiendo en términos hiper-ideológicos, como si la guerra fría hubiera
continuado y el muro de Berlín nunca hubiera caído. En otras palabras, en
Venezuela se dan todas las condiciones para que los partidos tiendan a su
autonomización y por lo mismo a regirse por dinámicas que no obedecen a otra
lógica que no sea la de su autoreproducción.
Sin
embargo, hay que tener en cuenta que la formación de sectas extremistas es
consustancial a todas las luchas anti-dictatoriales. Así ocurrió en la
Sudáfrica de Mandela, cuando grupos extremistas negaron su apoyo al diálogo que
sacaría al país del Apartheid, lo que no arredró al recordado Madiba, aún al
precio de perder por algunos momentos su gran popularidad. Así ocurrió en
Polonia cuando fracciones integristas católicas se opusieron con saña al
diálogo establecido entre Walesa y el general Jaruzelski. Así ocurrió en Chile,
cuando el extremismo de izquierda se opuso al plebiscito, llamando a la
abstención, bajo el argumento de que participar significaba legitimar a la
dictadura.
En Venezuela, el extremismo en la oposición tiene, además, una larga data. De
hecho ha sido copartícipe de la historia del chavismo desde sus propios
orígenes. En todas las derrotas de la oposición el extremismo ha impuesto su
iniciativa. Así ha sido desde el paro petrolero del 2002, del
abstencionismo del 2005, pasando por la “salida” del 2014, hasta llegar al
ominoso 20-M. En cambio, todas las victorias de la oposición, desde el
plebiscito del 2007, la conquista de muchas alcaldías y gobernaciones, hasta
culminar el 6-D, han ocurrido cuando la oposición ha sabido deslindarse del
extremismo, caminando decididamente por la ruta electoral. Su única ruta.
¿Por
qué Capriles propuso ahora y no antes deslindar a la oposición democrática de
la por él muy bien llamada secta extremista? Las razones parecen ser obvias.
Desde que Julio Borges diera por fracasado el diálogo en la República
Dominicana, es decir, desde que la oposición debido a su incapacidad para
levantar una candidatura decidiera regalar a Maduro el gobierno usando como
pretexto la existencia de una comunidad internacional que no existía, esa
oposición comenzaría a disolverse en el magma de la nada. El 20 M será
recordado como uno de los más grandes errores, quizás el más aberrante cometido
por alguna oposición política en toda la historia de América Latina.
Pero
no volvamos a repetir el relato de esa historia tan tristemente conocida. Lo
cierto es que al haber renunciado la oposición a ser oposición en el único
terreno donde podía serlo, abrió todos los espacios para que sobre el vacío de
política por ella misma generado, comenzaran a hacer acto de presencia los
profetas de la nada, vale decir, la secta extremista señalizada por Capriles.
Puede
que el llamado de Capriles a deslindar posiciones ya sea algo tardío. Desde que la oposición renunció a oponerse, e incluso
desde que parlamentarios elegidos por sufragio popular optaran por convertir a
la propia AN en un escenario circense de espectáculos sin significado político,
la secta se siente como en su casa. La señora MCM realiza giras presidenciales
sin elecciones a la vista, con el manifiesto propósito de mostrarse como única
líder en el caso hipotético de un golpe o invasión. Cada una de sus
presentaciones lleva el signo de los empresarios que la fomentan. Como toda
secta, la de los extremistas, vive de sus propias -muy bien financiadas- fantasías.
La
política es considerada por los financistas de la secta en su pura expresión
mercantil. De lo que se trata es lanzar al mercado el mismo producto, pero con
distinto nombre. El slogan -puede ser “Maduro renuncia”, “Vete ya”, “faltan
pocos días”, “el quiebre ya llegó”, y otros más- debe ser siempre renovado.
Aunque todo ese palabreo vacío no obedezca a ninguna estrategia política, sirve
a la secta para mantener la atención del público sobre la novedad del producto.
Lo importante -y aquí hay una notable coincidencia entre la secta y Maduro- es
sabotear cualquiera iniciativa electoral. Al fin y al cabo, las dos sectas, la
del poder y la de los extremistas, saben que, aún en elecciones no libres, es
decir, aún “con ese CNE”, ninguna tendría una chance real como tampoco la
tuvieron el 6-D. Más aún, para ambas sectas las elecciones podrían llegar a ser
un campo de movilizaciones sociales que terminarían por arrebatar a ellos, no
la hegemonía (nunca la han tenido) pero sí el protagonismo mediático del que
hoy disfrutan.
El
llamado de Capriles a combatir a la secta es loable pero -hay que
decirlo- insuficiente. Y lo
será mientras nadie diga cómo hacer ese combate. ¿Con lucha ideológica,
polémicas o debates públicos? Imposible. Sabido es que las sectas no discuten:
solo dictaminan, difaman o insultan. Solo queda entonces una posibilidad para
volver a ocupar el centro de la política: Recuperar la ruta electoral echada
tan irresponsablemente por la borda y enfrentar al régimen en el terreno donde
es ahora más débil que nunca. Eso debió haberlo dicho Capriles. Habría sido el
corolario lógico de su llamado a combatir a la secta. ¿Por qué no lo dijo? Es
un misterio.
El
problema es que los partidos de la oposición, en otro de sus actos de
autocriminalidad, han renunciado, esta vez tácitamente, a apoyar a candidaturas
en las municipales del 9-D. Da la impresión de que ya las han dado por
perdidas. Pues no enfrentar esas elecciones tan decisivas para la gente que
habita en comunas, es un acto que solo puede ser interpretado con una sola
palabra: rendición.
Sin
participación activa en las lides electorales nunca habrá centro político. Y sin centro político solo hay cabida para las dos
sectas. ¿O está esperando esa oposición, siguiendo la locura de la secta, el
eclipse solar del 10-01? ¿El día en el que Maduro será derribado porque la
“Comunidad Internacional” no reconocerá esa elección que ganó limpiamente
gracias a una oposición suicida?
Si
es así, la oposición venezolana asistirá ese día a sus propios funerales. Y la
secta extremista (Capriles dixit) seguirá bailando sobre la cubierta del
Titanic mientras el que fuera el gran barco de la oposición terminará por
hundirse hasta llegar a las últimas profundidades de su propio océano.