Hoy escribo este artículo, 26.09.2018, miércoles. El 28
llega el presidente de Turquía, Recept Tayyip Erdogan a Alemania, invitado por
el presidente Frank-Walter Steinmaier.
La expectación es grande. Pocas veces la visita de un gobernante extranjero ha
despertado tanta atención en el país. Y tensión. Revisando la prensa, leyendo y
escuchando comentarios, es posible caracterizar a esa visita con cuatro claves.
Es incómoda, es inoportuna, es inevitable y es interesante.
Incómoda, pues para nadie
son desconocidos los conflictos que ha mantenido la diplomacia alemana con el
irascible Erdogan. Desde el fallido golpe de estado del
verano de 2016 Erdogan no ha cesado de culpar a Alemania de complicidad con el
golpismo. Ya sea por haber dado asilo a políticos turcos perseguidos en su
país, ya sea por exigir la liberación de presos de doble nacionalidad (alemana
y turca) ya sea por la condescendencia alemana frente a quienes el gobernante
turco considera sus peores enemigos: los militantes kurdos, Erdogan no es
precisamente un admirador de Alemania. Ha llegado al extremo de calificar de
fascista a Angela Merkel. Y por si fuera poco, ha convertido a Alemania en un
campo de agitación electoral, apelando a sentimientos racistas y religiosos
entre la población turca residente, cuya mayoría es erdoganista.
Más incómoda aún aparece
la visita desde el punto de vista político.
Todos los partidos con exclusión de los de la coalición se han planteado en contra de Erdogan. Los liberales
porque son de oposición. Los Verdes, con algunas objeciones. Los partidos
extremos de derecha e izquierda, la AfD y la Linke, han coincidido una vez más.
Ambos, enemigos radicales del gobierno Merkel, enemigos de la UE y aliados
locales de Vladimir Putin en la tarea de desestabilizar al gobierno, no ahorran
expresiones agresivas en contra de la visita del autócrata turco.
Inoportuna es la visita
porque llega en el peor momento vivido hasta ahora por el gobierno Merkel. La
coalición (socialdemócratas, social cristianos y social-cristianos-bávaros) se
encuentra en franco estado de deterioro. Según el ministro del Interior Horst
Seehofer (CSU) quien no para de hacer amistosas señas a los extremistas de la
derecha, AfD, “la migración es la madre de todos los problemas del país”. Y,
naturalmente, Erdogan -al representar a la migración mayoritaria- es el padre.
Con los socialdemócratas en descenso permanente, empeñados en perfilarse cueste
lo que cueste, incluso en contra del gobierno del que forman parte, Merkel casi
no puede contar. Bajo esas condiciones el temor es que la visita de Erdogan,
si es que este no logra controlar sus expresiones, puede profundizar aún más
las aguas divisorias. Si se toman en cuenta las agitaciones callejeras que
inevitablemente acompañaran al evento, el panorama no parece ser muy alentador.
Los turcos están divididos en erdoganistas y anti-erdoganistas. Los kurdos
consideran a Erdogan su enemigo mortal. Si agregamos las demostraciones a las
que llamará AfD y su frente de masas PEGIDA -a las que, naturalmente saldrán a
oponerse los activistas pacifistas y socialistas- cabe solo esperar que la
policía inundará las calles de las grandes ciudades. El momento es difícil.
Cualquier equivocación puede ser fatal.
Sin embargo, la visita es
inevitable. No solo porque la invitación ya está cursada, sino porque Alemania
y Turquía son dos países que se necesitan mutuamente hasta el punto que, desde
el punto de vista económico, no pueden prescindir el uno del otro. En efecto, si
podemos hablar de simbiosis económica esa es la que existe entre Alemania y
Turquía. Una simbiosis en todos los niveles: desde las exportaciones e
importaciones, pasando por la transferencia de fuerza de trabajo, por las
inversiones tecnológicas y sobre todo militares, hasta llegar a la industria
turística, Alemania y Turquía son, miradas a partir de la lógica de la razón
económica, dos naciones inseparables.
Cierto es que Erdogan
intentó suplir durante un breve periodo algunas inversiones alemanas con las
rusas. Pero muy pronto descubriría que Rusia no está en condiciones de
sustituir a ningún país europeo en sus relaciones económicas con Turquía. El
problema se ha agravado con la política económica de los EE UU hacia Turquía,
prácticamente un bloqueo de segundo grado comparado con el que lleva a cabo en
Irán, hoy aliado económico (y militar de Erdogan) Si a ello sumamos la profunda
crisis monetaria que arrojó a la lira turca por los suelos, se explica
perfectamente que Erdogan viaje a Alemania a solicitar, antes que nada, ayuda
financiera. O como dijo con rudeza el político “verde” de origen turco Cem
Özdemir, “Erdogan viene a pedir plata y nada más que plata”. Es cierto. Pero
para pedir plata Erdogan se verá obligado a negociar. Y precisamente ese
punto lleva a considerar que la visita de Erdogan a Alemania puede ser económica,
política e incluso militarmente, muy interesante.
Tanto más interesante si
se toma en cuenta lo que ambas partes pueden ofrecer o negar. Alemania, desde
luego, tiene la principal carta: dinero. Y Alemania, como cualquier país del
mundo, no presta dinero gratis. Además, Alemania ejerce liderazgo económico en
Europa y de su visto bueno dependerán otras ayudas crediticias a Turquía. No
obstante, Erdogan también tiene sus cartas. La principal por el momento es
el papel que juega Turquía en el marco de las migraciones islámicas. Si Turquía
abre sus puertas hacia Europa, o simplemente si se niega a seguir recibiendo
refugiados, lograría desestabilizar a Alemania y otras naciones europeas en
cosa de meses.
La segunda carta no es
menos decisiva: Turquía, si es abandonada por Europa, pasaría a formar parte de
un eje militar junto con Siria e Irán pero bajo hegemonía de la Rusia de Putin.
La UE necesita, en consecuencias, de una OTAN con una Turquía adentro.
Es una disyuntiva existencial y Erdogan lo sabe. Naturalmente, como es un zorro
político, su aspiración es la de convertirse en el mejor amigo económico de
Europa y en el mejor amigo militar de Rusia a la vez. En ese punto Merkel
deberá ser inflexible. O el pan o el pedazo. Las dos cosas no. La negociación en
ese punto será dura.
Lo más importante es que
en estos momentos Alemania se encuentra en la mejor condición posible para
desactivar la relación Rusia-Turquía aunque, todos lo sabemos, el precio puede
ser enorme. Las concesiones deberán ser muchas pero el resultado es más
importante. Aunque si se llega a un acuerdo, lo más probable es que ninguna
de las dos partes quedará conforme. Merkel deberá contar incluso con
ataques del ultraradicalismo kurdo y turco tanto en Alemania como en Turquía.
Hay, sobre todo en Turquía, grupos políticos que, abandonando una, hasta ahora
exitosa línea electoral, cifran todas sus esperanzas en un endurecimiento de la
política alemana en contra de Turquía. Cretinos políticos hay en todas partes.
Como escribió una vez un
politólogo -quizás fui yo mismo- el arte de la diplomacia consiste en saber
tragar ladrillos sin atragantarse. Angela Merkel conoce ese arte.