Quería que ganara Uruguay
aunque todo indicaba que debía ganar Francia.
En todos los asuntos de la
vida, también en los futbolísticos, hay que diferenciar entre el querer y el
creer. Lo digo porque lo que se quiere es a veces todo lo contrario a lo que se
cree. Por ejemplo: Quieres la paz pero crees que va a estallar la cuarta guerra
mundial. O en un plano más íntimo: te gusta esa mujer (o ese hombre) pero crees
que no te tirará ni bola. El querer suele ser irreal y el creer más realista
que el querer. Por lo mismo, confundir el creer con el querer puede llevar a
descalabros tanto en la vida privada como en la pública. Así se entiende por
qué mientras más larga es la distancia entre el creer y el querer más
desdichado es uno. Quiero decir: me dio mucha pena ver a los uruguayos
llorando. Querían ganar y creían que iban a ganar.
¿Por qué yo quería que
ganara Uruguay? No lo sé muy bien y pienso que a nadie le interesa. Más
pertinente es la pregunta: ¿por qué yo creía que iba a ganar Francia? La razón
es sencilla: tiene los mejores jugadores del mundo: Hernández, Pogba, Griezmann,
Mbappe por no nombrar a todos (a todos, menos a Giroud). Razón contrastada
levemente por otra razón no menos cierta: Uruguay cuenta con un par de grandes
jugadores, pero, además, es un gran equipo.
Francia ha llegado a ser
un gran equipo a lo largo del campeonato ajustando sus piezas partido a
partido, logrando armonía entre individualidades que parecían ser
incompatibles. Y así lo demostró el primer tiempo. Después de un comienzo uruguayo
más entusiasta que eficaz, los franceses tomaron las manijas del partido
ejerciendo dominio gracias a ese medio campo donde manda Pogda y al trabajo
siempre incesante de Kanté. Los uruguayos confiados en la solidez de sus dos
centrales solo esperaban la posibilidad de un contragolpe. Pero a veces el
cántaro se rompe con tanta agua. El cántaro lo rompió con un gol fulminante e
inatajable, Varane. Cierto es que casi al finalizar la primera fracción, Cáceres
estuvo a punto de cambiar la historia. Pero a esa historia le faltaron tres
centímetros para cambiar.
A los que queríamos que
ganara Uruguay no nos quedó esperar otra cosa que en el segundo tiempo tuviera
lugar una reacción épica, una “garra uruguaya” como tantas que adornan la
historia futbolística de ese país. No apareció. Si pudo haber aparecido, la
pelota que se escapó de las manos de Muslera frente al disparo -nada del otro
mundo – de Griezmann, le echó a perder el ánimo a los uruguayos. Con ese gol
terminó prácticamente el partido. Los franceses ya tranquilizados comenzaron
a mantener la pelota el mayor tiempo
posible: para tí para mí, dámela, te la
devuelvo, todo sin grandes problemas. Pura rutina.
Parece que a los arqueros
no les sienta el clima de Rusia. Pocas veces he visto a tantos arqueros regalar
tantos goles a sus adversarios como en este mundial 2018.
Lo que resta es conjetura:
¿Qué habría sucedido si hubiera jugado Cavani? Su ausencia estuvo siempre
presente. Lo digo por tres motivos: Primero, su reemplazante, Tuani, no pudo
superar la comparación y Tabárez debió sacarlo del juego. Segundo: a Suárez sin
Cavani le falta una pierna. Tercero: la ausencia de un ídolo juega para algunos
equipos (y para algunas naciones) un papel simbólico, y si no están es como si
arrastraran un vacío consigo.
Creo que eso no le
sucederá a Francia. Francia tiene muchos “cavanis” en su alineación. Francia
tiene pinta de campeón. Ojalá que no sea solo la pinta.