El 4 de junio, Benjamin
Netanyahu visita Alemania para después continuar su viaje a Paris a conversar
con Macron. El 5 de junio Vladimir Putin visita Austria a fin de entrevistarse
con los representantes de los tres poderes
políticos de la nación: el presidente Alexander Van Ballen, el canciller
Sebastian Kurz del ÖVP y el vicepresidente Heinz Christian Strache, presidente
del partido radical-nacionalista FPÖ, miembro de la coalición de gobierno.
De acuerdo a su importancia
geopolítica, el segundo encuentro parece tener más gravitación. Pues Putin
después de haber sido reelegido no escogió Austria al azar como su primer viaje
al exterior. Austria es efectivamente una pieza fundamental en el proyecto destinado
a expandir su zona de influencia en Europa Occidental. Desde el punto de vista
geográfico, Austria limita con tres
gobiernos “amigos” de Putin, a la vez potenciales disidentes de la UE: El de la
República Checa, el de Hungría y el de la reciente “Italia de los dos
populismos”, cada uno más anti-UE que el otro. Desde el punto de vista
político, si logra atraer a Austria, donde el partido extremista FPÖ ya es un abierto aliado de Rusia, Putin
logrará ejercer su hegemonía sobre un núcleo muy importante de Europa.
El conservador canciller
Kurz no desea naturalmente tener problemas con su vecindario externo, ni mucho
menos con el interno, pero a la vez intentará mantener buenas relaciones con el
resto de los países de la UE. Por esa razón Kurz es, para Putin, una llave maestra en su proyecto orientado a
consolidar su hegemonía en un importante espacio europeo y de paso lograr un
intermediario que le permita negociar posiciones con tres gobiernos claves: el
de Alemania, como conductor económico de la UE, el de Francia, como potencial
conductor político y el de Gran Bretaña, con cuyo gobierno experimenta, después
del “caso Skripal”, un notorio distanciamiento.
Y bien, en ese juego de Putin entran otros dos personajes. El primero, Trump.
El segundo, Netanyahu.
La visita de Netanyahu a
Merkel apuntó a un solo objetivo: solicitar el apoyo de Alemania, después de
Francia, y naturalmente, el del resto de Europa Occidental, en su política en
contra de Irán. Frente a Netanyahu, Merkel parece estar sentada entre dos
sillas. La canciller sabe, Netanyahu también, lo sensible que son las relaciones
Israel – Alemania. También sabe, sin
embargo, que la UE mantiene serias contradicciones con la política
internacional de Trump, sobre todo en el tema del acuerdo nuclear con Irán. En
ese punto tanto Merkel como Macron, y por supuesto, Theresa May,
son y seguirán siendo “obamistas”. Al mismo tiempo deben considerar que la
posición anti-Irán de Israel no es igual a la posición anti-Irán de los EE UU.
Para Netanyahu está claro
que el armamento atómico de Irán desafía la hegemonía militar de su país en la
región, la única que puede tener. Todos los caminos políticos, salvo una u otra
excepción (Jordania tal vez) están cerrados para Israel. Para los EEUU el
problema es otro. Irán es el socio privilegiado de Putin en su alianza con
Siria y probablemente en un futuro inmediato con el gobierno chií de Irak.
Desconectar esa asociación es un objetivo claro del Pentágono. Pero
Merkel-Macron no opinan lo mismo. Como políticos duchos que son, creen que el
mejor modo de neutralizar a Irán y no arrojarlo aún más en los brazos de Rusia,
es mantener los acuerdos forjados por Obama e intentar atraer al gobierno iraní
mediante cooperaciones técnológicas y económicas de las que, evidentemente, no dispone Putin.
Por si no lo sabía,
Netanyahu no contará con Europa en su camino anti-Irán y puede que solo en
parte con los EEUU. Efectivamente, antes de que Netanyahu abandonara Europa, Alemania, Francia y Gran Bretaña
solicitaron enérgicamente a los EEUU no poner en riesgo las grandes inversiones
que mantienen los países europeos en Irán ni tampoco hacer peligrar la paz
mundial en un enfrentamiento en el cual a Putin no le quedaría otra vía sino
involucrarse. Evidentemente, los países europeos no quieren una confrontación
bélica donde no tienen nada que ganar y sí, mucho que perder.
Llegará sin duda el momento
en el cual los dueños de los circos deberán arreglar sus problemas entre ellos.
Como ya ha evidenciado Trump, existe cierta disposición norteamericana a ceder
definitivamente Crimea a Rusia (algo que no podría aceptar la UE) y, además, no
interferir en los planes de Putin en aras de aumentar sus esferas de influencia
en Europa siempre y cuando no se acerque demasiado a Polonia y/o a los países
Bálticos. Para Putin podría ser una oferta interesante, sobre todo si toma en
cuenta que los partidos ultraderechistas y ultraizquierdistas pro- Putin
continúan creciendo en Europa y todavía están lejos de alcanzar su techo.
Con respecto a Irán, Putin
tiene todas las de ganar: si Trump deja
tranquilo a los ayatolás, estos continuaran al lado de Rusia conformando un eje
junto a Siria. Si impide firmemente el desarrollo atómico iraní, los persas
intensificarán su relación con Rusia aún más. Fueron esas las cuentas que
seguramente sacó el precoz canciller austriaco Sebastián Kurz. Como corolario a
la visita de Putin, Kurz anunció que ofrecerá Austria como lugar de encuentro
entre Trump y Putin. Con eso convertirá a su gobierno en anfitrión de la paz
mundial, él aparecerá como mediador entre dos grandes potencias y, por si fuera poco, mostrará dotes de estadista frente a sus ciudadanos
pensando, naturalmente, en futuras elecciones. Luce un poco ingenuo. Pero así es
a veces la política internacional.
El estrecho abrazo que se dieron
Putin y Kurz en Viena fue, en todo caso, más que simbólico.