La puerta
Intérprete: Lucho
Gatica. Autor. Luis Demetrio
La puerta se cerró detrás de ti/ y nunca más volviste a aparecer/
dejaste abandonada la ilusión/ que había en mi corazón por ti/ La puerta se
cerró detrás de ti/ y así detrás de ti se fue mi amor/ creyendo que podía
convencer/ a tu alma de mi padecer/ Pero es que no pudiste soportar/ la pena
que nos dio/ la misma adversidad/ que así como también/ nos dio felicidad/ nos
vino a castigar/ con el dolor.
Dos almas pueden
encontrarse y por esa misma razón, separarse. A través de las almas circulan
los humanos para encontrarse entre ellos. De tal modo no es errado imaginar que
las almas tienen puertas que pueden ser abiertas, como también cerrarse.
Hube sí de leer dos
veces el texto porque necesitaba estar seguro si la puerta se cerró por dentro
o por fuera. Afortunadamente la puerta la cerró la amada por fuera, dejándolo a
él adentro. La situación podría haber sido aún peor si, como se dice
vulgarmente, alguien le hubiera dado “con la puerta en las narices”. Lo
importante de este caso, es que con el cierre de la puerta, el pobre hombre
quedó dividido en dos: su amor se fue con ella y él quedó vacío de amor adentro
de la casa.
Al leer el texto por
tercera vez me di cuenta de que después de todo no tenía sentido saber quién
había quedado adentro o afuera dado que en casi todos los boleros los objetos
no son más que simples metáforas.
El amante no se
refiere definitivamente a la puerta de su casa sino a la puerta del alma de la
mujer amada. Ahora bien, si hablamos de metáforas, esto es, de significantes
indirectos (dicho también en sentido metafórico: significantes directos no hay)
nos vemos obligados a practicar un ejercicio hermenéutico, que eso al fin y al
cabo es entender el sentido de un texto.
Si hablamos de las
puertas del alma podemos imaginar que cuando alguien ama entra a través de esas
puertas que han sido abiertas por, en este caso, la dueña del alma. Eso
significa que el alma tiene un “afuera” y un “adentro”. Esa es, a la vez, la
esencia del pensamiento metafísico. Entrar a través de un alma es acceder a un
espacio secreto. El alma, a su vez, revela su secreto en la medida en que los
pasos de quien a ella accede recorren su interior.
Al alma podemos
concebirla de acuerdo a la imaginación de cada cual. Por ejemplo, puede ser un
laberinto y amar querría decir perderse en el laberinto de la persona amada sin
poder ni querer encontrar la puerta de salida. Algo que no ocurrió a la mujer
del bolero quien sabía muy bien dónde
estaba la puerta que daba a la calle. O podemos concebir el alma como un
espacio oscuro que se ilumina recién cuando entramos y comenzamos a habitarlo.
También podríamos concebir el alma como una sala rodeada por múltiples espejos
en la que se refleja la imagen de quien en ella ha entrado, de modo que el alma
del uno no sería sino uno mismo reflejado en el espejo del otro (idea
lacaniana). O el alma es la habitación íntima de la persona amada, donde ella
se refugia a solas hasta que alguien llega a tocar la puerta. Puede ser
también, hablando en términos más eróticos, un simple departamento. En ese
sentido, la conquista del alma interior puede que vaya ocurriendo al unísono
con la ocupación del alma externa, que es el departamento. Así, la amada entró
una vez, abrió las puertas del vestíbulo, dejó ahí sus cosas; abrió la puerta
del comedor, cenaron, brindaron; pasaron al dormitorio, apagaron las luces, y
ella abrió sus puertas, todas su puertas todas y, después de un grito de amor
triunfante, abrió también las puertas de su alma. Pero un día ella se fue,
cerró la puerta de la calle por fuera, y dejó al amante con el alma abandonada,
como si fuera un des-almado, que es así como nos sentimos cuando el alma se nos
va del cuerpo detrás de un amor que nunca más volverá.
Al igual que una
casa o un departamento, el alma tiene varias puertas. Pero de todas esas
puertas hay una que no podrá ser abierta jamás. Esa es la puerta que está
detrás de la puerta del amor, la que para todo mortal deberá permanecer siempre
cerrada. Sin embargo, en algún momento, no hay nadie que resista el deseo de
intentar abrir también esa, la última puerta. Como esa puerta permanecerá
siempre cerrada, hay quienes, llenos de tristeza y desilusión, incapaces de
traspasar la última puerta del amor, deciden retirarse cerrando
todas las puertas detrás de sí, incluso la última (o la primera, depende de
donde venga uno), la que da hacia la calle de nuestras vidas. Puede que eso
haya ocurrido en esta historia.
¿Pero qué hay detrás
de esa última puerta? Eso no lo sabe nadie pero permítaseme suponerlo. Si
aceptamos la proposición de que el alma vive gracias al amor, podríamos decir
sin equivocarnos que el amor es la ley del alma. Pero, si el amor es la ley que
gobierna el alma, ¿qué es lo que gobierna al amor? O dicho así: ¿Dónde está la
ley del amor? Mi respuesta provisoria es: “detrás de la última puerta del alma,
al final de todo amor”. ¿Es la misma puerta que jamás se abrirá durante
nuestras vidas? “Sí, creo que así es”. Y, además, afirmo: la imposibilidad de
que ésa, la última puerta sea abierta, lleva en muchos casos al fracaso del
amor, lo que formulado en otros términos significa que el amor desde que nace
lleva consigo el plan de su propio fracaso: la imposibilidad de atravesar a
través de su última puerta. El problema es que si no existiese esa última
puerta, el amor -que no es más que uno mismo avanzando a través de las puertas
del alma- nunca podría existir. La Ley del amor, que es aquella que da vida al
amor, permanecerá siempre encerrada detrás de una última puerta.
Las puertas de la
Ley ¿No es ese un relato de Kafka?
Exactamente; y para
que se entienda perfectamente lo que estoy diciendo y suponiendo que no todos
han leído ese relato de Kafka llamado justamente “La puerta de la Ley”, deberé
contarlo, aunque sea de un modo muy sucinto.
Narra la historia de
un campesino que llega hasta las puertas de la Ley cuyo guardián impide su
entrada. El campesino logra, sin embargo, mirar a través de la puerta y ve una
luz. El guardián afirma que esa es la luz de otras puertas vigiladas por otros guardianes.
El campesino puede pasar y seguir adelante si quiere, pero siempre encontrará
otros guardianes de los cuales él, el guardián, es sólo el más débil. Pero el
guardián lo consuela diciendo que tenga paciencia; en algún momento le será
permitido pasar a través de las puertas de la Ley. Así pasaron horas, días,
meses, años, muchos años, y con el tiempo, entre el campesino y el guardián se
estableció una relación parecida a la amistad. El campesino siguió esperando,
hasta que un día llegó el momento de su muerte y ya, sabiendo que no le serían
abiertas las puertas de la Ley, preguntó al guardián lo que hacía mucho tiempo
quería preguntar: ¿Por qué, durante todos esos años, él había sido el único que
había atravesado ese corredor que daba a las puertas de la Ley? La respuesta
del guardián fue terminante:
-“Porque ese
corredor se hizo sólo para ti”.
Con esta analogía
quiero simplemente afirmar que el amor verdadero es como un campesino que se
sienta a esperar frente a la última puerta, que es la de la Ley, y allí se
queda hasta que muere. El amor, cuando no es de verdad, emprende en cambio la
retirada y deja simplemente que la puerta se cierre detrás de sí, “dejando
abandonada la ilusión que había en mi corazón por ti”.
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