Puede ser que
nunca lleguemos a estar de acuerdo con él, ni que no nos guste su estilo, sus
principios (suponiendo que los tenga), su forma de ser en el mundo, ni mucho menos la
forma como accedió a la presidencia. Pero lo cierto es que estamos frente a
un animal político, con todo lo bueno y malo que eso trae consigo.
Ya Pedro Sánchez
tuvo la oportunidad de ponerse a prueba el 21 de mayo del 2017 cuando nadie
daba un duro por él y logró vencer en las primarias del PSOE a la popular
andaluza Susana Díaz. ¿De dónde sacó esa
vez los votos? Los que saben cuentan que no dejó lugar de España sin recorrer, ni delegado con quien no conversara ¿y quién sabe cuántas llamadas, cuánto
correo, y cuánta promesa? El hecho fue que ganó. La Díaz lo reconoció: “no
perdí frente a un político sino frente a un atleta”. Porque perseverancia le
sobra; y esa es una de las principales virtudes de la profesión política, según
Max Weber. A esa virtud weberiana Sánchez une una virtud maquiavélica: astucia.
Y otra muy propia: audacia. Gracias a esas tres virtudes, llegó a ser lo que
nunca nadie pensó que iba a ser: ministro- presidente de España. Y ahí lo
tenemos
Por primera vez
un presidente miembro de un partido minoritario en la Cámara Baja, con el
senado en contra y sin investidura parlamentaria. ¿Cómo lo logró? Visto en
retrospectiva, mediante dos jugadas clásicas de la política. La primera,
detectar un enemigo principal. Eso no podía ser otro sino Rajoy. La segunda,
configurar una mayoría en contra del enemigo. Esa fue la jugada más difícil. ¿Cómo
unir a un conglomerado de partidos y partidillos no solo diferentes sino,
además, enemigos entre sí?
La apuesta de
Sánchez fue muy fuerte. Pero captó que el escándalo llamado Gürtel (correa) había sido efectivamente el más
grande de toda la historia de la España post-franquista. De ese charco ningún
presidente podía salir ileso. Además, pocos presidentes como Rajoy han logrado
tener tantos enemigos. El PP es un partido muy grande pero sin aliados,
y eso, en parte, se lo
debe a la falta de flexibilidad tantas veces demostrada por Rajoy.
Sánchez entendió
rápidamente que la patota organizada para desbancar a Rajoy no es una alianza
política, y si lo es, solo una alianza negativa. En ningún caso una combinación
de gobierno. Por esa razón, Sánchez es también el primer presidente que
accede al gobierno sin tener un programa. Por el momento, una ventaja.
Sánchez no está amarrado a nadie y sus promesas, si las hizo, no valen a la
hora de tomar grandes decisiones. Hasta Pablo Iglesias se dará cuenta de que al
menor descuido Podemos también podría ser prescindible. Pues Sánchez, como
curtido político, sabe que el primer paso antes de gobernar es asegurar el
frente interno, vale decir, su propio partido, el PSOE. No le será difícil: si
hay un remedio para cicratizar diferencias en un partido, ese remedio se llama:
poder. Sánchez es ahora un caudillo con poder, y el poder del Estado es una
miel que atrae y unifica a los políticos como a las abejas. A partir de un PSOE
unificado, Sánchez – la abeja reina- podrá crear una combinación de gobierno
que le permita trascender el carácter provisional de su mandato en vías a
futuras elecciones en donde sí, Sánchez, podría ser el candidato de una alianza
política. Al fin y al cabo durante un tiempo mantendrá, para muchos, el aura de
haber sido el hombre que derrocó a Rajoy, el héroe que se levantó en contra de
la corrupción.
La pregunta que
no ha respondido Sánchez es cuál será su política frente a los aliados que
obtuvo en el último segundo: los nacionalistas de izquierda y de derecha, sobre
todo los catalanes. Hasta ahora se las ha arreglado con una frase que pega pero
no dice mucho: “vamos a tender puentes”. Con ello quiere decir que va a
abandonar la rigidez que caracterizó al gobierno de Rajoy. Pero ¿cuáles serán
esos puentes? Podemos intuir que Sánchez buscará el diálogo con los
independentismos. Lo que no está del todo mal. Los independentismos no van
a desaparecer de la noche a la mañana y no pueden ser enfrentados siempre a lo
Rajoy, con juicios y cárceles.
Tal vez –por el
momento es solo un tal vez- entre los diversos elementos negativos que conlleva
la crisis española, hay uno positivo. Y este es: la posibilidad de la
repolitización de España. Sí, repolitización. Porque si hay una
política de la des-politización, esta fue la practicada por Rajoy y el PP. La extrema judicialización del tema de los
independentismos fue una crítica sostenida de los periódicos El Mundo y El
País. Además, la despolitización operó en otro sentido; el mismo que le
costó el puesto a Rajoy. Nos referimos a la economización de la política.
Como casi todos
los partidos de derecha el PP es, o ha llegado a ser, el partido de los grandes
empresarios. Eso no sería grave si es que los empresarios son mantenidos en el
digno lugar que les corresponde: el de los negocios. El problema aparece
cuando la lógica de la razón empresarial se apodera de la política. Y esto
es efectivamente lo que estaba sucediendo con y en el PP.
Pocos gobernantes
pueden mostrar mejores números que Rajoy. La gran crisis económica ya quedó
atrás, algo que será reconocido como un plus de su gobierno. Pero a la vez, los
criterios que llevan a la representación política no pueden ser los mismos que
los de los bancos y las empresas. Los ciudadanos no solo necesitan pan,
también palabras, sentirse partes de una misma polis y, en algunos momentos,
cuotas de ayuda social. Que en lugar de eso algunos políticos se enriquezcan
como magnates lleva a un distanciamiento de los ciudadanos con su gobierno.
Entonces aparecen las protestas: no solo las de los nacionalistas extremos,
además, las de demagogos como los de Podemos, y otras excrecencias.
El inesperado
salto a la oposición puede ser también visto como una chance para la
recomposición del PP. Desde ahí podrá reordenar sus filas, renovar su personal
y levantar nuevas estrategias. España necesita de una derecha verdaderamente
política.
El gran
perdedor de la crisis que llevó al fin de la era Rajoy fue, sin duda,
Ciudadanos. Justamente el
partido que hasta la fecha de la caída de Rajoy lideraba las encuestas, ha
quedado totalmente descolocado. Por el momento no le queda otro alternativa que
compartir un lugar de la oposición con el PP. Justamente lo que menos necesita
Ciudadanos: ser encajonado por Podemos como “la otra derecha”, fuera del lugar
que le corresponde: el del centro político.
En cierto
sentido, así como el acceso al poder de Sánchez fue el resultado de su
ilimitada audacia, la descolocación de Ciudadanos fue el resultado de la
extrema racionalidad de sus líderes. Pero es explicable: la moción de
censura levantada por Sánchez sorprendió al partido de Rivera. Nada en verdad
hacía suponer que iba a prosperar. Hasta los más agudos analistas creyeron que
Sánchez iba a quedar como el tonto del barrio. De ahí que Ciudadanos se las
jugó por presionar a Rajoy para que dimitiera y convocara a nuevas elecciones,
algo que Rajoy tampoco pensaba hacer.
Como sea, nuevas
posibilidades se abrirán al partido de Arrimadas y Rivera. Objetivamente el
PSOE necesita de Ciudadanos, no solo para enfrentar al tema de los temas: el de
los independentismos, sino para no quedar atado a Podemos. Ciudadanos, a la vez, necesita del PSOE para
alcanzar alguna vez las puertas del poder. Para la mayoría de los analistas
españoles, la alianza entre PSOE y Ciudadanos es necesaria y natural. Visto
así, PSOE y Ciudadanos son como esos amantes que se buscan y nunca logran
encontrarse. Y, si se encuentran, así ocurre en algunas novelas, ya es
demasiado tarde.