El partido
prometía no solo porque era la final sino porque los dos se merecían. Al
comienzo Zidane quien, hay que reconocerlo, tiene un sexto sentido
futbolístico, había programado una delantera de tres grandes. De fútbol y de
estatura. Ronaldo, Benzema y Bale. Se veía muy lindo en el papel, pero había un
inconveniente: los tres juegan adelantados, los tres son de juego largo y los
tres esperan los pases que les llegan desde atrás para sembrar el pánico. Al
fin Zidane decidió no incluir a Bale y puso al movedizo Isko quien estaba
haciendo un buen partido hasta que, en un momento del segundo tiempo, Zidane,
como si le hubiera llegado un mensaje del cielo, decidió cambiar a Isko para
que entrara Bale. Iban uno a uno.
El gol de
Benzema, una fatalidad. Una de esas que no deben suceder nunca a un arquero profesional. Creo que ni
siquiera a un arquero de barrio le meten uno así. Pues lo primero que aprende
un arquero es a atajar y segundo, a sacar el balón. El gol de Benzema fue, sin
discusión, un gol de Karius. No solo sacó apresuradamente la pelota sin que
nadie lo exigiera. Además la hizo rebotar -si se lo hubiera propuesto quizás no
lo habría logrado- en la pierna de Benzema. El primer sorprendido al haber
hecho un gol que ni pensaba hacer fue el propio Benzema. Las cámaras enfocaron
a Ronaldo moviendo la cabeza, como diciendo ¡esto es increíble!
El partido había
comenzado bien. Algo mejor, o si no mejor, algo más fino, Liverpool. Su juego acostumbrado.
Mediocampo marcando fuerte, con garra y la delantera – Salah, Firmino y Mane,
bordando filigranas a un tiempo vertiginoso. Hasta que ..... Hasta que se lesionó la estrella:
Salah.
Salah quien había
estado a punto de no jugar para guardar los rituales del Ramadán debe estar
todavía pensando en que Alah maldijo su hombro por haber dado más importancia a
su equipo que a su religión. Pues Salah es a Liverpool lo que Ronaldo es al
Real. Puede que a veces, como Ronaldo anoche, no haga un gran partido, pero
está ahí. Si no está, su ausencia es aún más gravitante que su presencia. Por
eso al irse creó un vacío más psicológico que futbolístico. Uno que ni siquiera
un tan buen jugador como Lallana podía llenar. Uno que ni siquiera la lesión
del madrileño Carvajal podía compensar (al fin, Nacho jugó mejor que él)
Después de la
salida de Salah, Liverpool perdió fluidez, las piernas comenzaron a enredarse,
su intensidad bajó un par de grados. La orden de Clopps fue retrasar un poco a Lallana a fin de
que Mane rotara por las dos
puntas, tratando de suplir de algún modo a Salah. Pero nunca pudo llenar el
vacío dejado por el egipcio. Mane es Mane, un gran jugador sin duda, mas no
Mane y Salah a la vez. Su gol, un bombón de esos que hacen amar al fútbol. El
del recién ingresado Bale, aún mejor. En plasticidad y potencia, una de las más
hermosas “chilenas” que he visto en mi vida. Tan buena que el propio Karius
perdió un par de segundos valiosos en mirar la jugada de Bale. Pero la
“chilena”, grandiosa sin duda, era atajable. Así lo dejó ver la cámara lenta.
El balón, fortísimo, entró
casi por el centro y a media altura. Cualquier buen arquero lo ataja. Hasta
Karius lo habría hecho si esa no hubiera sido la noche negra de su vida. El
tercer gol, el segundo de Bales, una mierda. La pelota, sin apelaciones, le
dobló las manos a Karius. Penoso.
En resumen: un
primer tiempo en el cual vimos al mejor Liverpool y a un Real jugando como una
máquina recién aceitada, tratando de apaciguar el juego. Un segundo tiempo en
el que vimos a un arquero viviendo una pesadilla. Por eso y nada más ganó el
Real. ¿Pero no es también un mérito del Real saber usar la suerte -incluye a
los postes - a su favor? Cuando chocan
dos grandes no siempre gana el mejor.
Gana, en algunas ocasiones, el que sabe controlar mejor su destino. El que hace
menos fallas. El que no comete el error decisivo.
Un error
decisivo, está bien, pase. Pero ¡tres errores decisivos en una final Karius!
¿No es un poco como mucho?