Una máxima
recomienda no hacer abuso del tiempo subjuntivo en los análisis políticos entre
otras razones porque la política a diferencia de la filosofía no se rige por
las pautas del pensamiento especulativo. Hay, sin embargo, excepciones que
confirman la regla. Una parece ser la situación surgida en Venezuela después de
las elecciones del 20-M. Sí, digo elecciones. Fueron, efectivamente, elecciones
en dictadura, como son las elecciones en la Rusia de Putin, en la Bielorusia
de Lucaschenko o en la Nicaragua de Ortega.
Elecciones viciadas, hechas para confirmar el poder del régimen.
Las de Venezuela
pertenecen -han pertenecido siempre desde que hay chavismo- al tipo de las
elecciones dictatoriales y bajo ese bien entendido la oposición venezolana ha
participado en ellas obteniendo incluso victorias resonantes. No fue ese el
caso de las elecciones presidenciales del 20-M.
Y es ahí donde surge la pregunta subjuntiva: ¿qué habría sucedido si una
oposición tan unida como el 6-D hubiera participado masivamente? La respuesta
desde una perspectiva numérica es una sola: una unidad electoral masiva habría sepultado
a Maduro. Ningún fraude habría podido
contener un aluvión de votos de proporciones tan gigantescas. Por eso la
impresión es ya general: la oposición venezolana perdió una gran oportunidad
para deshacerse definitivamente de la dictadura. La mejor oportunidad de
toda su historia.
No vale la pena,
ni en política ni en otros órdenes de la vida, hurgar heridas ni mucho menos
llorar sobre la leche derramada. Pero sería omisión no afirmar que la
abstención venezolana no fue producto de un plan meticulosamente fraguado por
las dirigencias políticas. Por el contrario, fue un producto de su propia
impotencia. Porque la abstención -seamos honestos- no comenzó con las presidenciales.
La abstención
masiva surgió de la crisis política de la oposición después de que Maduro aplastara a las
movilizaciones del 2017 y del mega-fraude que dio vida a la Asamblea
Constituyente, hecho que llevó no solo a los electores, también a los propios
partidos, a desconfiar de su única arma: El voto. La abstención tomó forma en
las regionales de octubre de 2017 y después
en los desórdenes electorales de las municipales en diciembre del mismo
año. Derrotismo, apatía, dispersión, abstencionismo, ausencia de línea y
conducción, fueron los signos de ambas elecciones.
Las regionales y
las municipales fueron regaladas por la oposición, a la dictadura. La
abstención en las presidenciales de mayo, vista desde esa perspectiva, fue solo
el corolario de una crisis política y moral dentro de, y entre los, partidos de la MUD. O dicho en una sola
frase: no la abstención llevó a la crisis de la oposición sino la crisis de
la oposición llevó a la abstención. Quizás la más clara expresión de esa
crisis fue la imposibilidad de los partidos de la MUD para ponerse de acuerdo
en torno a un candidato único. Y no precisamente porque faltaran nombres sino
simplemente porque el egoísmo de los partidos imposibilitó ese acuerdo. No ha
sido por cierto la primera vez en la historia -pienso en los orígenes del
fascismo italiano- en que la razón de partido ha terminado imponiéndose por
sobre la razón política.
Puede ser que no
valga ya la pena detenerse demasiado en hechos ultraconocidos. La MUD al
abandonar el centro político abrió un espacio por donde penetraron las
tendencias más extremistas de la oposición. Sorpresa, incluso lástima,
producía el espectáculo dado por
parlamentarios, elegidos en elecciones, pronunciarse en contra de la vía
electoral, repitiendo como loros las consignas aventureras de la señora Machado
quien al menos fue siempre consecuente con ella misma. No así los personeros de
la MUD. De un día a otro echaron por la borda la esencia de su propia historia:
las elecciones como medio de lucha política.
La primera gran
lección que dejó entonces el 20-M, fue
la siguiente: Nunca más la oposición deberá abandonar su única ruta, sobre
todo si se toma en cuenta de que no es capaz de transitar por ninguna otra.
El precio ha sido muy caro. Ha ayudado a una dictadura a mantenerse en el
poder, cuando todos los números hablaban en su contra.
No fue Falcón
quien dividió a la MUD. Falcón solo se puso a la cabeza y dio forma política a
una gran cantidad de voluntades que nunca habrían acatado la línea
anti-electoral de la MUD. Pues si sus dirigentes no lo sabían, deben saberlo
ya: siempre el abstencionismo ha sido, es y será divisionista. Si la
MUD, o el Frente Amplio dio curso a la abstención electoral debió contar con
fuertes divisiones internas. En cambio, cada vez que ha ido con decisión a
confrontar electoralmente a la dictadura, el abstencionismo es recluido en sus
bastiones tradicionales: los que ocupan hoy SoyVenezuela y otras siglas sin
contenido social.
Falcón evitó que
el inmenso espacio abandonado por la MUD fuera convertido en algo similar a uno
de esos agujeros negros que existen en el universo cuya atracción negativa hace
desaparecer a todo lo que aparece en sus cercanías. Falcón mantuvo la línea
de la MUD evitando que ella desapareciera tragada por su propia inercia.
Gracias a la mantención de esa línea, la oposición podrá, al menos
hipotéticamente, rehacer la continuidad con su pasado electoral frente a los
desafíos que vienen por delante, todos electorales: la renovación de la AN,
elecciones municipales y la amenaza de un revocatorio a los diputados de la AN propuesto
por Diosdado Cabello.
Queda así
demostrada la importancia que juega la existencia de un candidato en los
procesos electorales. Y esa es la
segunda lección para la MUD. Frente a una dictadura que adelanta o atrasa
elecciones a su mera conveniencia, la disposición a unirse en torno a una
persona (la política será siempre personalizada) deberá mantenerse siempre
presente. Falcón ocupó el lugar del
contrincante que no supo, no quiso o no pudo elegir la MUD, lugar del cual
la política jamás deberá prescindir. Más todavía, dio, con sus modestas
fuerzas, un poco de “calle” a la lucha política, contraviniendo a un
abstencionismo que no llamaba a nada.
Por enésima vez
ha sido probado que la lucha en las calles y la alternativa electoral son
partes de una sola unidad. Elecciones sin calle, son un absurdo. Calle sin
elecciones, lleva a enfrentamientos luctuosos con las fuerzas represivas.
Incluso, el mismo Falcón, después de denunciar los atropellos en que había incurrido
la dictadura durante el proceso electoral, señaló como posible perspectiva, la
repetición de las elecciones. Su idea fue evidentemente, mantener el tema
electoral en el centro de la acción. Pues, así como el abstencionismo es
fuente de divisiones, las elecciones son
fuente de unidad. Nunca la oposición ha estado más unida que durante las
contiendas electorales. Nunca más desunida, cuando hace abandono de ellas. Haber mantenido la ruta electoral de la MUD
aún en contra de la MUD fue el gran aporte de la candidatura de Falcón. Tarde o
temprano la MUD, o lo
que quede de ella, deberá agradecer a Falcón.
Como suele
suceder, después de una debacle abundan los llamados a la unidad. La mayoría de
ellos son insustanciales y no se refieren a objetivos determinados. Suelen ser
simples frases piadosas para salir del paso. Por eso, al llegar a ese punto,
cabe una reflexión. La unidad por la unidad no existe en política y
en algunas ocasiones tampoco es deseable que exista. Para decirlo en clave
de síntesis: la unidad es siempre unidad, si no de contrarios, por lo menos de
“diversos”. En ese sentido mantener la unidad a cualquier precio puede ser
incluso contraproducente y, como
ya lo vimos en el caso de la MUD, puede llevar a la inacción. Pues probablemente
no pocos dirigentes y activistas de la MUD no estaban de acuerdo con el callejón
sin salida a que fueron llevados. Pero una mal entendida lealtad con sus
partidos los condujo a la parálisis total. El caso de Henrique Capriles fue muy
elocuente. Al renunciar a tomar
posiciones definidas en aras de una unidad abstracta, debió expresarse en un
lenguaje críptico, es decir, hacer justo lo contrario que debe hacer un líder:
señalar vías y hablar más claro que el agua.
Las líneas de
la política son siempre divisorias. En tanto la política incorpora a la contradicción, a la controversia y al
debate, no la unidad sino la división es su principal característica. Más aún:
la división es condición de unidad. Pues solo puede ser unido lo que está
dividido. En ese sentido vale la pena hacer una diferencia entre dos términos
muy distintos que suelen usarse como sinónimos: División y desintegración. Lo que hay que evitar en política no es la
división sino la desintegración. Y la desintegración suele aparecer justo
allí donde las líneas divisiorias no están claras. Y bien, el gran problema es
que hoy la MUD no solo aparece dividida sino, además, en un abierto estado de
desintegración. Así se explica por qué
las diferencias políticas toman la forma de simples luchas personales.
Una de las tareas que tiene por delante la oposición es retornar a la unidad en
la diversidad, razón de ser de todas las grandes coaliciones políticas.
Maduro es
derrotable. Su Talón de
Aquiles es el voto popular, no la abstención. Por lo mismo, todos sus esfuerzos
han estado dirigidos a desprestigiar al voto. Más aún cuando ya no cuenta con
el apoyo de muchos de los que ayer fueron sus partidarios. La inmensa mayoría
del país está en contra suya. Transformar a esa mayoría en gran fuerza
electoral -la palabra electoral incluye la defensa de las elecciones cuando
estas son negadas- es posible. Esa vía ya la mostró Falcón.