Intérpretes: Los Tres Diamantes. Autor:
Moris Zorrilla
Usted es la culpable/ de todas mis
angustias/ y todos mis quebrantos/ Usted llenó mi vida/ de dulces inquietudes/
y amargos desencantos/ Su amor es como un grito/ que llevo aquí en mi sangre/ y
aquí en mi corazón/ Y soy aunque no quiera/ esclavo de sus ojos/ juguete de su
amor/ No juegue con mis penas/ni con mis sentimientos/ que es lo único que
tengo/ Usted es mi esperanza/ mi única esperanza/ comprenda de una vez/ Usted
me desespera/ me mata me enloquece/ y hasta la vida diera/ por el vencer el
miedo/ de besarla a usted.
Imaginemos por un momento que este bolero
se hubiera llamado Tú. Probablemente habría sido un bolero más; uno de
tantos que claman por el dolor de amores desgarrados. La bolerología está llena
de esos amores. El gran éxito que alcanzó este bolero reside, por lo tanto, en
un simple pronombre: Usted.
Tratamos de usted a quienes recién
conocemos; a quienes se encuentran a una determinada distancia de nosotros; a
quienes debemos respeto, consideración, o simplemente indiferencia. El usted, qué
duda cabe, es un interesante y sutil invento gramático. Permite mantener a raya
a quienes quieren acercarse demasiado. O también impone un límite frente a
quienes no podemos ni debemos acercarnos tanto. El usted, luego, no sólo es un
límite sino, además, un espacio. Por eso mismo el usted es también un lugar de
partida, pues al mismo tiempo que permite establecer distancia, cuando se dan
los casos permite iniciar un acercamiento progresivo al prójimo. Eso quiere
decir que sólo es posible llegar al otro si partimos a su encuentro desde una
determinada distancia.
Nadie se acerca a otro sin partir de una
determinada distancia. El usted, entonces, a la vez que es condición de
distancia, es el punto de partida para llegar a un acercamiento que podría
culminar con un tú. De un usted se llega al tú -a veces fácilmente, o a veces
con dificultad-. Sólo en casos de radicales rupturas, pasamos del tú al usted.
De cualquier manera, es mucho más fácil pasar del usted al tú que del tú al
usted.
Cuando el usted alcanza el tú -el tuteo-
un determinado “yo” establece, a través de un pro- nombre, una nueva relación
con un nombre. De ahí que, en mi tal vez anticuada opinión, hay que seguir
conservando el usted, tanto en la gramática como en la vida social. Sin ese
usted que en algún momento podría llevar al tú, el acercamiento pierde no sólo
gramaticalidad, sino también erotismo. La relación erótica -cada uno podrá
comprobarlo a su modo- se da no tanto en la cercanía como en el acercamiento.
El tú, por lo tanto, no debería ser tan fácil como en algunos países lo es. A
veces, incluso, refleja un falso democratismo ya que otorga cercanía gramatical
a lo que en la vida social se da de un modo muy diferente.
Por cierto, entre quienes desempeñan un
mismo oficio o tienen aproximadamente la misma edad o persiguen ciertos
intereses comunes, el tú sale fácil, a veces de modo espontáneo. Pero cuando
hay diferencias notables de edad, de posición, e incluso, de personalidad, el
usted es un pronombre muy apropiado para “conservar las distancias”. En fin,
con el tiempo uno ha desarrollado un sexto sentido que indica cuándo es preciso
usar el tú y cuándo el usted. A Diotima de Cuba, por ejemplo, yo nunca la
habría podido tratar de usted, y ella a mí tampoco -aparte de que vive en un
país en donde el usted casi no existe-. Desde el primer día en que nos vimos
descubrimos que había cierta “gemelidad” en nuestro modo de ser, la misma que
nos condenaba a ser amigos del alma. Hay otros, en cambio, que parecen nacidos
para ser nuestros no-amigos.
En el caso del bolero Usted, el
usted es aplicado como un pronombre que en lugar de llamar a la distancia,
llama al más extremo y radical acercamiento entre dos prójimos, que es el del
amor sexual. En ese caso es posible constatar en el bolero una dislocación
entre el sentido usual del pronombre y su uso, digámoslo así, poético. Dicha
dislocación confirma, en efecto, una de las tesis semánticas más importantes de
nuestro tiempo, que fue aquella formulada por Gotlob Frege (uno de los
precursores de la semiótica moderna) relativa a la diferencia entre lo que él
llamaba por una parte, significado y, por otra, sentido de las
palabras (Frege 1999, p.114).
Afirmaba Frege que casi nunca el
significado corresponde con el sentido de la palabra, de modo que cuando decimos
que alguien habla sin sentido no quiere decir que usa palabras sin significado.
Las palabras tienen un significado pre-asignado que va desvirtuándose de
acuerdo al sentido que deseamos imprimir en el contexto de una frase.
Interesante es que, para Frege, el sentido es sinónimo de pensamiento. Ahora,
si unimos la tesis de Frege con aquella tan conocida de Lacan (2002, p.178) que
afirma que los pensamientos están guiados por el deseo a lo Otro, estamos en
condiciones de entender perfectamente el sentido (pensamiento) que ha sido
impuesto a la palabra Usted en este bolero. Ese sentido ha sido separado
radicalmente de su significado. Digo radicalmente, porque la palabra Usted fue
inventada para crear distancia y no cercanía y aquello que intenta este bolero
mediante el uso del Usted es crear la máxima cercanía posible. Creo que fue esa
inversión metonímica la razón que explica su gran popularidad.
La diferencia entre sentido (pensamiento)
y significado, es la que a su vez llevó a Ludwig Wittgenstein (1993, p.32) a
formular la tesis relativa a la imposibilidad de entender el lenguaje de un
modo estrictamente lógico. De acuerdo con Wittgenstein, el uso de las palabras
está condicionado por una suerte de juego del lenguaje cuyas reglas surgen del
mismo juego, juego que no es sino expresión de relaciones interpersonales que
son, a la vez, las que crean sus propios juegos (Wittgenstein, 1988ª, p.174).
Cada vez que establecemos comunicación con alguien jugamos con las palabras
(con-jugamos) las que cobran sentido dentro del espacio de juego y no en otra
parte. El uso de las palabras no surge, por lo tanto, de acuerdo a una elección
de palabras que habitan en un mundo de las ideas puras sino que resulta de un
juego (con-jugación) que se da entre la lengua y los oídos de por lo menos dos
seres humanos quienes al hablarse uno al otro van creando las propias reglas
del juego que juegan entre ellos. Heidegger dice (1965, p.14), persiguiendo la
misma idea, que el lenguaje habla a través de nosotros.
Ahora bien, el sentido de las reglas como
ocurre en el caso del bolero Usted, no es ordenar el juego sino
alterarlo. Dicha afirmación se entiende si aceptamos la premisa que afirma que
las reglas de un juego tienen dos funciones: a) ordenar el juego y b)
transgredir el juego. Y es evidente: si no existen reglas, no hay
transgresiones, y si no hay transgresiones, no hay amor. A la vez, es imposible
transgredir las reglas del juego gramatical sin alterar el sentido de las
palabras. La alteración, como se puede deducir, tiene lugar no en el
significado sino en el sentido de la palabra. En fin, a través de la palabra Usted,
subyace el propósito de alterar las reglas de un juego para que a partir de esa
alteración comience un nuevo juego: es el juego del amor, donde el Usted,
al ocupar el lugar del Tú, llevará a una intimidad tan intensa que, en su
camino, avanzará alguna vez más allá del simple Tú.
¿Cuál es la palabra que lleva a una
cercanía que está aún más allá del Tú?
Yo no la conozco. ¿Habrá que inventarla?
Pero de aquí hasta que la inventemos habrá que suplantarla. ¿Con la palabra
Usted, que significa exactamente lo contrario que Tú, por ejemplo? Eso es lo
que hizo, al menos, el autor de este genial bolero.
Hay otro problema adicional que siempre me
ha preocupado. Es un problema más bien teológico: ¿Por qué a Dios le decimos tú, y no usted?
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