“El ser hechizado en mi interior y el que está
presente en el mundo se pueden dar la mano en cualquier momento, en cualquier
lugar, de cualquier manera: cuando contemplo la copa de un árbol o cuando miro
los ojos de otra persona, cuando consigo escribir una carta bonita, cuando me
emociona una canción o cuando el fragmento de una lectura pone mis pensamientos
en efervescencia, cuando ayudo a alguien o alguien me ayuda a mí, cuando ocurre
algo importante o cuando no ocurre nada especial. Esa necesidad nuestra,
irreprimible, de trascender los horizontes situacionales, de cuestionar,
conocer, explorar, entender, buscar la esencia de las cosas, ¿qué otra cosa es
esa necesidad sino otra de las formas de aquel anhelo interminable por recobrar
la integridad perdida del ser, aquel anhelo del yo de regresar al ser? ¿Qué
otra cosa es sino ese anhelo intrínseco de despertar al propio ser oculto,
adormilado, olvidado tantas veces, y a través de él alcanzar aquella plenitud e
integridad de la existencia que nuestra intuición nos permite vislumbrar?”
(Vaklav Havel, fragmento de una “Carta a Olga”)
(Vaklav Havel, fragmento de una “Carta a Olga”)
1.
Ser demócrata en una democracia es una actividad muy
sencilla. Ser demócrata defendiendoa una democracia, o luchando por obtenerla,
implica acceder a un nivel superior de la política. Y hay quienes han alcanzado
ese nivel.
Pienso, entre otros, en esa figura emblemática de las
luchas democráticas de nuestro tiempo que fue Václav Havel, elegido Presidente
de Checoeslovaquia en 1989 y de la República Checa en 1993
Nadie, Václav Havel tampoco, nació siendo un demócrata.
Ser demócrata es una opción y, en las condiciones que vivió Havel, se trataba
de una opción ética.
Václav Havel, nacido el 1936, provenía de una familia
relativamente acomodada. Como otros escritores checoeslovacos pudo haber
llevado una vida intelectual en París o Londres. Méritos no le faltaban.
Talentoso escritor, sus primeros libros – “La fiesta” (1963) y “el Memorándum”
(1965)- en los que se reconoce desde las primeras líneas el influjo kafkiano,
tuvieron un pronto éxito.
Havel también podría haberse convertido en un acólito
literario de la dictadura comunista. E invitaciones no le faltaron. O podría
haber sido un intelectual complaciente, de esos que se permiten de vez en
cuando ciertas críticas, pero sin cuestionar a fondo al régimen.
Václav Havel,
lo ha repetido él muchas veces, no fue a la resistencia a defender una ideología
o un sistema económico. Fue simplemente porque el régimen le impedía decir lo
que él pensaba debía decir. Porque Havel, como escritor o político fue un
hombre de pensamiento, y por lo mismo, de palabra. Pronto comprendió rápidamente
que sin libertad de prensa no podía haber libertad de pensamiento. Es por esa
razón que junto a él se agrupó una generación de intelectuales que no
soportaban el ahogo mental a que los sometía la dictadura. Así fue que, cuando
ellos no estaban en prisión, pasaban sus días en los cafés, redactando
panfletos, documentos, haciendo uso de la palabra oral y escrita: disintiendo y
resistiendo en medio del humo de esos cigarrillos que terminaron provocando en
Havel un cáncer feroz.
Tanto el grupo Carta 77 como el Foro Cívico de 1989
liderados ambos por Havel, fueron movimientos culturales que pusieron en la
primera línea la lucha por la libertad de opinión y de prensa. Alrededor de
esos pocos que supieron resistir se congregaron después las multitudes que a
fines de los ochenta pusieron fin al socialismo del siglo XX: milagro histórico
que los engrandece aún más porque, antes de la llegada de Gorbachov al gobierno
de las URSS, no había ningún indicio de que Checoeslovaquia pudiera alguna vez
salir de la dictadura comunista. A Havel nunca le pasó por la cabeza la idea de
que podía ser presidente de una nación democrática. Si luchaba en contra de la
dictadura era simplemente porque no podía hacer otra cosa. Hay seres que son así.
2.
La razón por la cual Havel no se identifica con ninguna
ideología moderna (socialista o liberal) se deduce del sentido de su propia
lucha. Las dictaduras comunistas eran dictaduras ideológicas, y la ideología
principal decía que el mundo socialista se encontraba en contradicción con el
capitalista. Los capitalistas eran, para los dictadores comunistas, todos
aquellos que por diversas razones disentían de las dictaduras. Para Havel y
quienes lo rodeaban, no se trataba en cambio de una lucha entre el comunismo y
el capitalismo. No deja de ser interesante que, precisamente en un estudio económico
de Havel titulado: “La economía de la propia responsabilidad” escribiera: “Nunca
en mi vida me he identificado con alguna ideología, creencia o doctrina, sean
de derecha o de izquierda, ni tampoco con un sistema cerrado de pensamiento
sobre el mundo”. Efectivamente, nunca estuvo a favor de una dictadura.
La que Havel y los suyos llevaron a cabo, y eso es algo muy
diferente, era una lucha por las libertades políticas. Esas libertades políticas
pueden ser negadas en una nación capitalista o en otra socialista, y ejemplos
de lo uno y de lo otro hay suficientes. Tampoco se trataba, la que tenía lugar
en las naciones comunistas, de una lucha entre la izquierda y la derecha. Havel
entendió rápidamente que derecha e izquierda son agrupaciones políticas que sólo
pueden funcionar en un orden donde el Parlamento es una entidad autónoma y en
ningún caso dependiente del Ejecutivo. Cuando no hay independencia de poderes
que regulen las contiendas políticas, no hay izquierda ni derecha: hay
simplemente partidarios de la libertad y partidarios de la tiranía. Así de
simple.
Profundamente religioso, Havel no necesitaba de una ideología
para entender su lugar en el mundo. Su práctica tampoco estaba ligada a una
estrategia de poder. Le bastaba simplemente decir no a lo que consideraba
indigno de ser vivido y así por lo menos dejar su testimonio personal. No sin
razón llamó él, a la lucha que tan pocos libraban, con el sugestivo nombre de “política
existencial”.
Todavía conmueve leer aquellas frases que desde la prisión
escribió Havel a Olga (Cartas a Olga). En una de ellas se lee:
“Puede que sea precisamente esa constante inseguridad
respecto a mi lugar en “el orden de cosas” lo que me obliga una y otra vez,
obstinadamente, a definir, desarrollar y reforzar mi posición, a defender y
testimoniar mi verdad, a mantenerme en mis trece. Parece que cuanto más uno
duda de sí mismo, tanta más energía ha de invertir en superar esas dudas y así
defenderme ante mis propios tribunales” (12 de abril de 1981)
Rápidamente entendió Havel que las grandes ideologías
cumplen la función de ocultar la realidad. Poseídos por una ideología, los
hombres abandonan, según Havel, la realidad y se convierten en portavoces de
visiones que no tienen ningún asidero en la vida. Las ideologías jamás se
equivocan, y al no equivocarse, no permiten pensar pues sin equivocaciones no
hay pensamientos. Así se explica por qué los seres ideologizados son personas
tan aburridas, repetitivas, y sobre todo incultas. Esa es la razón por la cual
todas las dictaduras son ideológicas, e incluso misioneras. El presente, para
las dictaduras no cuenta: de ahí su desprecio por las vidas humanas, incluyendo
las propias. De ahí también su inevitable crueldad. Porque toda ideología, al
anidar en el futuro, es sacrificial.
Cuando los representantes de determinadas ideologías
alcanzan el poder político, destruyen la realidad inmediata, y es por eso que
todos han llevado a sus naciones a la ruina. Ejemplos hay decenas.
3.
Pero la nación donde vivía Havel estaba lejos de ser una
del Tercer Mundo. Los jerarcas comunistas, a diferencias de los de Rumania o
Bulgaria, podían incluso pavonearse de algunos éxitos en materia económica y
social. Al momento de la caída del régimen Checoeslovaquia mantenía una economía
que si bien no era sólida, tampoco era catastrófica, y en comparación con la de
otras naciones comunistas, la política social no era la peor. Esa fue una de
las razones por las cuales los intelectuales occidentales, sobre todo aquellos
que se sirven de paradigmas “progresistas”, como los que representan el
liberalismo económico y el marxismo, no pudieron entender el sentido de las
revoluciones antidictatoriales europeas de fines de los ochenta. Todavía no lo
entienden. Es que para ellos la lucha por la libertad es sólo un “factor
secundario”, en el caso del liberalismo económico; o una simple “superestructura”,
en el caso marxista.
Václav Havel se vio permanente confrontado con argumentos
que sostenían que su lucha no sólo no tenía sentido, sino que además era
reaccionaria, pues llevaba a cuestionar los grandes “éxitos” económicos y
sociales alcanzados durante el socialismo. Son, por lo demás, los mismos
argumentos que emitían los economistas que apoyaban a las dictaduras de
Pinochet o Videla en Sudamérica (detenimiento de la inflación, diversificación
de los mercados, industrialización del agro).
La verdad es que si el ser humano fuese sólo un “Homo
Economicus”, no habría ninguna razón para luchar en contra de muchas
dictaduras. Si sólo eso contara, Hitler habría sido un gobernante “progresista”.
Durante su dictadura fueron construidos “automóviles populares”, fue detenido
el paro, fue superado el grave problema habitacional, tuvo lugar una notable
redistribución del ingreso “hacia abajo”, fue establecido el sistema de seguro
social más avanzado de Europa; el “pueblo” podía asistir gratis a los grandes
espectáculos culturales, y los trabajadores de las empresas fabriles gozaban de
vacaciones gratuitas en los balnearios de Alemania e Italia. Goebbels repetía,
en muchos discursos, que gracias a Hitler el pueblo alemán, ignorado por
gobiernos anteriores, se había convertido, por fin, en un protagonista decisivo
de la historia nacional.
Ahora, sin intentar comparar a ninguna dictadura con la
de Hitler (es incomparable) hay que decir, sin embargo, que aquellos que buscan
legitimar a dictadores siguen usando hoy día los mismos argumentos de Hitler (y
de Stalin). No fueron esas, sin embargo, las razones que convencieron a Václav
Havel. Para él y los suyos, la lucha por la libertad de ser lo que uno es, era
lo que más contaba. Aún más: sin esa libertad, los más grandes éxitos
alcanzados en materia económica y social estaban destinados a perecer, como
ocurrió en la URSS. O como hoy ocurre en Cuba y Venezuela.
4.
Que Havel no es un ideólogo, no significa que no tiene
ideas o ideales.
La diferencia entre ideas e ideologías es simple. Las
ideologías son sistemas de ideas petrificadas con escasa comunicación metabólica
con su mundo exterior. Las ideas en cambio surgen del enfrentamiento con la
realidad, la que se muestra a través de sus acontecimientos. Los ideales, a su
vez, son ideas que se quiere aplicar en el futuro ya que en el presente todavía
no son viables. Los ideales, a diferencia de las ideologías, son simples
posibilidades. Las ideologías en cambio, dan por seguro su cumplimiento futuro.
De este modo, mientras los ideales no sustituyen el presente por el futuro, las
ideologías sí lo suplantan, hasta tal punto que terminan desvalorizando e
incluso negando el presente. En cierto modo, los ideales son deseos y por eso
pueden ser comparados con los sueños, que son deseos encubiertos.
Uno de los textos políticos más importantes de Václav
Havel lleva precisamente por título. “Por el futuro que yo sueño”. Allí Havel
demuestra que sus sueños no surgieron de la nada sino que aparecieron como
negación de la herencia que legó la dictadura comunista. Lo que él rechazaba
reveló aquello que él deseaba, y no al revés. Esos sueños no eran un programa,
pero sí, constituyen objetivos a realizar en el futuro inmediato.
No deja de ser interesante que entre sus sueños, el
primero nombrado por Havel es el de la
rehabilitación de las ciudades. “La vida en las ciudades y aldeas” -escribía- “se
revela como una reminiscencia de la era de la aridez total, de la monotonía,
uniformidad, anonimidad y odiosidad. Todo eso deberá ser humanizado” (...) “las
comunas y las ciudades volverán a recuperar su rostro, su civilidad, su buen
gusto, su limpieza y su hermosura”.
Ese ideal urbano de Havel no sólo obedecía a una
preocupación estética. Tampoco es puramente ecológico, aunque él fue uno de los
presidentes europeos que más en serio tomó las propuestas de los movimientos
ambientalistas. La rehabilitación de las ciudades, es decir, de las polis,
tiene que ver, antes que nada, con la rehabilitación de la política. La polis,
la ciudad, es el lugar de la política y por eso debe ser preocupación principal
de los gobiernos y estados. Las calles malolientes, los basurales amontonados,
los terrenos baldíos, la impune delincuencia, son hechos que no sólo tienen que
ver con la mala administración o con la desidia burocrática o con el pésimo
gusto de los jerarcas comunistas. Son, además, expresión demográfica de la
destrucción de la política.
Sin polis no hay política. Pero sin política, tampoco hay
polis. Despojada la ciudad de su carácter político, sus habitantes, al perder
el gusto por la política, pierden el gusto por la ciudad. La ciudad deja de ser
sentida como algo propio y es vista como algo ajeno; a lo sumo: como un simple
lugar de residencia, nada más. ¿Para que cuidar lo que no me pertenece o me ha
sido arrebatado? Gran mérito de Havel fue, sin duda, hacer que Praga volviera a
ser lo que fue antes del comunismo: la ciudad más bella de Europa.
Interesante son también los ideales de Havel en torno a
la futura universidad checa. Como humanista, comprendió que las universidades
no pueden ser instituciones al servicio de gobiernos y estados, sino entidades
autónomas, libres y soberanas. Dicho ideal es en la mayoría de los países
occidentales un bien entendido. La universidad no sólo es un centro de saber
especializado sino, además, un espacio crítico de discusión que todo orden
social necesita para reproducirse a sí mismo. De ahí que Havel se propuso,
antes que nada, liberar a las universidades de los tentáculos del Estado. Así
escribió: “El Estado nunca más será el distribuidor de cupos, a repartirse de acuerdo
a las necesidades de aceptación y ocupación universitaria en función de
supuestos planes quinquenales” (...) “nuestras universidades serán
descentralizadas, serán diversas y pluralistas” (....) “Muchos podrán estudiar
en el extranjero y después volverán a enseñar en nuestras escuelas”. La
universidad, en fin, fue devuelta a la sociedad, y los estudiantes nunca más
fueron los robots ideológicos que el Partido Único requería para afirmar su
sistema de dominación socio militar.
Muy importante para Havel era la formación de un auténtico
empresariado nacional. La libre empresa –según su opinión- necesita de
empresarios libres que, de acuerdo a determinadas reglas, compitan entre sí y
dinamicen el aletargado mercado. “Ese sector” –subrayaba Havel– “será un motor
importante de nuestra vida económica” (....) “Y así ellos ganarán el respeto de
la sociedad que de nuevo entenderá que la propiedad no es una vergüenza ni un
vicio, sino al contrario: una obligación y un instrumento al servicio del bien
común”
Pero un empresariado nacional no puede actuar libremente
si no existe libertad de trabajo. En ese sentido, Havel se propuso como
gobernante ayudar a la liberación de los trabajadores de las garras de un
Estado que usurpando los intereses de “la clase obrera” los había sometido a un
sistema de explotación más duro que los que existían en los países capitalistas
menos avanzados. Con la diferencia que en estos últimos, los trabajadores a
través de sus propias organizaciones y partidos, podían y sabían defenderse. En
la antigua Checoeslovaquia en cambio, y al igual que en el resto de los países
comunistas, los trabajadores habían sido expropiados de sus organizaciones y
subordinados a la férula del poder central. Tema tan importante y actual que
merece ser tratado en el próximo apartado.
5.
Todavía no ha sido escrita la historia de la “clase
obrera” en los países socialistas. Cuando se escriba, conoceremos una historia
triste y dramática: la de la destrucción de las organizaciones obreras en
nombre de la clase obrera. Destrucción que no sólo fue institucional, sino
producto de innumerables masacres cometidas a los trabajadores existentes y
reales. Esa historia comenzó precisamente en los momentos en que se iniciaba la
revolución rusa: a fines de 1920 en la ciudad de Kronstadt, cuando los obreros
y marinos portuarios iniciaron huelgas con el objetivo de que fueran aumentados
sus salarios y mejoradas las miserables condiciones de trabajo. Para el efecto,
redactaron un manifiesto que en lo sustancial apoyaba la ideología comunista.
La respuesta de Lenin no pudo ser más brutal. A comienzos del año 1921, el Ejército
Rojo, cometió en Kronstadt una de las masacres más espantosas que conoce la
historia del movimiento obrero mundial. Aduciendo el consabido argumento
relativo a que las manifestaciones obreras obedecían al mandato del capitalismo
internacional, la soldadesca, dirigida nada menos que por Leo Trotski, asesinó
a miles y miles de obreros. Los sobrevivientes fueron llevados en cadenas a los
por Lenin recién inaugurados campos de concentración de Siberia; allí
continuaron muriendo, alejados de sus familias; de sus ciudades; de su propia
historia.
La verdad es que masacres como las de Kronstadt (hubo
muchas similares bajo Stalin) ya estaban teóricamente programadas por Lenin, aún
antes de la revolución rusa. El año 1902, escribió Lenin un texto elevado después
por Stalin a la categoría de clásico del marxismo. Se trataba del famoso “¿Qué
hacer?”, lectura obligada en los cursos de formación de cuadros comunistas. En
ese texto, Lenin revisó a Marx, aduciendo que “el proletariado” (léase, los
trabajadores industriales) no son capaces de generar por sí solos una
conciencia revolucionaria, pues ellos luchan por intereses económicos y no políticos
(tradeunionistas). De ahí, deducía Lenin que la conciencia revolucionaria debe
ser transportada desde afuera de la clase, a saber: por los intelectuales
revolucionarios organizados en El Partido. En esas condiciones, el Partido del
Proletariado está llamado a sustituir a los trabajadores existentes y reales.
Las tesis de Lenin, como es sabido, provocaron indignación ente los socialistas
alemanes, sobre todo en Rosa Luxemburgo quien adujo, que llevadas a sus consecuencias, llegaría el día en que
el Partido no sólo sustituiría a “la clase” sino, además, actuaría en contra de
ella. Eso fue lo que sucedió en Kronstadt. Kronstadt, en fin, ya estaba
programado en el “¿Qué hacer?” de Lenin.
La historia del comunismo es también la historia de la
destrucción de las organizaciones obreras en nombre de la clase obrera. Es una
historia repetida sin cesar. Ocurrió el 16 de junio de 1953 en las calles de
las ciudades de la RDA, sobre todo en Berlín, cuando la tropa disparó sobre
miles de manifestantes obreros. Las calles de Berlín fueron pavimentadas por
una masa sangrienta de trabajadores convertidos en cadáveres. Ocurrió en 1956,
en el también sangriento “octubre polaco”. Ocurrió el 1956 en las calles de
Budapest, cuando después de la masacre cometida por el Ejército Rojo, cadáveres
agonizantes de obreros eran arrojados a las aguas del Danubio. Ocurrió en la
Praga del 1968, cuando las recién formadas organizaciones obreras fueron
destruidas y los dirigentes, entre ellos Václav Havel, enviados a prisión.
Estuvo a punto de ocurrir en 1981 en Polonia, con el golpe de estado anti
obrero llevado a cabo por el general Jaruzelzky. La prudencia del general
golpista y la habilidad política de Lech Walesa impidieron otra descomunal
masacre.
Gracias al Solidarnosc de Walesa, tuvo lugar, por fin, la
primera revolución obrera de la historia europea. La paradoja es que esa
revolución surgió en contra de un Estado que decía ser de”los trabajadores”. Se
explica entonces, porque uno de los primeros sueños del presidente checo, Václav
Havel, fue liberar a los trabajadores de su país de un Estado que los había
secuestrado para hablar en su nombre.
La misma circunstancia tuvo lugar en la Cuba de los
hermanos Castro, justo en los comienzos de la revolución. Se trata de un capítulo
que ha sido borrado definitivamente de la historia oficial cubana. Ese capítulo
ocurrió a fines del año 1959, cuando el Movimiento 26 de Julio dirigido por
Fidel Castro intervino directamente en los sindicatos obreros.
Los obreros estaban, en ese tiempo, divididos en dos
fracciones. Una esencialmente sindicalista, dirigida por Eusebio Mujal. Otra,
la comunista. Castro, que en ese entonces tenía una actitud antisoviética, se
propuso destruir ambas fracciones, nombrando como interventor del Estado a
David Salvador. Luego de destituir y encarcelar a Mujal, acusado de colaborar
con Batista, Castro, a través de Salvador, inició la persecución de dirigentes
sindicales. Víctimas no fueron sólo los “mujalistas” sino, además, varios
comunistas. Para el efecto, realizó, como es su costumbre, una jugada diabólica:
nombró como Ministro del Trabajo a un militante filo-comunista: Augusto
Martinez Sanchez. De este modo, los sindicatos de Cuba fueron primero,
estatizados, y después militarizados. De nada valió la resistencia de algunos
veteranos cuadros sindicales. La decisión de estatizar las organizaciones
obreras la tomó Fidel Castro en persona durante el X (y último) Congreso de la
Federación del Trabajo, el día 18 de noviembre de 1959. Dicha decisión se vio
facilitada porque en esos mismos días Castro ya actuaba militarmente en contra
de las alas democráticas del 26 de Julio, representadas en la persona del héroe
de la revolución Huber Matos quien fue encarcelado y condenado a más de veinte
años de prisión. Su delito: pensar diferente al nuevo dictador. Muchos dirigentes
obreros fueron a parar a las cárceles de los Castro. Desde ese tiempo data la
fraterna división del trabajo que mantuvieron Fidel y Raúl. Fidel destituía
dirigentes y Raúl los retiraba de la vía pública. Así fue como Fidel Castro
realizó en Cuba el sueño de los capitalistas más salvajes: crear un país sin
organizaciones obreras, sin derecho ni a reunión, ni a huelgas.
Muy diferente ha sido el sueño de personas como Vaclav
Havel. Su propósito inmediato fue liberar a los obreros del Estado, restituir
sus derechos a los trabajadores, ayudar a la creación de organizaciones
obreras, autónomas e independientes.
Cuando por primera vez asumió la presidencia, Havel se
encontró con una situación catastrófica entre los trabajadores. No sólo no tenían
organizaciones. Habían, perdido, además, sus condiciones ciudadanas. “El régimen
anterior” –escribió Havel- “intentó presentarse como la dominación de los
trabajadores. Aquello que logró fue reducir el valor del trabajo, su destino y
su significado llevado a tan baja condición, que los trabajadores perdieron
aquello que para cada ser humano es tan infinitamente importante: la conciencia
del sentido de su propio trabajo”.
6.
Así como ocurrió con los trabajadores fabriles, ocurrió
con los trabajadores rurales, y en general, con la mayoría de los habitantes de
la nación checoeslovaca. En nombre de una ideología, los trabajadores fueron
expropiados no sólo de sus bienes materiales, sino que, lo que es peor: de sus
valores espirituales.
Construir una nueva infraestructura técnica e iniciar un
desarrollo económico más dinámico no ha sido el problema más difícil en los países
post- comunistas. Devolver el sentido de la vida, la dignidad de ser a un
humano, sí, el deseo de luchar por sus propios intereses, en fin, restituir la
condición política arrebatada tan brutalmente por aquellos que imaginaron ser
los depositarios de las leyes de la historia, ha sido un camino más largo y
mucho más difícil.
Bajo el sugestivo título de “Política como ética
practicable” escribió Václav Havel un breve ensayo en donde podemos leer el
siguiente párrafo que en sí condensa, no su ideología -que nunca la tuvo- sino
su posición frente a la vida:
“Estoy convencido que no
podemos construir un Estado de derecho ni un Estado democrático si es que no
construimos al mismo tiempo –aunque ello suene poco científico en los oídos de
los politólogos- un Estado humano, ético, espiritual y cultural. Las mejores
leyes y los mecanismos democráticos mejor concebidos no nos pueden entregar
nada: ni siquiera legalidad, tampoco la libertad, ni aún los derechos humanos,
si todo eso no está garantizado por determinados valores sociales y humanos”.
Este artículo fue escrito en febrero del 2011. Hoy, con muy leves modificaciones, lo publico de nuevo en POLIS